Las que se quedaron atrás: una vida tras las rejas.

Las que se quedaron atrás: una vida tras las rejas.
junio 27, 2023 Michelle Morales Picott
feminismo

Difícilmente nos tomamos un momento para pensar en aquellas mujeres que se encuentran injustamente privadas de su libertad, esas que hoy se despertaron en una pequeña celda de dos metros cuadrados, que viven en situaciones de hacinamiento, que no tienen acceso a ningún tipo de comunicación con sus familiares; aquellas que son madres y que el tiempo les corre demasiado rápido como para no perder la esperanza de ver a sus hijos crecer, las que son también víctimas de abuso sexuales, las que no tienen acceso a servicios de salud, las que viven entre pequeños rayos del sol, si es que acaso pueden gozar de ese privilegio en el que se convierten cuarenta y cinco escasos minutos para respirar algo distinto al olor de la desesperanza y el abandono que se vive en las celdas de cualquier cárcel en Latinoamérica. A esas mujeres, madres, hermanas e hijas, les dedico este artículo.

Para iniciar, debo confesar que se me hace imposible enmudecerme, enceguecerme y ensordecerme frente a todos aquellos temas que resultan incómodos para el común denominador, esos que causan escozor y que preferimos ignorar, por supuesto, siempre y cuando no altere o transforme nuestras realidades personales, ya que si nos trastoca, nos convertimos en fervientes defensores o defensoras, expertos y eruditos en la materia, siendo lamentable que sea necesario vivenciar ciertos tipos de experiencia y/o crisis para alzar nuestra voz en contra todas esas situaciones injustas, desagradables e incorrectas que ahora si percibimos como lesivas de nuestros derechos o que afectan directamente nuestros intereses.

Así que me pregunto: ¿Por qué no cuestionamos de manera permanente todo aquello que no se siente bien? ¿Nos interesa tan poco el bienestar del otro? ¿Es una realidad que vemos tan distante que se confunde con la ficción? ¿Aprendimos a ser tan egoístas que pasamos de largo frente al sufrimiento ajeno? ¿Estamos tan adormecidos que la justicia, la igualdad y la libertad significa tan poco o nada?

Mientras logramos ponernos de acuerdo sobre la veracidad de las respuestas que damos a estas preguntas y buscamos un cristal común a través del cual podamos percibir las realidades que nos arropan a todos, me gustaría invitarlos a hacer un pequeño ejercicio de empatía conmigo:

“Imaginemos que nos encontramos en el medio de una pequeña habitación, en donde la libertad de movimiento es verdaderamente restringida, el piso se encuentra polvoriento y manchado; la pared que, alguna vez fue azul, se encuentra agrietada, con filtraciones, moho y, por supuesto, con restos de pintura que podemos tomar con la mano para retirar, sin olvidar que unos breves minutos en este sitio pudiese convertirse en un coctel mortal para alguien que sufriese de problemas respiratorios; la temperatura es gélida y la luz blanca en el techo resulta irritante. A este punto, tenemos el tiempo suficiente allí adentro para percibir el olor a metal oxidado de la reja y/o barrotes que son la puerta de entrada a este lugar, la textura no es lisa, sino que conserva relieve, si se acercan y colocan sus manos encima de estos, van a poder percibir que es frío y que, si se frotan con rapidez o desespero, pueden ocasionar pequeñas lesiones en las manos que deberán tratar rápido sino quieren que esta historia se complique.

Si miran a la derecha, sobre el suelo, podrán visualizar un pequeño colchón individual, viejo, maloliente y sucio, cubierto por un par de sábanas percudidas. A su mano izquierda, verán el retrete, tan sucio y manchado que la mirada se pierde en ese hoyo negro de desagradables sorpresas.

No hay entrada natural de aire, tampoco de luz. Con el paso de las horas, el foco de luz comienza a encandilarte y el cuerpo reacciona frente al frío que invade la habitación por el conducto en la pared; empiezas a preguntarte si en algún momento la temperatura será regulada hasta una temperatura tolerable y, sin saber qué hora es, deseas como nunca que anochezca con la esperanza de que las luces se apaguen. Este será tu nuevo hogar por los próximos años, no sabes por qué estás allí, tampoco sabes cuando saldrás.

Empiezan a pasar los días y es fácil perder la noción del tiempo si te encuentras en aislamiento; la privación de estímulos comienza a hacer efecto en ti pero, tu mente, desesperada por encontrar algún sentido, relación y orden, empieza a asociar las horas del día con los momentos en el que ingresa a tu celda esa pequeña porción de comida casi en estado de descomposición. Conoces cada centímetro de la habitación en la que te encuentras, ya sabes en donde están las grietas en la pared, ya no te inmuta ver el fondo del retrete, has derramado tantas lágrimas que sientes que ya nada puede ser peor; para este momento, no te sobresaltas cuando escuchas los gritos desesperados y las riñas en el penal, solo te quedas allí, inmóvil esperando que, tal vez, en algún momento llegue tu turno de compartir el mismo destino.

Sin embargo, la ansiedad y el miedo, que se han convertido en tus nuevas amigas, no dejan de fusilarte con pensamientos recurrentes. Así que comienzas a preguntarte quién estuvo antes de ti, qué estará pasando en el mundo exterior, si alguien se habrá ocupado de tu mascota, si la abuela tiene los medicamentos para el tratamiento que aumentaría su expectativa de vida, si tus hijos estarán sufriendo, si tu pareja habrá continuado con su vida, si en algún momento podrás hablar con otra persona, si tendrás algún abogado que te represente, cuándo podrás recibir visitas o cómo deberás racionar el agua para que te alcance hasta la próxima oportunidad. En ese momento, vuelves a romper en llanto, se te quebranta una vez más el espíritu y lamentas la mala hora, el mal lugar y día que te condujo a esta nueva realidad.

Así pasan los años, entre procesos irregulares, abogados que van y vienen, protestas que se convierten en calles ciegas, personas que se hacen llamar “activistas” y que no regresan más, juicios absurdos y apelaciones que nadie quiere contestar. Te acostumbras al peso y a la presión de las esposas en tus muñecas y, obedientemente, te intentas adaptar al sistema, con la esperanza de que tu buen comportamiento sea la puerta de salida: cabeza agachada, ninguna exigencia, rezando para que tu cuerpo no se deteriore y esperando que los días pasen rápido, sin novedades que puedan afectar tu único contacto con el mundo exterior los fines de semana.

Empiezas a notar que tu proceso de adaptación al entorno carcelario está completo y es tu nueva normalidad, empiezas a sentir seguridad, el regreso a la libertad parece un hermoso sueño utópico, adoptas una nueva familia, saludas al personal de custodia todas las mañanas, cuidas de tus nuevos privilegios obtenidos: la luz del sol y las noches en oscuridad, aceptas que el mundo y tus seres queridos lograron continuar sin ti, tus hijos culminaron la universidad, tu pareja está muy ocupada como para asistir tantas horas a verte, ya la abuela murió, el perro fue regalado al vecino, tu sobrino nació y tu mamá enfermó tanto que ya le pides que no siga sometiéndose a la tortura de cuidarte. En fin, te construyes un mundo que te permite sobrevivir a la situación que marcó tu destino de forma permanente porque, aún y cuando vuelvas, nunca serás la misma persona”.

Ahora que nos colocamos los lentes adecuados para ver un pequeñísimo fragmento de esta realidad y que los zapatos del otro no se sienten tan cómodos, nos podemos permitir retirar las vendas que nos cubren los ojos. Imposición de silencio, persecución, opresión, inseguridad jurídica y vulnerabilidad son los ejes principales que hilan estos destinos que no pueden ser ignorados y que merecen mantenerse presentes en nuestros espacios para visibilizar a las protagonistas de estas historias que aún luchan todos los días por volver a saborear, en estos casos, el ya no derecho, sino privilegio, de ser libres.

Ahora bien, cuando estudiamos los principios fundamentales que rigen el Derecho Penal, nos encontramos una serie de mandatos que se sostienen de forma perfecta en el trozo de papel y que, estoy segura, cualquier ciudadano pudiese recitar como si de un mantra se tratara: “tengo derecho a que se me presuma inocente y a que se me trate como tal mientras no exista el establecimiento de culpabilidad mediante sentencia firme” o “la privativa o restricción de la libertad o de otros derechos tiene carácter excepcional”. Sin embargo, sabemos que la libertad como derecho se encuentra “en jaque” y solo hace falta que un serie de circunstancias imprevistas y desdichadas declare “el mate” para que valga lo mismo que un billete falsificado.

Quien se encuentre con “la mala hora” en su camino, sabrá que todo lo demás pasa muy rápido, tan rápido que es difícil comprender minuto a minuto cómo se tejen los hilos de nuestro destino. Funcionarios públicos con altas cuotas de poder que pretenden quebrantarte el espíritu, esposas frías y apretadas en las muñecas que te anuncian que te ha sido arrebatada tu libertad, patrullas ruidosas que te trasladan justo a ese lugar oscuro que administra justicia (o ¿tal vez he decir injusticia?), jueces desganados y bien pagados por la corrupción que olvidaron el juramento que hicieron al momento de graduarse, pruebas inexistentes, procesos que se desarrollan en la noche sin derecho a asistencia legal, heridas físicas que nadie quiere mirar y heridas emocionales que tal vez nunca vayan a sanar, expedientes con carátulas rayadas en marcador, calabozos fríos en donde reina el delito, conversaciones triviales que escuchas de camino a la sala de audiencias; miradas criminalizadoras de quienes presencian tu calvario y, finalmente, después de jurar tu inocencia con las lágrimas derramándose por tu rostro mientras enseñaste las heridas que te proporcionaron para asegurar tu culpabilidad, justo allí, escuchas lo que más temías: “privativa preventiva de libertad”, “sin lugar la medida cautelar solicitada por la defensa”, “se designa como centro de reclusión…”, “45 días para que la fiscalía presente el acto conclusivo”, “los familiares pueden llevar agua, ropa y artículos de aseo personal”.

De igual forma, no nada más es víctima quien cuenta la historia en primera persona, sino igualmente son víctimas las madres, hermanas e hijas, así como demás familiares que son sometidos a este proceso solo por la relación inmediata que tienen con quien ha sido arrebatado de su libertad. Se declara la “hora 0” y empieza una carrera contra el tiempo, en donde los demás participantes preparan todo este equipaje que pudiese necesitar una persona en un centro de reclusión, apostando que será algo breve, que rápidamente se darán cuenta del error, pensando que no podrán perder la fe en el sistema y que todo acabará para al finalizar el año.

Así que con el corazón arrugado pero lleno de esperanzas van al que será el nuevo hogar de su familiar pero, al decir su nombre a los funcionarios, se detiene por un instante el tiempo frente a las despiadadas y crueles palabras que emiten estos: “aquí no se encuentra”, “no ha llegado el traslado”, “debe ser un error porque no está en la lista de nuevas reclusas”, “no podemos recibir nada de lo que trajeron, aquí se les proporciona todo”, “no pueden visitarla porque está en periodo de adaptación”, “esperen la llamada que se comunicará con ustedes”, si es que se corre con la suerte de no esperar el paso eterno de las horas previamente en una silla incómoda mientras ves a decenas de personas pasar.

Y todavía, en estas líneas no he logrado profundizar lo  suficiente. Son tantas historias que contar, que fácilmente se pudiese escribir un libro con cada uno de los casos de mujeres que han estado, están o estarán privadas injustamente de su libertad, con causas tan distintas como ellas mismas: persecución política, persecución por abortar, retaliación o castigo con motivo del ejercicio de sus funciones, por ejercer su derecho a la protesta o a la libertad de expresión, por su orientación sexual, por revelarse ante mandatos religiosos cuyo incumplimiento es castigado con penas corporales, por llevar la etiqueta de inmigrante, por encontrarse afectiva o familiarmente vinculada a otra persona que es objeto de persecución, etcétera; todos estos casos lesivos de derechos humanos en distintos aspectos y con poca o nula respuesta de parte de los órganos nacionales de administración de justicia.

La tendencia en estos casos no es prometedora, el quiebre estructural de la justicia es desalentador, la desensibilización de activistas, abogados y la sociedad civil deja mucho que desear, así como la aplicación conveniente de las leyes o las incontables denuncias producto de las irregularidades del sistema.

Sin embargo, aún queda esperanza. La veo en sus sonrisas cuando de pronto la perseverancia rinde sus frutos o en los abrazos afectivos que generan los reencuentros, en la inmensa resiliencia y espíritu de lucha que las sostiene día tras día.

La humanidad no está pérdida y, ustedes, no se quedaron atrás. Hemos luchado y seguiremos luchando por ustedes, en donde quieran que estén, desde nuestros espacios, creyendo, perseverando y venciendo las sombras.

Dedicado a todas las personas que pasan o pasaron por una situación similar, que han sido víctimas de cualquier tipo de injusticia o que luchan día a día para recuperar la libertad de otros.

***

Foto: runrun.es

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

Comments (0)

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*