Para nadie es fácil gobernar, pero para las lideresas la dificultad es mucho mayor, sobre todo si se fija el compromiso de trabajar por la defensa de los derechos humanos de todas las mujeres, en otras palabras, una agenda feminista. Ellas se enfrentan a una variedad de desafíos, tanto dentro de las estructuras como fuera de ellas, que pueden llegar a dificultar su capacidad para implementar cambios significativos y sostenibles. Obstáculos sistémicos, estereotipos sexistas, resistencia abierta o sutil y presiones socioculturales de toda índole les entorpecen el camino.
Un estudio reciente, realizado con 913 mujeres líderes de cuatro sectores económicos en EEUU, encontró que las mujeres en el poder son criticadas con tanta frecuencia y por tantas cosas que ya están acostumbradas a recibir ese menosprecio, y en lugar de cuestionar el sistema, se lo toman como algo personal y hacen denodados esfuerzos por mejorar.
En concreto, la investigación reveló hasta 30 características y cualidades femeninas como puntos de crítica que llevan sesgadamente a pensar que, haga lo que haga, ella nunca está bien. Son penalizadas por cosas como su tono y volumen de la voz, edad, apariencia física, clase social, color de piel, estilo de comunicación, identidad cultural, restricciones alimentarias, educación, historia previa de empleo, etnicidad, salud, habilidades intelectuales, estatus marital, nacionalidad, ocupación, posición, estatus parental, personalidad, habilidad física, preferencias políticas, maternidad, raza, religión, residencia, seniority, orientación sexual y estatus financiero.
Esa presión hacia la conformidad lleva a muchas a verse obligadas a hacer concesiones, decidiendo poner a un lado sus políticas feministas, con el objetivo de ganar apoyo o evitar conflictos. El problema es que van a ser criticadas tanto por no ser lo suficientemente radicales como por ser demasiado radicales, lo que crea una situación de «damned if you do, damned if you don’t.»
Esos señalamientos centrados en lo personal buscan desenfocar el verdadero epicentro de esta lucha que es estructural y sistémico. La resistencia institucional, que se arma y defiende con prácticas burocráticas y normas tradicionales, existe para mantener el status quo, por ello son inherentemente opuestas a cambios progresistas. Sus máximos defensores son las y los líderes conservadores que se oponen pasiva o activamente a las políticas feministas, actúan bloqueando iniciativas y crean un entorno hostil al limitar la discusión de programas que consideren amenazantes o rompedores de valores tradicionales.
Para todo esto hay que estar preparadas
Este cuadro se ha agravado con el resurgimiento de movimientos antifeministas de extrema derecha, organizados activamente para oponerse a cualquier avance a favor de la igualdad. Además, ejercen presión para buscar que estas lideresas se adapten a las normas patriarcales y modos tradicionales de operar dentro de la estructura de poder.
Las feministas a menudo son minoría en posiciones de liderazgo. Esto por lo general se vive con sentimientos de aislamiento y falta de apoyo, sobre todo cuando se les aplican tácticas de exclusión, como no ser invitadas a reuniones claves ni considerar sus opiniones ante decisiones importantes. Las manifestaciones de acoso, microagresiones y discriminación abierta, tan normalizadas en las mujeres, en el caso de ser feministas son más acentuadas, ya que suelen ser utilizadas como herramientas para socavar su autoridad y disuadirlas de seguir adelante con sus agendas.
Las campañas de desinformación y estigmatización pueden desacreditar las políticas feministas y a las mujeres que las promueven. Vemos con frecuencia como muchos medios retratan negativamente a las feministas en el poder, enfocándose en aspectos irrelevantes de su vida personal o distorsionando sus propuestas. Son múltiples los casos de ataques mediáticos públicos y de cobertura sesgada, mostrando por ejemplo sólo situaciones de marchas de protestas con manifestaciones cargadas de ira, pero no le dan voz a las que hacen lobby o piden de forma institucional atención a sus problemas.
Encima de todo esto las feministas suelen ser objeto de ataques, burlas, amenazas y acoso presencial y en línea, generando consecuencias dañinas para su bienestar mental y emocional. Esta es la razón por la que algunas jefas de Estado han dimitido, como vimos recientemente en los casos de Jacinda Ardem y Sanna Marín.
Triunfos feministas.
A pesar de estos obstáculos muchas feministas continúan trabajando incansablemente para promover la igualdad y la justicia social, utilizando su conocimiento y liderazgo para desafiar las normas patriarcales y lograr un cambio significativo desde sus posiciones de poder.
Entre las políticas y programas gubernamentales que han tenido éxito en promover los derechos de las mujeres y la igualdad a pesar de las resistencias encontradas podemos mencionar la Ley de Igualdad Salarial en Islandia, la Licencia Parental en Suecia, la Ley de Cuotas de Género en Noruega, los Programas de Empoderamiento Económico en Bangladesh, la Ley de Igualdad de Género en Ruanda, los Programas de Sensibilización sobre Violencia de Género en España, los planes de Salud Reproductiva en México, entre muchos otros que están ahí para ser copiados e inspirarnos a actuar y persistir.
Todos estos triunfos feministas han sido impulsados y promovidos por lideresas que han sabido utilizar sus posiciones para abogar por cambios estructurales y culturales que benefician a todas las mujeres. La solidaridad, la formación de alianzas y el apoyo continuo de la comunidad de mujeres poderosas son cruciales para enfrentar y superar estos desafíos. Sigamos.