“Soberana estupidez. Buscándole las 4 patas al gato. Alguien tiene que dictar las reglas. En el trabajo o en cualquier sitio organizado tiene que haber alguien que dicte normas. Aporten sus ideas sin ánimo de voltear la tortilla. Esa propuesta es un síndrome de anarquismo”. Esta es la respuesta vía twitter de un seguidor de Efecto Cocuyo a mi artículo Aborto y Lactancia, publicado en esta columna la semana pasada.
Minutos después deja este otro mensaje: “Para que se sepa soy de los que cree que en un hogar los roles son bien claros. En el hogar las decisiones así como el presupuesto se toman por consenso. Los niños no tienen privilegios de un sexo sobre el otro. No hay tal cosa como contrato matrimonial. Hay un pacto de amor” (emoji de corazón con estrellas, al final del tweet).
Me pareció interesante su reacción como para analizar con todo respeto, y así se lo respondí al lector, esa forma de pensamiento que refleja la típica crítica política frente a lo que el feminismo como ideología propone a la sociedad.
En primer lugar, nótese el cuestionamiento a la idea de intentar subvertir, cambiar, modificar el estado actual de las cosas (buscarle las 4 patas…), como una suerte de perdedera de tiempo. Como quien hace una gran concesión, nos otorga espacio para aportar ideas, como dándonos permiso a opinar, pero “sin que la tortilla se voltee”. Es un comentario muy propio de quien no desea que nada cambie, que nada se altere, sobre todo porque seguramente quien así se expresa, goza de privilegios que le permiten reclamar que le dejen su asunto como está.
El segundo mensaje lo entiendo como un intento del autor del tweet de mostrarse como un individuo no machista, lo cual es habitual en quienes se cuidan de lucir como pasados de moda, pero lleno de confesiones contrarias a esa intención: “roles claros” establecidos de acuerdo a la lógica de quien fija las normas, pacto de amor romántico por encima de un contrato de iguales (aun cuando montones de barbaridades se comenten en nombre del amor), decisiones compartidas siempre que sean en el espacio de lo privado, así como un gracioso “opinen pero no me cambien nada”.
El movimiento feminista nace y existe justamente para conseguir ese fin: alterar el orden patriarcal y la hegemonía masculina como mandato divino. Es cierto que alguien tiene que establecer normas. La pregunta es por qué lo tienen que hacer siempre los hombres, por qué a las mujeres no se nos permite o se nos pone muy cuesta arriba acceder a posiciones desde donde esas normas son dictadas y por qué cada vez que se cuestionan dichas normas la reacción inmediata es descalificar e insultar (soberana estupidez).
Por esa vocación transformadora el feminismo se ha asociado a ideologías de izquierda que buscan cambiar las relaciones de poder entre géneros. Esto levanta sospechas y no pocos temores entre conservadores, que se aferran a criterios morales para sostener la necesidad de distribuir de manera sexista los roles sociales y entre los liberales, que piensan que acceder al poder es un tema de responsabilidades individuales, ciegos a la consideración de que las condiciones de partida no son las mismas para todos.
Pero la verdad es que desde la acción feminista se abordan posiciones que toman estrategias de lado y lado: desde el empoderamiento en las capacidades de liderazgo femenino para ganar espacios por propios méritos y demostrar con cifras el impacto de incorporar mujeres en la economía y sobre el retorno de inversión de las empresas, hasta la aplicación del sistema de cuotas en partidos políticos y juntas directivas para lograr incidir sobre la estructura de incentivos y reparto igualitario del poder. Me siento más ganada a adoptar un enfoque pragmático que instrumente todo lo que sea necesario para acelerar la marcha de este proceso indetenible.
En todo caso, el feminismo es en sí mismo una ideología que tiene como objetivo fundamental la igualdad entre géneros. Busca simetría y paridad en las relaciones. Genera conciencia acerca del impacto diferenciado que producen en cada hombre o mujer, los eventos políticos, económicos, psicológicos o sociales que vivimos. Es un movimiento político y social que defiende la libertad de expresión y de decisión y de todos los demás derechos de quienes hemos sido tratadas como minoría cuando no lo somos. Es reivindicación y justicia social. Es impedir que las diferencias biológicas o de cualquier tipo se conviertan en fuente de desigualdad o excusa para la discriminación. Es justamente contra opiniones como las del señor del tweet que nos activamos: nosotras sí vamos a participar plenamente en el diseño de las normas que definan esta sociedad y eso no debería ser un problema para alguien a quien dice gustarle los consensos.
No somos anarquistas. Creemos que el Estado tiene un papel fundamental en el diseño de políticas públicas que propicien un desarrollo social y económico basado en la igualdad sustantiva y que nosotras como activistas, de forma colectiva, estamos para señalar e identificar con voz alta y clara las existentes condiciones de inequidad, de modo que las mismas sean corregidas con todo el ánimo y la ambición de querer voltear esta tortilla de una buena vez.