En un liceo en Vargas, la directora decide que las niñas no recibirán más clases de deportes. La causa: la profesora que impartía la materia se retiró del plantel y en su lugar contrataron a un adulto joven. Ella considera que las niñas podrían estar en peligro de ser abusadas y decide que de ahora en adelante solo recibirán educación física los varones. Las niñas se quejan pero no son escuchadas. Muchas son buenas en vóley y kickingball. El colegio les abre una cátedra de manualidades para que usen el tiempo mientras sus pares se divierten jugando en la cancha.
En otro colegio, pero en Valencia, un grupo de niñas de bachillerato se queja ante la dirección porque a ellas les está prohibido usar pantalones, solo falda. Argumentan que no se sienten libres ni cómodas para estar en la plaza o en el parque, que tienen que estar cerrando las piernas en el pupitre, que sus compañeros las acosan. Por ello, piden usar pantalón. Les responden que perderían su condición femenina al igualarse a los hombres. Ellas responden que entonces les permitan elegir usar falda o pantalón y la que quiera seguir siendo “femenina” lo sea. La dirección explica que no sería justo con los varones que ellas pudieran elegir, y ellos no. Las chicas replican sugiriendo que entonces les den la opción para que los chicos decidan si quieren usar faldas, que no los limiten. El consejo directivo califica la respuesta de burla y se cierra el caso. Se mantiene la falda obligatoria para ellas.
Un chofer de taxi en Maturín, ex ejecutivo de pdvsa, me comenta que tiene dos hijos: una “hembra” y un varón (nótese la distinción biológica – hembra- por debajo de la social -varón-) y que decidió quitar a la niña del colegio porque los ingresos no le dan. Le pregunto que por qué la saca a ella, si es que tiene bajo rendimiento comparado con el hermano. Me dice “¡no que va! Ella es mucho más aplicada, lo que pasa es que ya tiene 13 y le están saliendo las teticas, esa ahorita se preña y pierdo los reales. En cambio, al varón lo voy a preparar para ir a la Universidad”
Una gerente de Recursos Humanos recibe la solicitud de aumentar significativamente el sueldo a un gerente porque “está percibiendo menos ingresos que su mujer y el pobre está deprimido”. Ella objeta la orden, alegando que, si a este empleado se le ajusta su paquete salarial, a otras tres mujeres que están en su mismo rango también deberían hacerlo para que ellas no ganen menos que sus correspondientes esposos, dado que hacen el mismo trabajo con la misma dedicación horaria y nivel de responsabilidad. El director general amenaza con removerla del puesto por conflictiva. Ella ejecuta la orden, necesita su trabajo.
Estas cuatro indignantes anécdotas son de enero 2018, no son historias de la edad media. Ocurren en Venezuela, pero bien pueden pasar en cualquier parte del mundo. Son historias cotidianas, que pasan por debajo de la mesa, como parte del paisaje social patriarcal que refleja el concepto de sumisión, postergación, discriminación a que estamos sometidas las mujeres, y marcan con claridad cómo los privilegios quedan siempre del lado masculino: hacer deportes a placer, usar vestimenta cómoda para poderse mover a voluntad, contar con los recursos económicos y el apoyo familiar para hacerse profesional, devengar un sueldo mayor que las mujeres que hacen su mismo y hasta más y mejor trabajo. Todo por haber nacido hombres.
Uno oye estos cuentos y entiende por qué tantas mujeres abandonan la carrera para destacarse en ámbitos de lucha competitiva. ¡Es que sistemática e históricamente nos han dejado por fuera! Ni siquiera la opción a elegir está siempre abierta para nosotras. Y después hablan de meritocracia como criterio para ascender a posiciones de poder. ¿De dónde vamos a obtener los méritos que hacen falta si desde chiquitas, desde niñas, nos eliminan las posibilidades? ¡Abran los ojos! Esto pasa a diario y nadie lo objeta. ¡A las feministas nos dicen enrolladas por señalarlo y quejarnos, pero es que no hay nada inocente aquí! Es la dominación machista en vivo y directo.
Estoy que fundo una liga de la justicia feminista para que con un “rayo feminizador” eliminemos esas infelices decisiones sesgadas por género, que cercenan, limitan y niegan las aspiraciones de tantas muchachas jóvenes que tienen derecho a ser y hacer lo que ellas quieran con su vida.
Cuando este tipo de cosas no pasen más, ese día celebramos a la Mujer. Mientras, es un saludo a la bandera.
Foto tomada de vocesvisibles.com
Newer
Yo sí tengo algo que decir.
Older
DECLARACIÓN DE LA ALIANZA VENEZOLANA EMPRESARIAL POR EL LIDERAZGO DE LAS MUJERES (AVEM) EN EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA
Comment (1)
-
Extraordinario! Esa es la realidad en todas las esferas de la sociedad. Quien no lo vea es porque está tan cómodo o tan sometido con el estatus quo imperante, que decide que es mejor «dejarlo así».
Cuando una mujer se atreve a enfrentar una situación incómoda, inadecuada, injusta, o perjudicial para si misma, su reputación o sus intereses.. No se acepta como una reacción legítima a una situación que demanda respuesta, sino que se señala a la persona, a la mujer como conflictiva, problemática. Lo que se esconde al centrarse en la persona y no la situación, es el deseo de descalificar desde la raíz: no es asunto de la situación, es esa «mujer poco digna de confianza». Porque no hay nada que le genere más desconfianza al patriarcado, que una mujer que no sabe instintivamente ocupar su lugar de obediente y sonriente sumisa, temerosa del poder.
Poder que no es, y jamás será suyo. Porque pasan a diario y en todos los ámbitos de la sociedad, historias como las que cuenta Susana hoy. Nadie va a regalarnos nada.
Las mujeres tenemos las capacidades para construir y defender no solo nuestra reputación sino también nuestros intereses personales y profesionales. Tenemos muchas cosas en contra! hay pocas oportunidades de ser evaluadas igual que a un hombre en la misma situación, de ser reconocidas y respetadas como usuarias legítimas del poder. Debemos estar dispuestas a seguir adelante a pesar de los traspiés… Porque detrás de nosotras vienen muchas más. Hay que abrirles el camino.