La mezquindad del estereotipo

La mezquindad del estereotipo
abril 4, 2021 Aglaia Berlutti
feminismo

Es curioso cómo se recuerdan algunos momentos que luego comprendes fueron importantes en tu vida. En mi caso, lo hago a través de anécdotas. Por ejemplo, recuerdo con mucha claridad la primera vez que pensé sobre la manera distorsionada como la sociedad percibe a la mujer: fue durante una prosaica consulta odontológica y lo hice luego de leer un cuento muy estúpido titulado “Te perdí y te amé”. Tenía unos dieciséis años y como dije, me encontraba en el lugar más extraño que se pueda imaginar para recibir una iluminación moral.

El cuento al que me refiero venía incluido en una arrugada edición de la por entonces popularísima revista “Tu” que me encontré en un polvoriento revistero y que leí por aburrimiento. Sí, yo y mi mala maña de leer todo lo que se me pasa por las manos. Pero ese es otro tema. Volviendo al del cuento, recuerdo que se trataba de un relato de una chica de mi edad que había descubierto que su amadísimo y al parecer no tan confiable novio, le había sido infiel. El pequeño drama a tres actos dejaba bien claro un par de cosas desde el principio: que nuestra sufrida protagonista era una chica “buena” que no había querido salir la noche de la “infamia”, que el chico era torpe e irresponsable…y que la otra era poco menos que una puta. Así, a las claras.

Porque, de hecho, durante las tres páginas del cuento — que leí en diez minutos que no recuperaré jamás y que sigo lamentando — la autora se dedicó fue a dejar bien claro que el problema no era su juventud, la estupidez del novio…sino esa pérfida chica de minifalda que había “engatusado” al pobre hombre inocente, a esa víctima de los zapatos de tacón alto y el lápiz labial. A esa chica, a la “fácil” se le acusaba de todo. La sufriente y herida novia engañada la llenó de epítetos, la acusó de ser el motivo de sus lágrimas de niña dulce y “de su casa” y el grupo de adolescentes imaginarios del cuento, la apoyó.

Un poco asombrada — e irritada — recuerdo tomé un bolígrafo y allí mismo, comencé a reescribir la historia por los bordes de las hojas, contando cómo la chica de la minifalda se sentía usada por el sexo de una noche, por haberse ido a la cama con un sujeto que no le dedicó ni un solo pensamiento como no fuera el de acusarla por su necedad. Imaginé a la chica, ya sin maquillaje que la hacía ver mayor, sentada en la orilla de una cama pequeña, como de niña, con los ojos enrojecidos de llorar, luego que alguien le llamaba para contarle lo que el chico que tanto le había gustado unas noches antes decía de ella.

La imaginé tan claramente que llené la revista de palabras y de acusaciones. Y cuando mi odontólogo me atendió, estaba tan disgustada que le pedí cambiar la cita para otro día que me sintiera mejor. Caminé por la calle, ofendida, como si los personajes del cuento fueran reales y después, me pregunté porque me sentía de esa manera.

– Porque son reales — me contestó mi tía L., deslenguada y directa, cuando le conté la anécdota — eso ocurre siempre, a toda hora. Y obviamente, ese cuento pendejo es una manera de dejar bien claro los roles que una chica debe cumplir y los que debe evitar.

De nuevo, me imaginé a la chica “buena”. Y me pregunté en que consistía exactamente esa “bondad”, cuál era el sentido de ese estereotipo tan socorrido que parece estar en todas partes. La mujer que sonríe siempre con amabilidad, la mujer que “es difícil”, la mujer “decente”. Más allá, la abnegada, la que sostiene el hogar. Y mucho más allá, la anciana venerable, la que se recuerda cómo esa identidad intachable. Me dio escalofríos imaginarme a mi misma de esa manera, preguntarme dónde encajaba yo en todo eso. Mi tia L., soltó una de sus escandalosas carcajadas.

– Mejor te acostumbras — me dijo después — porque ni tu ni yo, o cualquier mujer inteligente, calza en nada de eso. Lo femenino es poder pero para entender eso hay que ejercerlo.

Nunca olvidé la frase y ahora que escribo esto, sonrío al recordarla otra vez.

Hablar sobre la mujer no es sencillo. Podría parecerlo, en una época donde la sociedad aboga por la igualdad y las diferencias de género se acortan. Después de todo, la identidad femenina ha conseguido triunfos significativos en independencia, equidad y sobre todo, su percepción como parte de una idea cultural igualitaria.

O eso podría pensarse, en un análisis superficial. Porque aunque es una visión esperanzadora — justa, en realidad — es tan irreal como cualquier otra que pueda sustentarse sobre una futura reintrepretación de roles culturales. Actualmente, la mujer continúa siendo menospreciada y sobre todo, disminuida en su identidad cultural y social en numerosos países del mundo y lo que es aún peor, forma parte de una estadística ciega, marginal que pocas veces se incluye dentro de una visión global de sociedad.

Parece exagerado lo que digo ¿verdad? También me gustaría pensar que se trata de una exageración. De una mera interpretación sobre lo femenino en medio de una cultura que aspira a la igualdad. Pero no lo es, y los ejemplos sobran y lo que es peor, se multiplican, quizás consecuencia de esa necesidad cultural de mirar hacia otra parte, de analizar las ideas de una perspectiva más permisiva, en lo que a la mujer respecta.

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Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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