El muy conocido modelo familiar de hombre proveedor y mujer ama de casa trajo aparejado el control masculino de las finanzas familiares. Desde que las mujeres también salieron a trabajar de forma remunerada a mediados del siglo pasado y comenzaron a percibir ingresos, los arreglos familiares en torno al dinero adoptaron distintas formas, algunas más igualitarias que otras, pero persistió la idea de que las decisiones monetarias son un asunto masculino.
El dinero se considera como algo relacionado con la razón y el poder, y por ello, dentro de la lógica de los sesgos y estereotipos de género, su manejo corresponde a los hombres. Por esto, ellas delegan la gestión económica, incluso cuando generan más ingresos, para ellos ejercer el control, revitalizando así el mandato machista.
Las mujeres hemos estado criadas para la dependencia del varón. Por tal motivo, para ser autónomas tenemos que modificar los modelos internalizados de dependencia que todas tenemos incorporados. A pesar de los avances feministas en la materia, el modelo patriarcal, que se caracteriza por ser jerárquico, autoritario y discriminatorio, es ejercido aún por muchos hombres y también por algunas mujeres cuando acceden al dinero y al poder.
La verdadera autonomía financiera tiene que ver con sentir que es legítimo tomar decisiones en torno al dinero y asumir las consecuencias de esas decisiones con pleno derecho. El caso es que muchas mujeres aun teniendo su propio dinero, siguen dando justificaciones por las decisiones que toman al usarlo.
En este momento, millones de mujeres son proveedoras económicas tanto en países desarrollados como subdesarrollados, como producto de su esfuerzo laboral y sus emprendimientos. Pero a pesar de generar dinero, en su mayoría viven en la pobreza, la desigualdad, la discriminación y la violencia. La independencia económica que muchas de ellas poseen no siempre se traduce en una real autonomía y esto ocurre sin importar la clase social a la que pertenezcan.
Investigación de respaldo
Estas premisas han sido corroboradas suficientemente en el estudio realizado con 349 mujeres de Iberoamérica “Empoderamiento Económico de las Mujeres y su Inclusión Financiera” por Collazo, Andrea y Seara, Marita (Visionarias); Jiménez, Raquel (Igualdad y Diversidad); Marcano, Vanessa (MOMs Data) y Méndez, Roser (Komorebi Solutions), llevado adelante en 2023, con aliadas estratégicas, como Promujer, Fundación de Microfinanzas del BBVA, Innovatia 8.3, Teresa Baró y FeminismoINC. Sus hallazgos desarticulan muchas fantasías sobre la supuesta equidad económica que le atribuimos a las mujeres emprendedoras, ejecutivas y empresarias.
Dos aspectos de este estudio me llamaron la atención. Uno, mantener el dinero guardado en casa como una forma de ahorro es una opción que reveló emplear el 30% de las encuestadas. Desde la visión feminista, la necesidad de apartar y esconder el dinero ocurre en muchas sociedades porque sienten que el dinero no les pertenece, aun cuando sean ellas las que lo generen. En palabras de la antropóloga cultural mexicana Marcela Lagarde “lo guardan en la búsqueda de su disponibilidad como paso a la autonomía y la libertad inconscientemente vividas como experiencias transgresoras”.
Dos, en las respuestas cualitativas, me conmovió particularmente esta: “A mí me quedan a los 56 unos 20 a 25 años de vida o más, de acuerdo a mi genética y salud actual. ¿Hasta cuándo debo trabajar? ¿Será que tendré cabida en el mundo corporativo con el edadismo? No quiero depender”. Es un testimonio formulado desde la impotencia, la frustración, el miedo. El desconocimiento del uso y comprensión de las herramientas existentes en el mercado o el hecho de que el Estado o las empresas financieras no hayan pensado en las necesidades de este “segmento” que compone la mitad de la población, genera en muchas mujeres esta sensación de vulnerabilidad y desamparo.
Las mujeres administramos la caja chica
Como dice Clara Coria en su libro “El sexo oculto del dinero”, no es lo mismo tener plena autoridad sobre la distribución de “la caja chica”, que corresponde al dinero de uso cotidiano para los gastos menores de la casa, que disponer de “la caja grande”, que supone tomar decisiones sobre bienes o inversiones importantes. No es lo mismo ser la titular de una tarjeta de crédito, por ejemplo, que utilizar una extensión de la de la pareja.
Son los “poderes menores” los que asumimos y detentamos nosotras. Lejos de empoderarnos, el manejo del dinero para las compras cotidianas pasa a ser un trabajo doméstico rutinario más. Coria sostiene que las mujeres debemos abandonar el paradigma del poder oculto y luchar por ocupar espacios del poder público, para salir de la trampa que nos coloca al servicio del patriarcado y que se refleja en el manejo de las finanzas.
No queremos depender
Las mujeres estamos cada vez más conscientes de nuestras falencias y brechas en el desempeño de nuestra economía personal. Favorablemente, la teoría feminista ha venido a rescatarnos arrojando luz en esta materia. Por eso decimos hoy que sabemos que la mayoría de nosotras hemos alcanzado independencia económica, pero queremos más autonomía financiera.
Creo que es fundamental pensar y hablar sobre las condiciones que el modelo tradicional de poder nos pone a jugar en torno al dinero, para encontrar como sociedad formas más solidarias y saludables de coexistencia en cuanto a la gerencia de los ingresos y la toma de decisiones financieras.
Es necesario que los hombres y las empresas del sector estén dispuestos a modificar el monopolio de recursos que han sostenido hasta el momento y apostar por la eliminación de este modelo generador de inequidad, control y violencia hacia las mujeres. Las mujeres no queremos depender más, queremos igualdad.