Clubes gremiales.

Clubes gremiales.
julio 3, 2019 Susana Reina

Si una mujer se ha fajado desde hace años por la carrera gremial empresarial en Venezuela, es María Carolina Uzcátegui. Desde que salió de Valera presidiendo la Cámara de Comercio de Trujillo, para pasar a Consecomercio como Presidenta, no ha hecho otra cosa que trabajar y defender públicamente la empresarialidad y su rol en el desarrollo. La conocí participando en talleres de liderazgo como una mujer poderosa y empoderada, consciente de sus fortalezas y de las limitaciones que el ecosistema empresarial le ponía como techo. Pocos podrían dudar de sus sobradas y probadas competencias para ocupar altas posiciones en las cámaras empresariales del país.

“Me voy a Fedecámaras”, nos dijo un día a sus compañeras de AVEM, la alianza de empresas que trabaja para hacer que muchas más lleguen a posiciones de poder en Venezuela. Nosotras la aplaudimos y nos pusimos a la orden, solidarias y felices por ella, por todas.

En el último año junto a Fedecámaras llevamos adelante varias acciones sensibilizadoras de género: el día naranja, la presentación “en sociedad” de AVEM, proyectos introducidos y aprobados ante la OIT para fortalecer su constitución, talleres a representantes de recursos humanos de empresas aliadas, programas en Fedecámaras Radio, columna fija en la web… Estaba Amaya Briner en la centenaria Cámara de Comercio haciendo una labor ejemplar, Alesia Rodríguez en la Cámara de Aseguradores y el Directorio de Fedecámaras, Patricia Valladares en CASETEL, María Angelina Velázquez en AVECINTEL… y otras; pocas, pero en posiciones de mucha visibilidad desde espacios estratégicos para el desarrollo económico nacional.

Confieso que en lo personal me emocioné porque pensé, desde mi postura feminista, que era realmente posible posicionar la idea de la igualdad de género en el sector privado encabezada desde los mismos líderes del organismo cúpula empresarial. Y justo cuando se da una verdadera oportunidad de llevar a una mujer como primera vicepresidenta para optar luego por la presidencia (no vemos otra desde Albis Muñoz en 2003 como única líder en los 75 años de existencia de Fedecámaras) pues resulta que, producto de una movida digna de un torneo de ajedrez, María Carolina queda afuera. Un hombre, decisión de último minuto, la va a reemplazar en la plancha.

Las razones que le dieron para que no fuera en la fórmula después de haberse inscrito como mandan los estatutos, se resumen en las supuestas condiciones con las que debía contar para ser elegible, aun cuando ya ella había manifestado su deseo de participar, recibiendo un “bienvenida a la contienda”, que después se volvió sal y agua cuando el reemplazo apareció como diciendo “yo soy el que soy”.

El poder tiene género y es masculino

Esto, aunque pareciera un hecho aislado, es lo que usualmente ocurre en las posiciones de poder ocupadas por hombres, muy especialmente en las juntas directivas y en organismos de representación gremial. El tema es que las condiciones que nos ponen a las mujeres para estar en el “club de los elegidos” responden a un modelo masculino de ejercicio de poder. Ellos definen las reglas. Ellos incluyen y excluyen. Ellos mandan. Hacernos la concesión graciosa de abrir un puesto será posible, siempre que no se deje “al pana” por fuera.

En palabras de Evangelina García Prince, esto se llama “pacto misógino” y tiene como objetivo preservar el poder entre los frates o hermanos, vinculado al origen de una desigualdad de género que resulta de la valoración política y jerárquica de la diferencia sexual, a objeto de mantener intactos sus privilegios. “Lo encuentras desde las sociedades secretas hasta los clubes para hombres, fraternidades universitarias, cúpulas, roscas, cogollos de partidos y otros grupos exclusivamente masculinos, formales e informales, en las organizaciones representativas del poder, cualquier poder”, nos decía Evangelina.

Esta fraternidad se expresa en una conducta de mutua condescendencia entre varones ejerciendo un poder hegemónico sobre la palabra y los espacios con mayor incidencia en las políticas públicas. Es así desde el inicio de la civilización y sigue siendo así en nuestros días.

Como dato curioso, en un reciente artículo publicado en el diario “Men and Masculinities” de Oxford, leemos que 54% de 1.500 hombres encuestados se inclinaron por elegir a sus amistades masculinas en lugar de sus relaciones con mujeres, debido a que consideran que pueden ser más transparentes al tener la compañía de sus amigos, al contrario que con sus pares femeninos, con quienes consideran que deben mantener una imagen.  En ese mismo estudio, según el análisis realizado por el sociólogo de Oxford, Giacomo Vagni, “los hombres creen que las pláticas con otra persona de su mismo sexo son más sinceras que las que se pueden mantener con mujeres”.

Quizás esta pueda ser parte de la razón que explique el fenómeno de la existencia de “tribus masculinas”, toda una construcción cultural orientada a no darnos cabida en su seno. Lo malo es que no hay manera de alcanzar verdadera democracia mandando los hombres solos, por excluyente de origen y por lo tanto dudosamente sostenible.

Lejos de la paridad democrática

Desafortunadamente, estaremos muy lejos de lograr la igualdad en el sector gremial empresarial venezolano aun cuando ellos sigan hablando de Objetivos de Desarrollo Sostenible o de la Agenda del Pacto Global 2030 o de los Principios del Trabajo Decente que exige la Organización Internacional del Trabajo, o invocando a Grandes Retos en celebraciones asamblearias, sin introyectarlo en todas las prácticas gerenciales internas. Su actuación como organización, al margen de las formas y seminarios y actos supuestamente inclusivos, contradice todos sus discursos.

Venezuela, como territorio de gestión patriarcal está cambiando todos los días, pero lamentablemente, no será más rápida e intensamente, porque en el fondo, en organizaciones como la Fedecámaras de nuestros días, no sienten estar cometiendo ninguna falta. No están conscientes. Viven en un mundo que desde infantes les educa para gobernar en escenarios donde la mujer líder es una excepción que «se acomoda» a sus ritos y prácticas de poder.

Seguramente, más de uno, o una, acorde a la vieja costumbre de repartir culpas a las mujeres, saldrá a decir que María Carolina no tenía lo que era necesario para ser primera vicepresidenta (méritos, le dicen) o que no hizo lo suficiente, o que jugó adelantado o que no tiene las relaciones ni se impuso como correspondía y terminen ofreciéndole como premio de consolación dirigir una comisión de mujeres, que esperamos rechace de plano. Pero la verdad, es que operaron los mecanismos de siempre, para tener lo que siempre tienen. Ojalá veamos rectificaciones importantes en el futuro cercano.

Foto: Unión Radio

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