Históricamente las mujeres han tenido una relación estrecha con el cuidado en distintas formas y se les ha señalado como brujas simplemente por transmitir saberes ancestrales acerca de conocimientos medicinales. A lo largo de la historia se han dedicado y encargado del cuidado de la familia, específicamente de enfermos. Esto es asumido por la sociedad como parte fundamental del rol que las mujeres deben realizar en el hogar lo cual repercute en acciones necesarias para asegurar el bienestar de sus familiares.
Esta realidad se genera por la forma en que han sido socializados mujeres y hombres. La familia enseña que el principal rol de la mujer es cuidar de su familia así como el cumplimiento de las tareas domésticas, teniendo como meta la ayuda permanente y la responsabilidad de mantenerlos saludables, ayudarles a recuperarse de enfermedades, entre otras. Esta acción del cuidado se configura en atención diaria, entrega emocional, psíquica y física, por lo que muchas mujeres se ven obligadas a desincorporarse del trabajo remunerado para realizar el cuidado de sus familiares enfermos o discapacitados.
Esta labor en el hogar no es remunerada ya que la sociedad lo ha determinado como una función propia de las mujeres. El binarismo de género es una construcción social que se encaja en nuestros valores, opiniones, experiencias y se configura en la idea (subjetiva y construida por la propia sociedad), que mantiene invisible el trabajo de las mujeres. Hay que señalar que la invisibilidad de los aportes sociales que implica este trabajo no remunerado afecta la distribución de recursos y beneficios, lo cual repercute en la pobreza de las mujeres ya que representan limitaciones para el acceso a beneficios y aspiraciones personales, como la oportunidad de relacionarse y desenvolverse en el pleno goce de sus derechos.
Esta labor es asumida por mujeres adultas y ancianas; en general el patrón es que una hija cuide de una madre adulta o anciana, y la esposa cuide al esposo adulto o anciano, dependiente y únicamente cuando esta esposa está incapacitada para otorgar cuidado, porque a su vez, cuando ella misma lo requiere, es una hija quien la reemplaza. Estas auto exigencias de tiempo y esfuerzo, lo hacen cumpliendo doble y triple jornada de trabajo. Las mujeres son consideradas indispensables para atender a las niñas, niños, ancianas y ancianos, así como administrar medicamentos, alimentar, cambiar vendas, sanar, desinfectar.
Las mujeres son las encargadas de la salud en el entorno familiar realizando cuidados preventivos en el espacio del hogar y también fuera del él; son sin duda, la mayoría acompañante en las consultas médicas y hospitalizaciones. El rol de las mujeres como cuidadoras de enfermos está naturalizado, si nos paseamos por hospitales, se puede observar que las madres son en su mayoría las que asumen hospitalizarse con sus hijos e hijas, en la cual está implícito el apoyo afectivo, además del mantenimiento de la higiene del espacio.
En algunos estudios se ha podido demostrar que los hombres que tienen dependientes a su cargo reciben más ayuda de otros miembros de la familia; la sociedad asume como tradición que la mujer es la cuidadora abnegada que posterga sus necesidades en aras del bienestar de sus dependientes. Además generalmente son sometidas a situaciones de estrés, teniendo como premisa que, si llegasen a apartarse un momento para atender alguna situación particular de su intimidad, aparece el sentimiento de culpa si la persona no mejora.
Marcela Lagarde, antropóloga y feminista, en su libro «Los Cautiverios de las mujeres» escribe acerca de la opresión que sufrimos las mujeres en distintos campos y con características comunes: la opresión de género que está activa en el mundo con estereotipos sociales y culturales, que sintetizan las normas y paradigmas entre la sexualidad y el poder de dominio que fundamenta la existencia de las mujeres.