Hace unos días, navegando por las redes sociales, me llamó la atención el odio que provocó el comentario de una usuaria que expresaba su deseo de no casarse y de no tener hijos nunca. Su anhelo consistía en vivir únicamente acompañada por su perro. Una simple e inocente aspiración personal que desató una tormenta de misoginia por parte de algunos hombres.
Al parecer la simple idea de una mujer soltera y feliz es una ofensa que desafía la estructura patriarcal en la que algunos hombres están inmersos. No puedo evitar preguntarme ¿Por qué les molesta tanto la libertad de las mujeres? ¿Acaso la felicidad de las mujeres fuera del matrimonio es algo intolerable?
Cada una de estas preguntas tiene la misma respuesta: nuestra sociedad sigue siendo profundamente misógina. La libertad de las mujeres genera incomodidad y miedo en aquellos que no desean perder el status quo; se percibe como una amenaza a su poder y control sobre los cuerpos y las decisiones de las mujeres.
En este sentido vale la pena mencionar que un estudio realizado por la Universidad de Warwick en el Reino Unido, demostró que las mujeres casadas tienden a ser menos felices que los hombres casados. La carga de los cuidados y tareas domésticas que recae sobre las mujeres en el matrimonio, sin duda, afecta su bienestar emocional, por lo tanto no es descabellado que cada día más mujeres decidan hacer de la soltería un modo de vida.
¿Se puede estar casada y ser feliz? Por supuesto. Creo que somos perfectamente capaces de construir relaciones sanas, equitativas, horizontales y no violentas, donde se compartan las cargas y responsabilidades y donde ambas partes trabajen por conseguir sueños en común y se apoyen para conseguir sueños individuales.
Lo importante es que la decisión de permanecer soltera o casada, de tener o no hijos, es una elección personal que no debería estar sujeta a la opinión o aprobación de nadie. Las mujeres, al igual que los hombres, tenemos derecho a perseguir nuestros sueños y anhelos sin ser juzgadas.