La cultura occidental y específicamente el nacimiento de la medicina moderna, tiene sus raíces nutridas por el saber de los filósofos y médicos griegos de la antigüedad. La autonomía del saber médico en Occidente se consolida a principios del siglo XIII, siendo un privilegio sólo de los hombres de la clase elitista y solía ser hereditario. Eran excluidos de este saber los judíos, hijos de verdugos, bastardos y las mujeres.
Traeré al texto algunas aseveraciones de los sabios griegos más conocidos acerca del cuerpo de las mujeres*:
Hipócrates (Siglo V a. C.), médico griego, considerado “padre de la medicina” y de la ética médica, propuso la Teoría Humoral de Medicina, según la cual, en palabras inteligibles, el cuerpo humano está compuesto de cuatro fluidos o humores: sangre, flema, agua y bilis, por lo tanto, cualquier desequilibrio de estos fluidos causaba enfermedades.
La teoría humoral fue generada en base a la observación del cuerpo masculino, lo que se traduce en que el cuerpo del hombre fue el referente de “normalidad”; partiendo de ello, para la medicina hipocrática la pérdida de sangre menstrual de las mujeres fue observada con extrañeza, era un evento fisiológico que no les ocurría a ellos. Así que, el cuerpo de las mujeres fue concebido como un cuerpo húmedo de secreciones, frío y débil por el desequilibrio humoral.
Hipócrates en su tratado acerca de Enfermedades de las mujeres, afirma:
Dormirá con su marido en las épocas oportunas, porque si recibe el semen y queda encinta, se purgará al dar a luz y con esta purgación se eliminarán las materias que estaban retenidas: de esta manera recuperará su salud.
Platón (siglo V a.C.), filósofo ateniense, coincide con Hipócrates y los antiguos al analizar las enfermedades provocadas por el útero, afirmando que:
“…en las hembras, lo que se llama la matriz o útero es como un ser vivo poseído del deseo de hacer niños. Cuando durante mucho tiempo y a pesar de la estación favorable, la matriz permanece estéril, se irrita peligrosamente; se agita en todos los sentidos en el cuerpo, obstruye los pasajes del aire, (…) coloca al cuerpo en las peores angustias y le ocasiona otras enfermedades de toda clase …”
Aristóteles (Siglo IV a. C.), filósofo, polímata y científico, discípulo de Platón, coincidiendo con su maestro, afirma que:
… los hombres eran el género humano, el elemento generador de la especie, pero además sustenta que en un momento determinado degeneró el principio de lo masculino-humano; hombre-varón, esa degeneración produjo el aparecimiento del genos mujer-femenino, -salto atrás de la especie humana- aparecidas las mujeres no le queda más remedio a la humanidad que cargar con esa cruz de las mujeres.
Galeno (año 129 d. C.), filósofo y médico, conocido como “El príncipe de los médicos”, seguidor de la medicina hipocrática, sostenía:
“La función del útero será la de recibir el esperma. La razón de su imperfección radica en que es más fría y húmeda que el hombre: Así como entre todos los animales, el hombre es el más perfecto, igualmente en la especie humana el hombre es más perfecto que la mujer”.
Como la medicina de la antigüedad tomó como referente de “lo normal” el cuerpo humano masculino, en la lectura explícita e implícita de todas las aseveraciones antes referidas, el útero ocupa el discernimiento de los médicos y desde su entendimiento la mujer es concebida sólo como reproductora. En tanto el útero rige la humanidad de la mujer y su salud estaría sujeta a la maternidad, el placer de la mujer como derecho de un cuerpo/psiquis sexuada está anulado en los discursos médicos antiguos.
La filosofía griega aristotélica afianzó la interpretación que el cuerpo de las mujeres, por ser diferente al del hombre, era inferior, es decir, -legitima la diferencia como inferioridad-, surge la concepción del género que ha prevalecido en Occidente hasta el presente.
Los precursores de la medicina moderna tenían en su poder la tarea de hablar del cuerpo femenino y de sus procesos. Siendo herederos de la medicina hipocrática, centraron su atención en aquello que les era ajeno a su cuerpo, como el útero, las menstruaciones, el embarazo, el aborto; quizá, hicieron un esfuerzo por comprender las diferencias entre los sexos, pero lo hicieron en términos jerárquicos: la mujer es más pequeña, el cerebro es más pequeño, sus tejidos más húmedos. Lo que no era igual a ellos, no era diferente, sino inferior.
Con el correr del tiempo, fue perdiendo privilegio el pensamiento platónico. La medicina moderna descubre que el útero era un órgano, pero, además, podía ser controlado/manipulado, conllevando a que el útero nuevamente ocupara el centro de interés, ahora como órgano, pero con la misma concepción, es decir, siguió siendo la razón de la patología de la mujer.
En la antigüedad y en la modernidad el —útero centrismo— ha sido una constante de la salud/enfermedad de las mujeres… No en vano, la medicalización del parto/nacimiento, la histerectomía, el reemplazo hormonal y la cesárea han primado el quehacer de la ginecobstetricia.