El título de esta columna es una consigna de las muchas que enarbolan en los últimos tiempos los movimientos feministas al interior de la iglesia católica. Otras consignas dignas de recordar son “igualdad en la calle y en el altar”, “limpiar y poner flores, que lo hagan los señores”, “no más varones tomando las decisiones”. Este tipo de proclamas sirven bien para evidenciar que, en el presente, a impulso de movilizaciones progresistas de largo aliento, los ajustes igualitarios en todas las instituciones humanas son ya impostergables. Más urgentes todavía si las vindicaciones se enraízan en una tradición democrática y de derechos humanos que occidente se precia de salvaguardar.
Para entender mejor las pulsiones de cambio que llaman a mover el timón institucional hacia fórmulas más equitativas –en este caso al interior de la iglesia católica– y también para captar su significado social, conviene apuntar algunos elementos del contexto.
El 5 de junio del año que transcurre (2022) en el Derecho Canónico entró en vigor la nueva Constitución que rige a la Curia romana (o administración vaticana). Un cambio que los especialistas estiman, es una cirugía mayor en la iglesia; una reforma sin parangón desde el papado de Juan Pablo II (1978-2005). A partir de ella desaparecen congregaciones internas, se fusionan dicasterios y se promueve la austeridad de la congregación.[1] Aproximadamente mes y medio más tarde, el papa Francisco emitió una carta apostólica intitulada Motu proprio ‘Ad charisma tuendum’[2] cuyo contenido, entre otras cosas, restringe la situación de discrecionalidad y el amplio margen de maniobra con la que se regía el Opus Dei (OD, Obra de Dios en latín) desde la década de los ochenta del siglo pasado.
El OD (o La Obra, como se le conoce) es una organización de presencia mayoritariamente laica, que suele ser apreciada como una secta o grupo de gran ascendencia al interior de la iglesia; probablemente la organización más controvertida e influyente en el último medio siglo. Su presencia alcanza sesenta y ocho países y sus fieles se localizan sobre todo en Europa, y enseguida en América Latina.
La Obra nació en 1928, pero aceptó mujeres hasta el año de 1930: ellas eran imprescindibles para difundir la palabra de Dios y fortalecer la iglesia, para portar el mensaje de la santidad a través del trabajo. En la actualidad más de la mitad de sus miembros (cincuenta y siete por ciento) son de sexo femenino, y se preserva su lugar de sumisión en todos los aspectos a los varones, a quienes literalmente sirven, en consonancia con los roles de género convencionales.
La división de las secciones masculina y femenina es tajante en el OD desde su fundación, y la segunda existe para atender las necesidades de la primera, organizar y proveer sus residencias. De hecho, una de las tareas más importantes de las mujeres en la organización, es ocuparse del trabajo doméstico o de cuidados. La investigadora Virginia Ávila García ha estudiado profusamente el tema, y ratifica que en La Obra ellas son subsidiarias de los derechos y actividades de los hombres.[3]
Una peculiaridad de los miembros masculinos del OD es su modo de conducirse públicamente: se adaptan con éxito a las dinámicas corporativas, actúan a tono con la economía mercantil globalizada, aprovechan los medios de comunicación, se benefician de la carrera tecnológica y ocupan posiciones de poder en las finanzas y el gobierno.[4] En suma, se desempeñan y destacan conforme a las interpelaciones sociales del presente; sin embargo, su organización es en extremo conservadora, hermética y patriarcal en cuanto a la imagen y rol de las mujeres; así lo dictan sus cánones y praxis sobre de la división sexual del trabajo en escenarios privados.
Ahora que, en desdeño de sus preceptos religiosos, algunos de los miembros del OD han protagonizado escándalos mundiales por pederastia, corrupción, o bien se les acusa de tráfico de influencias y autoritarismo. Hace algunos meses en concreto, cuarenta y tres mujeres de tres países sudamericanos (Argentina, Bolivia y Paraguay) denunciaron que, al amparo de las creencias de La Obra fueron víctimas de trabajo forzado. Y en efecto, su condición dentro de la organización es una suerte de servidumbre voluntaria, normalizada, al amparo del credo religioso, si bien la denuncia sí es excepcional. [5] Tal condición de trabajo gratuito dentro de la organización es parte de su modus operandi y se conoce de sobra.
Con ese propósito son reclutadas adolescentes del medio rural o de los suburbios de las ciudades, se les capacita y adoctrina para que pongan su energía, tiempo y espiritualidad en favor de La Obra sin remuneración ni prestaciones a lo largo de toda su vida. Las numerarias auxiliares –así se les conoce– pertenecen a un segmento de su estructura organizativa que se ocupa del trabajo doméstico, para lo cual son formadas por otras mujeres de mayor rango en la organización (numerarias); todas ellas llamadas a la castidad o pureza y a la obediencia.
Lo anterior adquiere un sentido de misión hacia la santidad, pues un principio cardinal del OD es la sacralización a través del trabajo, y en la cotidianidad los hombres son los beneficiarios del trabajo de las mujeres. Otra división marcada en su organización es la de clase (asentada en la concepción de distinguir entre trabajo manual e intelectual) pero no corresponde ocuparse de ella ahora.
Cierto es que la doctrina eclesiástica en general no es partidaria de la igualdad entre géneros que hoy distingue a las instituciones civiles –al menos en lo formal–; empero, la Obra es una evidencia preclara de la presencia de idearios ultraconservadores con gran autoridad en la conducción de la iglesia católica. Precisamente el OD es uno de los sectores que presenta mayor resistencia a actualizar las relaciones de poder entre hombres y mujeres, para tornarlas más simétricas. De ahí la relevancia de las reformas católicas de los últimos meses. Son indicadores, no aislados, de nuevos aires en el modo de interpretar el credo religioso e introducen variaciones relevantes en la gestión del clero. Ajustar el esquema de privilegios de La Obra significa, en palabras de teólogos expertos, moderar a una de las secciones más ortodoxas de la iglesia: no es sólo una decisión administrativa, conlleva un distanciamiento de las elites.[6]
Visto así, lo acontecido puede leerse en el marco de un ánimo de renovación de la iglesia que, por lo pronto, ya ha llevado cerca de diez años al papa Francisco. Probablemente estamos en las postrimerías una época, ya que fue en el año de 1982 que los poderes del Opus Dei devinieron en magníficos; justo en plena expansión de la agenda neoliberal su fuero se expandió y crecieron sus atribuciones.
Hay consenso en que el pontífice vigente se inclina por un modelo religioso inclusivo, más tolerante y de matiz social, proyectado desde una autocrítica a la verticalidad y el autoritarismo. En sus declaraciones se opone a una Iglesia moralista, cerrada y centrada en sí misma. El papa Francisco retoma la opción por los pobres, convoca a la humildad y a estar cerca de los que sufren. Asimismo, hace un llamado a la reconciliación y, en un rechazo franco a la exclusión, declara que no deberíamos estar obsesionados por las conductas morales (por ejemplo, las de índole sexual o reproductiva) cuando está pendiente el gran tema de la justicia social.
Aunado a este énfasis popular en la agenda del catolicismo, en la institución se atisba una apertura, al asumir que éste se encuentra en la encrucijada de cerrarse a la fe e involucionar, o abrirse al mundo y ponerse al día. Por eso no descarta volver a las fuentes, al origen, para reinterpretar la tradición de la iglesia y repensar los conceptos teológicos.
Remontando un poco en el tiempo, el Cónclave del año 2013, hizo patente que la correlación de fuerzas al interior de la iglesia alojaba mayor agitación que en otros periodos. Desde la designación del papa, o quizá precisamente con su designación, se expresó la disposición de no ignorar más el cambio social; acaso por tratarse de una época de severos cuestionamientos a la iglesia por lo que se observaba como una pérdida de capital moral. O también porque pesaba el alejamiento de los creyentes y los riesgos de apostasía, ante la emergencia de nuevas ofertas religiosas.
Así pues, la interpelación al cambio para las instituciones religiosas no solo les viene de fuera. En el propio seno de la iglesia católica hay desencuentros y antagonismos, posiciones inflexibles y agudas confrontaciones ideológicas, pues en su composición se trata de un organismo múltiple y diverso. Así como hay posiciones del clero dogmáticas y cerradas al cambio cultural, y grupos articulados con los diferentes poderes terrenales, también encontramos nuevas generaciones de religiosos, tradiciones progresistas y comunidades de vocación popular.
Entre las corrientes renovadoras es importante rescatar la relevancia de la teología feminista. La voz del de las mujeres que desde dentro de la iglesia se movilizan y reclaman para ser reconocidas, que pugnan por su dignidad y calidad humana en el catolicismo. La iglesia es un espacio social multitudinario que no soporta más el grado de discriminación, misoginia y machismo que en ella se reproduce, y donde las relaciones de convivencia entre los sexos deben cambiar. El papel del feminismo en la iglesia es clave, sobre todo, para resistir las corrientes regresivas y fundamentalistas que tienen prominentes posiciones en la congregación.
¿Es posible una iglesia católica que no sea patriarcal ni piramidal? No cabe esperar tanto. Pero se ha abierto la puerta al entendimiento de una realidad en que las instituciones políticas ciudadanas igualitarias permean, con movimientos sociales confrontan las fuerzas regresivas, y donde la agenda feminista sí es vigorosa y protagónica. Si, efectivamente, nos encontramos en el preludio de una orientación reformista en la iglesia católica, con mayor horizontalidad y justicia, el tiempo lo pondrá a la vista. Pero que se haya instalado la discusión y se vislumbre la apertura a revisar los cimientos, cuenta sin duda entre los avances.
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[1] France 24 en vivo: www.france24.com/es/programas/el-debate/20220810-reforma-del-opus-dei-por-qu%C3%A9-el-papa-francisco-le-quita-poder-a-la-organizaci%C3%B3n-cat%C3%B3lica
[2] Traducción del latín: Con moción propia ‘Para proteger el carisma’. El contenido de esta reforma se puede ampliar en: www.vaticannews.va/es/papa/news/2022-07/opus-dei-motu-propio-evangelizacion-carisma-papa.html
[3] Ávila García, V. (2018). Las mujeres creyentes y el Opus Dei. Identidades en el trabajo mediante la fe. México: Ediciones Eón, UNAM.
[4] Es el caso del presidente Guillermo Lasso, de Ecuador. Acosta Reveles, I. L. (2021) Impronta del feminismo en el escenario político latinoamericano. XIV Jornadas de Sociología, Buenos Aires, en: http://jornadasdesociologia2021.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/ponencias2021/1466_365.pdf
[5] Nota de prensa al respecto en: www.lanacion.com.ar/sociedad/servidoras-de-dios-el-calvario-de-las-43-mujeres-que-enfrentan-al-opus-dei-nid17052021/
[6] France 24 en vivo: www.france24.com/es/programas/el-debate/20220810-reforma-del-opus-dei-por-qu%C3%A9-el-papa-francisco-le-quita-poder-a-la-organizaci%C3%B3n-cat%C3%B3lica
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