De todas las cosas que he hecho este año, me regocija de forma especial el cierre de la semana pasada. Estar en la Feria de Derechos Humanos en el Teatro Bellas Artes de Maracaibo fue revitalizador.
Un micrófono, un escenario, una cámara o simplemente un café, bastó para encontrarme con los rostros, las palabras y los sentimientos de otros y otras, que como yo, creen apasionadamente en sus luchas, que al final del día son las nuestras, las mismas de todos y de todas.
Durante tres intensos días vimos de frente a la muerte, a la desidia, a la injusticia, a la crueldad, al desgobierno, al pecado. Pero también le plantamos la cara y dijimos aquí estamos y aquí seguimos, rotos pero no acabados. «¿Quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecer mi corazón » habrían cantado Fito Páez o Mercedes Sosa, así como yo tararié esa canción en mi cabeza cada vez que vi las miradas cómplices de mis hermanos y hermanas, compañeros y compañeras.
Fue una mezcla rara de amargura y consuelo, pues la propuesta narrativa de este evento nos permitió a una ciudadanía apaleada por el colapso generalizado de los servicios públicos y una inclemente hiperinflación, encontrar un huequito para respirar. Fue como una caricia sobre un cuerpo roto, que aunque las heridas arden, y eso duele, la solidaridad y el respaldo fue tan fuerte que logró encender la esperanza. Esa puesta en escena combinada con arte, cultura y entretenimiento, lo hacen diferente.
Entre una y otra cosa pude ser testigo de cómo todo un teatro lleno de gente aplaudió de pie a un pana que hace unos meses me provocó taquicardia, cuando lo pusieron preso por ser periodista, por ser activista, por ser impulsor de la infociudadanía, por atreverse a ser libre y no quedarse calla’o, y ahora con su esposa, ejemplo también de resiliencia y otro amigo suyo excepcionalmente talentoso, nos hicieron reír, nos hicieron llorar, nos hicieron sentir, nos hicieron pensar, nos hicieron soñar… ese oleaje con el vaiven de los relatos duros sobre las consecuencias de la crisis humanitaria compleja que vivimos y el cruce con el esfuerzo colectivo del movimiento por los derechos humanos en Venezuela, representado esos días en más de 40 organizaciones de la sociedad civil y casi un centenar de activistas y voluntarios; resultaba conmovedor y esperanzador.
Descubrirme en los relatos de la visita que vino desde Colombia, Brasil, México, Bolivia, Chile y Argentina, ratificó mi creencia sobre la necesidad de seguir cuestionando al sistema, más allá de las etiquetas de izquierdas y derechas.
Entender que hay más puntos de encuentro que de desencuentro, ratifica también el poder de la palabra y de la expresión libre del pensamiento.
Toca, después de todo esto, seguir remando, hay que insistir en combatir, hasta abolir la opresión que se deriva de un sistema patriarcal que sigue determinando los modos de relacionamiento humano.
Estos días me sonreí más de una vez, y cada vez que vi a un gentío, en su mayoría veinteañeros y veinteañeras, fajados y fajadas con pasión en lo suyo, unos trayendo y llevando, otros sirviendo, otros simplemente diciendo bienvenidos y bienvenidas, otros contándole al país a través de la radio o la televisión aquello de lo que eran testigos.
Vi brillo en los ojos y escuché narraciones y entrevistas que hicieron mis compañeros y compañeras, hermanos y hermanas de Radio Fe y Alegría, más allá del mero cumplimiento de la labor periodística. Gente que se dejó impactar para poder contar lo que veían, sentían y pensaban también. Una foto, un cable conectado o una redacción, fue su forma de aporte para que otros y otras pudieran también acercarse a aquel verdadero mar de emociones, para que pudieran conocer esos pedacitos de realidad bordados, relatando nuestra historia en lienzos de nombres de caídos en el camino.
Vi como para la mayoría no habían tareas grandes o chiquitas, a veces daba lo mismo quien sirviera café, pusiera la mesa o cargara el filtro; y aunque parezca una simple tarea doméstica, es apenas un reflejo del sentido de pertenencia, de trabajo en equipo, de la corresponsabilidad impulsada y motivada desde organizaciones como Codhez y Redhez en el Zulia. Modos de relacionamiento que hacen posible el engranaje armónico para el logro de objetivos y un bien más universal, de interés superior a los particulares.
Este encuentro me dejó ver otra Venezuela posible, reencontrarme en el goce de una buena gaita zuliana con un pueblo herido pero que camina, el mismo que iba el fin de semana a visitar la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá para clamar por los suyos, por otro país con más oportunidades para la vida digna.
Fue distinto recordar esos días a los que decidieron cruzar la frontera, es por ustedes, es por los adultos y las adultas mayores que hoy esperan sus injustas pensiones, es por los niños y niñas dejados y dejadas atrás, es por los que reciben a la muerte mientras esperan una diálisis que no llega, es por los niños y niñas del J.M. de los Ríos, es por los perseguidos políticos, es por las mujeres que sufren de forma diferenciada la crisis, es por los pueblos indígenas, es por las personas con VIH, es por nuestra casa común, es por todos los que padecen las consecuencia de la gran corrupción, es por nosotros y nosotras, el presente y el futuro, que seguimos de pie.
Seguimos creyendo y trabajando por el mañana posible, desde la responsabilidad compartida, desde el esfuerzo colectivo, con el fortalecimiento del tejido social, a través de la construcción de nuevos referentes comparativos y de la constitución de redes.
Con sentimientos profundos, sigo en la reflexión sobre lo que somos capaces de ser y hacer, celebro la muestra de solidaridad que tuvo lugar con el Música x Medicinas, esa colecta de más de 3000 tabletas de medicinas en un país de escasez, dice mucho de quienes somos como pueblo.
No me conformo, por eso no me detengo, vamos por todo, por un país viable, vivible, querible, amable y sustentable.
Gracias por ser parte, gracias por no permitir que este evento sea sólo un punto aislado en el camino, porque sé que ahorita seguimos trabajando. Gracias por leerme. Hagamos aún mejores segundas partes y no dejemos que nada ni nadie nos borre la sonrisa.