En una tarde de conversación, café y galletas, mi amiga @rininki de @podervioletavzla me hizo una pregunta (con reflexión incluida) que me dejó pensando durante varios días: ¿A cuántas cosas he renunciado a lo largo de mi vida o cuántas cosas he hecho de manera consciente o inconsciente solo por querer encajar en los estereotipos y roles de género?
Primero pensé en cosas básicas cómo usar maquillaje o tacones, pero luego comencé a recordar todas aquellas veces que rechace invitaciones a la playa a último minuto por no estar depilada, en todo el dinero que gasté luego en las sesiones de depilación láser para acabar con “el problema”, en las veces que me quede callada aun sabiendo que tenía la razón para no quedar como intensa, en aquellos dolores menstruales que intenté disimular para que no me dijeran exagerada y en todas esas veces que he llorado escondida en algún baño por temor a parecer demasiado sensible.
También pensé en esas historias que les he escuchado a las mujeres que me rodean, las que odian cocinar pero no se atreven a admitirlo, las que se sienten agotadas pero la culpa no las deja parar ni un momento, las que se han sometido a operaciones estéticas de las cuales después se arrepintieron, las que han renunciado a sus sueños para dedicarse a los cuidados porque es lo que se espera de ellas; a las recién paridas que frecuentemente se les aconseja no descuidar al marido independientemente de todo el proceso por el que ellas estén pasando, las que dicen que ganan menos dinero de lo que en realidad ganan o fingen no ser ambiciosas para que sus pretendientes no se sientan intimidados y ni hablar de aquellas amigas de la adolescencia que llegaron a pensar que por ya no ser vírgenes habían perdido su “valor”.
¿Cuántas heridas invisibles nos ha causado y nos sigue causando el patriarcado? Los estereotipos de género son una cárcel y nadie puede ser verdaderamente libre dentro de una cárcel.
A veces se piensa que por ser feministas estamos exentas de sentir presión por encajar con los estereotipos de género y la realidad es que nadie lo está. Las personas somos seres sociables por naturaleza y nos duele el rechazo. En mi caso, a pesar de ser una eterna rebelde, sigo trabajando para enfrentar mis miedos y desechar costumbres, pero mi camino como feminista me ha enseñado que esa deconstrucción es un proceso largo, que no es lineal y en él sigo descubriendo obstáculos, algunos más visibles que otros, pero todos con el poder de hacer daño.
Desde mi rincón en el mundo no encuentro una mejor forma de sanar y de derribar estos obstáculos y prejuicios patriarcales que no sea hablando y escribiendo sobre ellos hasta que dejen de ser percibidos como normales.