Que una figura pública escriba sus memorias en la flor de su vida adulta y casi de manera prematura, no resulta sorprendente en nuestra época. La generación educada en la noción de la inmediatez y la egolatría, parecen consumir la percepción sobre otro desde la misma concepción de la primicia. De manera que un relato sobre las vicisitudes personales de alguien más, parece del todo adecuado e incluso necesario, en el contexto del escenario público según lo concibe una era obsesionada con la información accesible. Un testimonio privado que de pronto, pueda convertirse no sólo en noticia sino también, en una reflexión sobre hechos puntuales de nuestra historia reciente.
Tal vez por ese motivo, el hecho que Hillary Clinton decidiera contar en What Happened (2017) su versión sobre lo acaecido durante las elecciones que culminaron con la victoria de Donald Trump, no sólo parezca algo natural sino incluso, una decisión necesaria para comprender la que es quizás la coyuntura política más importante en la historia reciente de Norteamérica. Por supuesto, no se trata de un gesto por completo desinteresado, a pesar que Clinton comienza sus memorias tratando de convencer al lector que lo que leerá a continuación es de “necesario análisis” para comprender lo que ocurre dentro de un país sacudido por una tácita tensión social.
Para Clinton parece ser de enorme importancia contar su versión de las cosas pero al avanzar en la pormenorizada narración, queda bastante claro que a pesar de sus intenciones de hacer más comprensible el mundo político para el ciudadano común, también hay una intención de mostrar y exhibir sus propios dolores y errores como bandera política. El resultado es una historia a mitad de camino entre el mea culpa y algo más elaborado, cercano a la reflexión sobre el modo de comprender el poder en su país. Por supuesto, no es difícil imaginar a Clinton escribiendo sobre sus sufrimientos en la platea política y también explorando sus propias motivaciones para llegar a esa liberación total de todo prurito venial. Después de todo, su historia es la de una ruptura histórica, la puerta abierta hacia un movimiento telúrico social de considerables proporciones. Y ella lo sabe.
Para comenzar, Clinton se ve a sí misma a mitad de camino entre una heroína caída en desgracia y una mujer que apostó por una visión país que no logró expresar bajo los conservadores parámetros de su partido. Para Clinton, la política es un terreno familiar y de hecho, admite que durante buena parte de su vida se ha interpretado a sí misma desde el cariz del funcionario público. No obstante, como Primera Dama y después funcionaria de alto nivel de varias administraciones, Hillary logró construir una imagen del poder a su medida.
La candidatura presidencial fue de hecho, una reacción natural en medio de un extenso debate sobre la actuación en el ámbito público y la necesidad de dar sentido a toda una carrera en el ámbito del servicio público, especialmente compleja. Hillary intentó — sin lograrlo — mostrarse como la norteamericana esencial y también, como la única posibilidad de enfrentar a la versión de la política que encarnaba Trump. El libro dedica una buena cantidad de tiempo e interés a construir una idea sobre la necesidad de Hillary como contraparte en una batalla desigual y de hecho, ella misma admite que llegado a cierto momento de la campaña, creyó necesario asumir esa personificación del poder ciudadano. Pero la maniobra no resultó del todo efectiva y el libro analiza justo esa dualidad entre la mujer que aspira al poder — y no teme ni le avergüenza admitirlo — y la rara transformación de esa necesidad de fe en un motivo patriótico.
Porque para Clinton, estas memorias extemporáneas son una durísima mea culpa sobre su actuación no sólo como figura pública, sino también, como símbolo de una nueva percepción sobre el aparato público y sus relaciones con la cultura de lo inmediato. Para Clinton, todo lo que ocurrió durante su campaña está vinculado a esa percepción sobre la contradicción cultural de un supuesto país progresista que batalla contra sus peores prejuicios. Desde las acusaciones de James Comey, la actuación de Bernie Sanders al dividir el voto en favor de una oferta difusa, Julian Assange y Wikileaks, hasta la batalla pública de Trump y Putin, son elementos que Clinton asimila como obstáculos contra los que debió batallar sólo por su condición de candidata típica, muy consciente que toda campaña tiene relación directa con su vocación política.
Admite además que nunca previó las consecuencias de la manera en que Trump asumió la contienda electoral: “Fue un gran espectáculo de Showbiz que me sorprendió por su alcance” admite Clinton desde cierto pesar. No obstante, jamás se cuestiona el uso de métodos tradicionales para enfrentarse a un showman con aspiraciones políticas que logró devastar los cimientos de su propuesta. “A pesar de eso, la política sigue siendo política”.
Para Clinton, su vida entera le llevó a explorar la opción sobre el servicio público desde niña. El libro atraviesa y analiza desde sus niñez — dorada, edulcorada y quizás, el fragmento más artificial del libro — hasta su romance juvenil con Bill Clinton, el nacimiento de su hija Chelsea y su decisión de luchar contra un país “obsesionado con la política como un debate estéril”. No obstante, Clinton no profundiza ni mucho menos pondera sobre lo realmente intrigante en su vida como personaje público: aunque tiene razones para sentirse orgullosa de su vida como parte del conglomerado político del país, también hay momentos bajos que Clinton parece olvidar casi con una preocupante facilidad, las controversias que le han rodeado antes o después.
Clinton no parece interesada en crear una percepción del tiempo en que le tocó vivir matizado por la autocrítica. Antes de eso, insiste en un patriotismo sincero pero poco elocuente y en el hecho de que todo lo que ha logrado es para asegurarse que “América sea el más grande país del mundo”, una frase que bien podría haber salido del ideario de campaña de Trump y que se repite en los momentos más complejos de la narración. Una y otra vez, Clinton parece decidida a dejar muy claro que su libro es una notoria versión subjetiva sobre la Norteamérica sobreviviente a si misma y sobre todo, la fragilidad de sus ideales tradicionales.
Por supuesto, Clinton no deja de hablar de la elección y de pronto, el plácido recorrido por su vida personal se convierte en un exhaustivo análisis sobre lo ocurrido durante el trepidante año 2016. A diferencia de sus libros anteriores, What Happened es un libro sin tapujos ni tampoco medias tintas. Clinton parece dispuesta a contar detalles suculentos pero que sin embargo, no llegan a ser el material escandaloso e incluso, de interés morboso que podría suponerse. En lugar de eso, defiende la autenticidad de sus lazos y versiones de la realidad, hasta llegar a cierta poesía sobre su visión del país que insiste en representar y sobre todo, la idea de política que insiste encarna.“ Este país me ha obsequiado — la vida que he vivido en él — muchos más días felices que tristes o enfadados” analiza y de inmediato, parece relacionar su percepción sobre su trabajo, su percepción sobre Norteamérica y sus esfuerzos por el poder, con su vida privada. “Hubo momentos en los que no estaba completamente segura sobre si nuestro matrimonio podía sobrevivir”, asegura, como si sus dolores personales fueran un reflejo de su identidad más allá de la intimidad. “En esos días, me hacía las preguntas que me importaban: ¿Todavía le quiero? ¿Todavía puedo estar en este matrimonio sin ser alguien irreconocible para mí? Las respuestas eran siempre sí”.
De pronto, la confesión parece englobar ideas muy específicas sobre la vida pública y la privada, las líneas difusas que dividen ambas cosas pero sobre todo, su percepción sobre el aparato público que la ha rodeado media vida. Como si su matrimonio fuera también un aspecto específico del amor hacia el país o su función como personalidad que representa los ideales de una nación. Todo muy edulcorado, por momentos pretencioso pero asombrosamente sincero.
What Happened no es un único libro, sino muchos y mezclados entre sí por una corrosiva visión sobre la política, la identidad norteamericana y el tema de la política dentro de la política. También es una narración franca, durísima y por momentos divertidas. Una especie de panegírico a una carrera política que falleció pero está a punto de revivir quizás, en una nueva dimensión — o eso parece asegurar cierta idea perenne — y también, una durísima percepción sobre las trabas que una mujer debe enfrentar en un país en apariencia progresista, pero que lleva sus prejuicios de manera muy visible. Manifiesto feminista, pequeño discurso de despedida, un gran burla a toda la percepción política que insiste en mirarse desde la periferia. Por supuesto, también hay momentos cansones, enlatados y notoriamente falsos en el libro, pero son los menos y los quizás, menos importantes.
En realidad lo más importante del libro es su visión durísima sobre una mujer que “atravesó sus dolores” y logró demostrar que hay un rostro de Norteamérica desconocido que ella encarna a la perfección. Y que también hay una mujer desconocida debajo de la durísima estampa de quizás una de las figuras más controversiales de la política norteamericana, la misma que confiesa sentirse amedrentada por “las grandes multitudes”, “ que duele ser despedazado por el público” y que “le dolió cuando los compañeros de colegio en la escuela secundaria se burlaron de la falta de tobillos en mis piernas robustas”. Todo bajo la misma percepción de cierta verdad temible, escandalosa y simple. La política como un monstruo violento con el que pocos saben lidiar.