Leemos en El País: “Ni mujeres ni negros entre los favoritos a gobernar Brasil. Bolsonaro y Lula da Silva escogen a hombres blancos que peinan canas como aspirantes a la vicepresidencia. Las candidaturas dan la espalda a la diversidad de género, color, edad y origen que se abre paso en el resto del continente”. Ni los de izquierda, ni los de derecha. A las mujeres no nos quieren gobernando por estas latitudes.
Los reportes y cifras que arroja Naciones Unidas para 2021 reflejan un rezago enorme en la presencia de mujeres al mando, advirtiendo que, de no tomar correctivos audaces, el cierre de esta brecha no llegaría a la mayor parte del mundo antes de finales de este siglo o bien entrado el siglo XXII.
Los avances y logros más llamativos en representación, empoderamiento e igualdad de derechos entre hombres y mujeres, derivados de las líneas de política pública y concienciación colectiva que se vinieron gestionando tras varias décadas de esfuerzos y reivindicaciones cargadas de sacrificios individuales y colectivos, han venido dando paso a un ritmo más lento de cambios que, en algunos casos, pudiera incluso suponer retrocesos, incluso en los países más avanzados.
No estamos en las agendas
La clase política latinoamericana está lejos de comprender la estrecha relación y dependencia de cualquier posibilidad de desarrollo territorial sostenible con la paridad democrática. Por el contrario, lo que observamos en los niveles nacional, estatal y municipal en la mayoría de los países de la región, es una dirigencia partidista empeñada en mantener el estatus quo o, incluso, retrotraer algunos avances de participación de las mujeres en la política, por considerarlo innecesario o a lo mejor amenazante.
Es una tarea titánica convencer a los líderes políticos (no uso genérico masculino) para que reconozcan de manera fácil y eficaz los mecanismos que pueden canalizar compromisos pro-igualdad entre hombres y mujeres. Muchos partidos creen que creando secretarías “de la familia”, -equiparando equivocadamente mujeres con familia-, o comités de “asuntos femeninos”, están ya ocupándose del tema. O como una especie de favor, nos meten en el saco de la inclusión junto a otras minorías -como reza el titular de El País mencionado arriba-, cuando las mujeres no somos un colectivo sino la mitad de la población que exige igualdad de trato y respeto a los derechos basados en nuestro sexo.
Una agenda política moderna y avanzada debería estar dirigida a comprender los elementos que atentan contra la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres y hacerse eco de la necesidad de trabajar de forma multidisciplinar hacia la transversalización de la igualdad en todos los espacios, procesos y organizaciones.
Deberían acometer con sentido de urgencia proyectos de empoderamiento y autonomía financiera de las mujeres por aquello de la activación de la economía, por ejemplo. Tendrían que estar trabajando en estrategias para reducir y castigar las múltiples formas de violencia que dificultan a niñas y mujeres su libertad y acceso al poder. Vistas las cifras de femicidios y explotación sexual de niñas, adolescentes y mujeres, deberían haber declarado una emergencia pública global y atender la prevención y acompañamiento a víctimas de violencia machista como prioridad.
Tendrían que estar ocupados en idear formas eficaces para incrementar la representación de mujeres y en elevar la calidad democrática de esta participación. Pero nada esto pasa. No vemos en sus discursos ni en las agendas públicas programas de equidad conducentes a lograr autonomía económica, política y física de las mujeres.
Hay que persistir
Ojalá las lideresas que ya están en posiciones de poder político usen valientemente su capacidad dialógica y decisoria como factor impulsor crítico de estos cambios y tengan éxito coordinando y articulando actores y escenarios para materializar los avances en representación paritaria en todos los sistemas de liderazgo y representación político-institucional.
Ellas deben entrenarse en transformación cultural para que sepan manejar resistencias, detectar tácticas dilatorias, proponer alternativas, luchar por las cuotas de participación. Urge que se formen en feminismo para que entiendan las razones históricas y estructurales que explican las razones de tanta discriminación y no se conformen con migajas ni se resignen a esperar a que a los dueños del patio les caiga la locha.
Los hombres políticos tienen que formarse también, entender cómo opera el patriarcado y sus derivados de la misoginia, el sexismo, la violencia y todas las intolerancias hacia las mujeres, y que se desempoderen un poco, por qué no, para que entiendan de una vez por todas, que otra forma de hacer política es posible.
Las políticas, empresarias, académicas, activistas, todas tenemos que lograr que nuestros problemas se posicionen en la agenda pública para que se dé la necesaria presión ciudadana sobre la urgencia e importancia de estas transformaciones. Solo así, un electorado consciente condenará candidaturas que perpetúen las viejas y fracasadas, por excluyentes, formas de gobernar.