Venía oyendo un programa de radio de César Miguel Rondón y de pronto anuncia la entrevista con un médico ginecólogo que venía a hablar sobre la menopausia. Ya de entrada se me agrió la digestión al pensar que, para tratar un tema como ese, hubiese sido mucho más pertinente conversarlo con una experta médica ginecóloga, que las hay. Pero el colapso me llegó al intestino cuando el invitado empezó a explicarle a César Miguel los síntomas que nos aquejan a las mujeres cuando dejamos de menstruar.
Hablaron de sudores, calorones, insomnio, sequedad vaginal y cambios de humor. No deja de ser curioso oír la charla entre hombres acerca de nuestra biología y nuestra psicología con aquel sentido de autoridad y condescendencia al mismo tiempo. Hasta el chofer de mi taxi le dio volumen como para enterarse y quizás sentirse un experto cuando tuviera que explicárselo a su pareja.
No pude dejar de tuitear en contra de tal acción, sobre todo cuando el experto dijo que la terapia de reemplazo hormonal era un imperativo porque “las mujeres de 50 y 60 de ahora son mucho más activas, inteligentes y despiertas que las de antes”, y que en función de eso había que alargarnos en el tiempo el perfil hormonal como para que sigamos siendo mujeres fisiológicamente productivas. Para seguir siendo mujeres pues.
O sea que insultó a las de la generación de mi madre y abuela, y además definió lo que es ser o no una mujer, todo en menos de 5 minutos. Y para colmo prescribió lo que las mujeres tenemos que hacer con nuestro cuerpo, basado en supuestos estudios científicos que nos obligan a tomar pepas o recurrir a sus métodos para ajustarnos a un modelo de mujer que ha definido el patriarcado, siempre marcadas por la biología.
Dos cosas quiero resaltar con esta anécdota: 1. La escasa participación de mujeres en programas de opinión o foros o paneles, incluso para hablar de temas que nos aquejan 2. La generalización de indicaciones médicas a las mujeres siguiendo la lógica sanitaria masculina.
Que somos las menos convocadas a paneles es un hecho. Excusas habituales: las invitamos y no vinieron, es que no hay expertas, para un próximo evento nos encantaría tenerlas y escucharlas (la invitación nunca llega), o como me dijo un chamo por Instagram ante mi reclamo por la composición 100% masculina en el Congreso de Estudiantes de Economía de la UCAB “a estudiar para ver si algún día pueden hacer algo más que quejarse, a lo mejor participar en foros”. Está claro el espíritu varonil envuelto en su consejo ¿verdad?
Favorablemente esta misma semana un grupo de hombres del ámbito de las Ciencias Sociales en España, emitió un feliz y oportuno comunicado difundido por la cuenta @No_sin_mujeres estableciendo que: “Los miembros de esta lista nos comprometemos públicamente a no participar como ponente en ningún evento académico (Conferencia, Congreso, Jornadas o similar) o mesa redonda de más de dos ponentes donde no haya al menos una mujer en calidad de experta”, e invitan a sumarse a la lista como académico o profesional de las Ciencias Sociales. Ya van más de 500 a la fecha. Es un ejemplo que invito a muchos de mi país a seguir a ver si los organizadores se la piensan antes.
El otro punto, el que los hombres médicos diagnostican y recomiendan tratamientos a las mujeres sin hacer real distinción de género, está super bien recogido en el libro de Carme Valls Llobet “Medio Ambiente y Salud: Mujeres y hombres en un mundo de nuevos riesgos’. En una reciente entrevista a elconfidencial.com, la española experta en Endocrinología declaró: “Uno de los mayores errores de la medicina es decirle a la mujer lo que tiene que hacer. No es para menos. Un dato más que llamativo es que la mayoría de los estudios científicos hasta la década de los 90 no las incluían a ellas ni tampoco se valoraba si sus resultados afectaban de forma diferente a hombres que a mujeres. El principal problema de esta desigualdad radica en que la ciencia médica ha extrapolado los remedios farmacéuticos destinados al género masculino al femenino, con las graves consecuencias que eso conlleva, como la sobre medicación de los cuerpos de las mujeres, expuestos a dosis excesivas…”
Este es un caso patético que demuestra lo poco escuchadas e involucradas que estamos las mujeres en las investigaciones y tópicos que nos incumben, y prueba de cómo los “expertos” se sienten con licencia para explicarnos a nosotras lo que somos, lo que nos pasa y lo que tenemos que hacer. Si no somos dueñas de nuestro propio cuerpo dime tú dueñas de qué vamos a ser.
Ambos aspectos, la forma y el fondo, son caras de una misma moneda. La moneda machista que supone que nosotras no sabemos lo suficiente, que ellos nos tienen que explicar todo y que diferenciar por género en cualquiera de los temas que se abordan, incluso en los más íntimamente femeninos, es poco menos que inútil porque el poder está de aquel lado y se quiere mantener así, qué duda cabe.
Escuchar exige respeto, validación, legitimación del otro como diferente y autónomo. Los hombres tienen que escuchar y respetar más, y hablar y explicar menos. Yo sé que fueron criados para lo contrario, pero hagan un esfuercito vale. Mientras no exista voluntad de cambio real y se evite caminar hacia una sociedad más inclusiva y paritaria, las mujeres seguiremos estando por fuera y escuchando barrabasadas como las del programa de radio de aquel día.