Doris Lessing comentó en más de una oportunidad que escribir su ya clásico libro El cuaderno de Oro fue una “rebelión contra la derrota”. Por entonces, la joven Lessing atravesaba una etapa de profundo desencanto con el acento ideológico del feminismo de su época, pero también, se hacía preguntas incómodas sobre la manera como el mundo comprendía el concepto de la libertad. el poder y el temor. Por supuesto, confesaría también, se trataba de una profunda crisis existencial que abarcó no sólo su vida, sino también, la forma como concebía la dirección que había escogido para encauzar su amor por la literatura.
Por supuesto, se trató de una tragedia de considerable en su vida intelectual. Lessing era una mujer convencida de la necesidad de un pensamiento ideológico, pero también, de una búsqueda consistente sobre conceptos propios. En medio de ambas cosas, la novelista británico británico-zimbabuense luchaba contra el desencanto, la desesperanza y la tristeza de haber perdido todo el motor que le impulsaba a la creación, que le sostenía y le mostraba algo más profundo y elaborado de lo que necesitaba comprender sobre el mundo, la sociedad y la cultura. “Me encontré sin luchas con las cuales lidiar” diría en el 2011, dos años antes de morir, en una de sus raras entrevistas. “Las manos vacías después de un largo recorrido a ninguna parte”
Claro está, El cuaderno de Oro fue escrito a finales de los años cincuenta, en la que la izquierda mundial se basaba en una peculiar combinación de miedo, fe y transgresión. La ideología por entonces no era sólo una opinión política, sino también una forma de comprender el ámbito intelectual. O al menos, para Lessing lo era. En más de una oportunidad, contó la forma en que analizaba no sólo su vida a través del izquierdismo, sino su necesidad de una conclusión hacia el futuro. “Comencé a escribir por ideales” comentó en 1998 y “cuando no los tuve, solo sentí que el mundo a mis pies se abría como un espacio silencioso”.
Por supuesto se trataba de algo más complicado, más doloroso y emocional que la simple pérdida de la confianza en una propuesta política. Corrían los años ’50 y el mundo comenzaba a descubrir con horror los crímenes de Stalin, las millones de muerte que había provocado en la Rusia comunista y el régimen de terror que había creado a través de décadas de violencia y alineación. El golpe sacudió todo el pensamiento filosófico de Lessing, que se encontró en mitad de un debate interno sobre la posibilidad de entender el sentido de su vocación literaria como algo más que una elaboración de ideas basadas en la reflexión política.
Pero a la vez, tuvo que enfrentar que había luchas matizadas en medio de algo más profundo. En EEUU el senador Joseph McCarthy, llevaba a cabo una caza de brujas y lo hacía con una despiadada sed de venganza seudo intelectual que convirtió el comunismo en una forma de rebeldía contra la represión. O al menos, eso fue lo que Lessing trató de comprender en medio de una sacudida profunda sobre los parámetros que regían su mundo. Eso, a pesar de por entonces, ya considerase “una mujer libre” y también, una lo “suficientemente consciente del valor de esa libertad” como esforzarse en mantenerse fuera de cualquier posibilidad de ser analizada, agredida o “definida por algo más que mi profunda convicción que el mundo podía evolucionar hacia algo nuevo, más compasivo. Mucho menos dependiente de la crueldad”.
Lessing no tenía demasiadas opciones para sus enfrentamientos y debates políticos, en especial por la forma en que analizaba la cuestión esencial de ser mujer en una época en que la limitada cualidad de la cultura para aceptar excepciones, resultaba claustrofóbica. “Intento crear una sociedad para las mujeres que aún no existen” dijo en 1956, cuando se le preguntó acerca de su insistencia sobre escribir a pesar de las críticas, los ataques y la franca oposición de una rama intelectual en contra de sus reflexiones sobre la figura femenina.
De hecho, para Lessing la rebelión intelectual y académica era una forma de heroísmo “que rara vez se le permitía a una mujer”, por lo que batalló como pudo y en la medida de sus posibilidades en crear un entramado sólido no sólo para asegurarse que podía y debía escribir sobre ideas de considerable poder, sino además, la noción sobre la necesidad de sostener esa subversión en algo más elaborado. El cuaderno de Oro era su sexto libro y de pronto, no sólo se convirtió en un símbolo feminista, sino también en un recorrido a través de las principales ideas de Lessing sobre el miedo, el poder y la necesidad intelectual de elaborar un mundo “a la medida de una generación de mujeres que todavía no han nacido, pero que sin duda, nacerán y crecerán bajo el ámbito de la búsqueda de independencia”. Y aunque el libro jamás pensado para ser un manifiesto ni mucho menos, un sermón intelectual, si es la búsqueda de respuestas de una mujer poderosa o una que al menos, comprendía el poder de una manera por completo nueva.
Una búsqueda creciente de significado
Una vez un periodista preguntó a Doris Lessing el motivo por el cual escribía con tanto empeño y perseverancia. La ya por entonces anciana escritora se tomó un momento para responder. “Escribo porque no puedo evitarlo. A veces las compulsiones intelectuales son tan dolorosas como las físicas”, dijo. Y lo hizo con una sonrisa, una de sus modestas y misteriosas sonrisas torcidas. El periodista diría después que fue un momento único, asombroso y desconcertante. Pero sobre todo, la mejor descripción que Lessing pudo dar sobre su necesidad de escribir y crear. Y es que para la autora la palabra no sólo crea, sino que sana y ennoblece.
En ocasiones, parece que nadie conocía a Doris Lessing hasta su extraordinario libro El cuaderno dorado, aunque ya para el momento de la publicación de uno de sus libros más conocidos, la escritora ya disfrutaba de un respetable repertorio de obras (Canta la hierba, 1950, Éste era el país del Viejo Jefe, 1951, Martha Quest, 1952, Cinco novelas cortas, 1953, Un casamiento convencional, 1954, La costumbre de amar, 1957, Al final de la tormenta, 1958, Catorce poemas, 1959) que no sólo la habían hecho célebre por su talento, sino por su profundidad argumental. Como si Lessing, la escritora, sólo pudiera comprenderse a través de la popularidad de la obra que la lanzó a los corrillos literarios de la época. Hasta entonces, únicamente se sabía sobre ella que era mujer que escribía a toda hora y que según admitía sin tapujos, confesaba estaba obsesionada con la palabra. Tal vez por eso, el primer acercamiento de muchos lectores a su obra, les sorprenda por su solidez, conmovedora visión del mundo pero sobre todo, su impecable tránsito mental.
Con esa inocencia del lector que no sabe muy bien que encontrará y de hecho, un lector entusiasta encontrará en El cuaderno dorado de la escritora un relato vigoroso, durísimo pero sobre todo sensible. Eso, a pesar que la historia del libro — feminista militante, controvertido — puede sorprender e incluso incomodar. No obstante, Lessing y su capacidad para la narración y la crítica conjuntiva, logra algo que muy pocas escritoras pueden: Emocionar desde la sinceridad. No hay subterfugio alguno en la prosa precisa y sólida de Lessing. Sólo una profunda conciencia sobre la palabra como recurso y herramienta. Una necesidad insistente de crear y convertir lo que se cuenta — lo que se mira — en un testimonio descarnado. Una re descubrimiento de la realidad que analiza lo cotidiano a través de las pequeñas historias que cuenta y que además, asume el poder de la palabra como reivindicador.
Doris Lessing analizó el mundo a través de sus imperfecciones y muy probablemente, allí radica la importancia de su obra. Desde sus estudios detallados sobre la decepción y la ternura hasta el fino análisis de la vida cotidiana que miró con un ojo observador y crítico, Lessing encontró una manera de construir el mundo a través de una profunda melancolía. Su escritura parece insistir en esa necesidad de asimilar la complejidad del mundo desde una sencillez coloquial, una decepción simple que su pluma prodigiosa transforma en belleza, en una elemental revisión de la sensibilidad como forma de homenaje a lo humilde. Una escritura que realza y homenajea la vida real, sin tapujos y sin adornos. No obstante, hay una sensibilidad sutil que se desborda en sus escenas perfectamente delineadas, directas y francas. Cada circunstancia en sus novelas, parece recrear lo cotidiano y no obstante, se tratan de metáforas profundamente sensibles sobre ideas intencionadas que se entremezclan con lo que apenas se sugiere. Una mirada sincera y obsesiva a los detalles sobre la realidad, llena de una profunda compasión.
Tal vez se deba a que Doris Lessing, la mujer, tuvo una vida personal lo suficientemente rica en contrastes y experiencias como para asumir la difícil experiencia de construir una opinión crítica sobre el mundo. Nacida en Irán, inmigrante en Rodesia y finalmente, una joven en Londres, comenzó a escribir por impulso, por necesidad, por su profunda capacidad para recrear lo habitual en una colección de interpretaciones disímiles. Su primer libro Canta la hierba, pareció definir su voz literaria y sobre todo los elementos que serían recurrentes en su obra literaria posterior. Su sensible discurso sobre el fracaso y la injusticia convirtió el libro, que tal vez siendo el primer intento autoral de la escritora carecía de cierta habilidad, en un exquisita reflexión sobre la tristeza, el dolor y la angustia existencial. Muy probablemente influyó en el tono melancólico de sus novelas, el haberse unido en Londres a un grupo de escritores autodenominados los “Angry young men”. Talentosos, cínicos y sobre todo pesimista, el grupo se obsesionó con la amargura y el dolor social, y sobre todo, con esa lucha sutil de la cultura Europea que ensalza la pobreza como un defecto y la riqueza como atributo.
No obstante, Lessing parecía haber encontrado su razón fundamental para expresar ideas profundamente sociales desde mucho antes. O eso es lo que parece sugerir su exquisito tino para crear personajes de clase media sumidos en la una tristeza insondable y heredada, en la frustración de una sociedad ciega y en esencia, injusta. Su mirada parece insistir en esa ambigüedad del desosiego, en esa aceptación de los límites entre lo mediocre, lo sórdido e incluso, la esperanza de redención que parece surgir en todas sus narraciones casi por accidente.
El significado, el recorrido hacia la construcción de un dilema y la fe
Porque sin duda Lessing, como escritora, se analiza desde la óptica de su capacidad para documentar el mundo. Sin tapujos ni especiales remilgos, pero tampoco a través de una opinión moral. Es ese equilibrio entre la observación mordaz y la benevolente dulzura de la palabra que admite redención, lo que hace su obra inolvidable. El individuo, como analiza la escritora, es la suma de sus pequeños debates éticos, del dolor y la furia, de su aspiración de la bondad. Una mezcla que parece sugerir esa necesidad de Lessing por desear esencialmente el bien, por concebir su obra como una elaborada diatriba sobre la justicia y la angustia existencial.
Una búsqueda que la acompaña a lo largo de su dilatada y prolífica carrera literaria. Sus personajes, insisten en la reivindicación no mediante la lucha, sino la resistencia firme hacia la injusticia, un elemento audaz de reflexión social que aún así se sostiene por la delicadeza como la escritora lo propone. Para la escritora, la sociedad, la cultura, la desigualdad, la herida de la sociedad que presiona y aplasta, son formas elementales contra las que se lucha con la insistencia. En sus palabras, la libertad se adquiere comprendiendo la realidad desde lo sencillo, desde lo esencial .
“Usando nuestras libertades individuales (y no quiero decir simplemente formando parte de manifestaciones, partidos políticos, y demás, que son solo parte del proceso democrático), examinando ideas, vengan de donde vengan, para ver de qué manera estas pueden contribuir útilmente a nuestras vidas y a las sociedades en las que vivimos” llegó a decir, cuando se le insistió si el carácter levemente derrotista de sus historias no apuntaba hacia una visión pesimista de la vida. Pero con Lessing nada es sencillo, mucho menos aparente. Como escritora y analítica observadora, la escritora parece muy consciente del poder de quien construye desde lo mínimo, un debate invisible que sostiene esa necesidad suya de mirar la realidad con una franqueza casi decepcionada.
Doris Lessing fue una mujer incansable que escribió hasta muy avanzada edad. También conservó esa visión sencilla de la vida incluso en los momentos más gloriosos que vivió. Aún así , El cuaderno dorado siguió definiendo el estilo Universal de la Lessing escritora, crítica y poderosa. Más de una vez, la misma escritora admitió que el libro marcó un antes y un después en su obra literaria, pero que por sobre todo “construyó una nueva forma de mirarse así misma y a las mujeres que intentó representar”. Porque Lessing, insistió siempre que pudo que la escritura debía reflejar el ánimo social y que por tanto El Cuaderno dorado, con su complejo punto de vista y su asombrosa manera de tocar temas álgidos que al momento de su publicación causaron polémica y molestia, no sólo lo hizo, sino que además, construyó una forma de asumir la idea de la mujer militante. Lessing, que jamás ocultó su feminismo y que más de una vez fue reprochada eso, elaboró una visión sobre la mujer que opina — la pensante e intelectualmente poderosa — por completo nueva.
Muy probablemente por ese motivo, al ganar el premio Nobel, admitió que estaba “encantada pero no sorprendida” y que realmente “escribía por otras cosas más allá del reconocimiento”. Recibió a los periodistas sentada en pantuflas frente a su pequeña casa en Londres y con una extraordinaria vitalidad a pesar de sus ochenta y siete años cumplidos, regañó a los periodistas que le esperaban con esa franqueza suya que sorprendió a lo largo de su vida a propios y extraños. “¿Cómo voy a estar celebrando con champán? No me ha dado ni tiempo a comprarlo. Ustedes, en lugar de venir aquí y hacer tantas preguntas, deberían haber traído una botella. A cierto punto, tendré que ponerme a brindar”, contestó cuando uno de los fotógrafos se extrañó que no estuviera celebrando el trascendental galardón. Luego soltó una carcajada, feliz pero no satisfecha, porque para Lessing, el mundo nunca tuvo una sola visión ni explicación, mucho menos un único matiz.
La ambivalencia del creador incansable. Quizás, por ese motivo, aceptó el premio con su dignidad de luchadora por convicción. Un homenaje a una vida dedicada al conocimiento, la búsqueda de la belleza y a la literatura o sólo, a una simple aspiración por la esperanza, esa que encontró en la simplicidad.
Foto: infobae.com
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