Las que trabajamos con enfoque de género por más inclusión, equilibrio de poder y oportunidades para todos, en ocasiones diferimos en los alcances de nuestra lucha o en su estrategia o en el foco puntual frente a situaciones puntuales o en el fondo político o incluso filosófico que sustenta nuestras posturas.
Confieso que nunca me interesó mucho la diatriba ideológica, no me interesó la genérica de los mapas políticos globales, con aquello de la izquierda, la derecha, marxistas, nacionalsocialistas, socialcristianos, liberales, socialdemócratas, anarquistas, verdes, etcétera; pero tampoco las derivadas específicamente de las luchas de género, que mezcladas en los grupos anteriores y también mezcladas con otros problemas, derechos y luchas como los de discriminación étnica o los grupos LGTBI, dan lugar a múltiples embrollos de posicionamiento frente a las diferentes estructuras de producción cultural y político institucional en las que se manifiesta el patriarcado y el supremacismo masculino.
Una se ve inevitablemente vinculada a discusiones, unas veces más interesantes que otras, con temas álgidos como el aborto, agresión sexual vs violación (y el reto de definir el alcance de la aceptación o la negación en algo tan íntimo y complejo como la aproximación sexual) la lactancia forzada, las suspensiones remuneradas igualitarias por paternidad o el trabajo doméstico no remunerado, pero no es mi interés construir y extender el marco de «ideas correctas» vs las que, siendo diferentes, configuran gradualmente la frontera de comodidad que define a propios contra extraños.
Yo, como cualquiera, tengo mi propia visión de nuestros problemas y sus alternativas de acción, pero siempre me ha fastidiado un poco la discusión política y suelo sentirme más cómoda en iniciativas en las que se discute menos y se hace más. No descreo de las potencialidades de esa discusión, pero me motiva más ayudar a gente concreta en situaciones concretas. Probar mis propias creencias enfrentando las explicaciones que cada mujer le da a sus propios problemas, incluyendo en la ecuación nuestras propias creencias machistas, que condicionan todo lo que hacemos y observamos, porque somos hijas e hijos de madres y padres machistas y el software de instalación temprana es el más difícil de reparar y rediseñar.
Tengo predilección por apoyar mujeres que, desde cualquier perspectiva ideológica y desde cualquier marco familiar y/o laboral, deciden hacer algo más en términos de su empoderamiento. Deciden, por ejemplo, reconocer algunas de las tareas y conversaciones implicadas como duras, difíciles, por sus implicaciones frente a la visión de esposos, padres, hermanos, jefes, compañeros (me refiero a hombres, aunque por el carácter machista de nuestro lenguaje el todo aglutinante es masculino) y también la dureza y la incomprensión de otras mujeres, a veces cercanas.
Sin embargo, las que estamos dedicadas a extender lo antes posible la igualdad de género en todos los espacios de poder, especialmente en los que se articule y decida sobre lo común, sobre lo que afecta a otros, sabemos que hay otras mujeres que viven e interpretan lo que sucede con mínima sensibilidad y ante ello, cabe esperar y promover sororidad, sin importar cuál sea su posición política.
Tenemos que ayudar a la que da un paso al frente en su casa, en su empresa, en su asociación, su partido, su iglesia, su mundo. Tenemos que cerrar el paso a la diferenciación por razones ideológicas o por contextos nacionales y culturales, para ofrecer empatía y acompañamiento a cualquier mujer y a cualquier grupo de mujeres que, más allá de reclamar, hace por si misma lo que nadie más va a poder hacer, tomar conciencia de su ser, de su derecho inalienable a pensar y transformar su realidad por sí misma, insertarse en la sociedad aspirando a todo lo que quepa aspirar a un ser humano y más, porque ser humano incluye esa extraña pretensión de re-crear el mundo a nuestra imagen y semejanza, por lo que también diosa, madre de diosa e hija de diosa, debemos aprender a ser.