Pacto entre cómplices

Pacto entre cómplices
marzo 24, 2021 Susana Reina
feminismo

El Premio Reina Sofía del Deporte se entrega a personas o instituciones que destacan por un gesto de nobleza o juego limpio en la práctica deportiva o que han contribuido a la eliminación de la violencia. Este año se otorgó a Sabrina Vega, la ajedrecista grancanaria que en 2017 se negó a participar en el campeonato mundial en Ryad, Arabia Saudí, en un gesto solidario con las mujeres de ese país, quienes no gozan de derechos ni libertades por el simple hecho de ser mujeres.

A pesar de que el premio en metálico ofrecido en esa competencia era muy atractivo, Sabrina manifestó que “por encima están los valores” y no se presentó. Este sin duda ha sido un gesto poderoso en favor de la igualdad que lleva a muchas a cuestionarse si, con sus acciones u omisiones, convalidan la discriminación y opresión de otras por el hecho de no vivirlo en carne propia. La escritora peruana Gabriela Wiener define este tipo de actos cargados de sororidad, como “la amistad entre mujeres que ni siquiera son amigas”.

En toda relación humana hay problemas, traiciones y envidias, pero para conveniencia machista, cuando de caracterizar a las mujeres se trata, el foco se pone ahí. Como contrapeso a esta publicitada y cacareada estampa, tenemos pruebas de múltiples actos solidarios que ocurren a diario entre madres e hijas, jefas y empleadas, hermanas, amigas, incluso con extrañas, que derriban ese mito.

Para estar claras, las mujeres no tenemos ningún don natural o gen que nos hagan más colaboradoras o serviciales. La sororidad no intenta difundir un mensaje ingenuo de amor sin barreras o la idea de que basta con ser solidarias. Va más allá de un acto íntimo entre amigas.

Se trata de hacer un pacto de base

La conciencia de haber vivido experiencias comunes que nos discriminan, producto de la vivencia de ser mujeres, es lo que nos une en rebeldía y desobediencia, aunque no nos conozcamos personalmente. Es la rabia compartida frente al pacto misógino y fraternal, que nos lleva a hacernos cómplices para darnos soporte y apoyo, tanto físico como simbólico.

Cuando el poder está en manos de la supremacía masculina y tan pocos espacios se abren para las mujeres, buscamos con ansias su mirada aprobatoria, de forma que nos permitan ser merecedoras del privilegio, llegando a mimetizarnos con el discurso machista y entonces sí, ser aceptadas en la tribu.

No nos vemos en la mirada de las otras porque no les atribuimos ningún tipo de poder, pasando automáticamente a ser nuestras enemigas. Deconstruir este injusto mecanismo requiere mucha conciencia feminista para empezar a entender que la otra no es la razón de las dificultades que tengo para conseguir mis metas, es el patriarcado.

Es un acto subversivo y disidente

Apoyarnos las unas a las otras para cambiar las condiciones que nos excluyen, constituye una estrategia política de lucha colectiva que se opone activamente al manido y tóxico lugar común de que las mujeres no somos leales entre nosotras. En palabras de Amelia Valcárcel, sororidad es la agregación de apoyos simétricos para alcanzar objetivos comunes que de forma individual no se alcanzarían.

Por ello es preciso romper los sesgos que impiden que más mujeres nos unamos a las otras. Tiene que ser un esfuerzo consciente y voluntario que nos ayude a cambiar el paradigma, de forma que haya más presencia de mujeres tomando decisiones que favorezca a las que están más lejos del espacio de disfrute de sus derechos, articulando intereses con conciencia crítica de género.

Para ello, crear espacios seguros de diálogo entre nosotras es vital. Lo imagino como un pacto social conformado por una cadena de actos solidarios que se van repitiendo y expandiendo, para que la potencia transformadora del mensaje feminista llegue más rápido y más lejos.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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