Por Carolina Scott
Hace menos de 5 décadas era el más moderno y elitista sistema educativo para las chicas postulantes a insertarse en sociedad. Se les enseñaba oficios útiles para su futura cotidianidad tales como: coser, bordar, cocinar, pintar y modales de buena anfitriona. Todo un privilegio de formación que los padres costeaban incluso a pesar de estrecheces económicas. Posiblemente, en una familia de numerosas damiselas, solo la que representaba mayor potencial era electa para la formación, mientras el resto de sus hermanas quedaban relegadas a aprender empíricamente en los corredores y fogones del hogar.
Estos centros de estudio quedaron en el olvido, no existen porque la sociedad es diferente. La actualización del pensum académico acorde a las demandas del mundo moderno no acompañó la formación con base en un imaginario del tipo de trabajo que efectúan en “exclusiva” las mujeres. Hoy tenemos acceso a cualquier educación o puesto de trabajo, aunque sea en desventaja, pero asumiendo que no es el sexo el que determina una u otra profesión, oficio o hobbie.
Amparadas por políticas públicas de equidad de género en el ámbito civil, laboral y económico, las mujeres ya no somos sometidas a tales enseñanzas. Porque desde hace medio siglo se reconocieron los derechos de las mujeres del país promoviendo integración e igualdad. Aún tenemos mucho que corregir, pero las bases están puestas.
Posiblemente lo que no saben las nuevas generaciones es el costo que pagaron las mujeres que nos precedieron para que tales reivindicaciones sean hoy derecho adquirido para todas sin distinción. No siempre fue así, de hecho, apenas estamos saboreando los frutos de las conquistas logradas luego de muchas luchas, como el derecho al voto (desde 1.947), acceder a la universidad (1926), participar en disciplinas deportivas, reclamar patrimonios por separación conyugal o herencias, y administrar a criterio nuestra autonomía.
Cuando mi sobrina Carla Sofía sea mayor quizá considerará demodé el movimiento feminista, al menos como hasta ahora ha sido. Ella formará parte una sociedad que trascendió los obsoletos mandatos avalados por centros de poder patriarcales que usaron el género como excusa de desigualdad y sometimiento. Infiero que no sabrá como coser el botón a una camisa, bordar un pañuelo o servir la mesa para una ocasión especial, ¡o tal vez sí! pero gozará de todas las oportunidades a elegir según sus intereses. No como nuestras antepasadas que, bajo férreas luchas, expuestas a degradaciones y rechazos, conquistaron para generaciones futuras terrenos de igualdad y libertad.