Por ser feminista creo en la asociatividad, en encontrar comunidad de intereses con otras personas para promover cambios con actitud empáticamente proactiva, especialmente con las iniciativas de poder de otras mujeres y organizaciones de mujeres. Por ser feminista también creo en la diversidad, porque la sororidad solo alcanza su auténtica expresión si esa empatía se despliega con iniciativas de mujeres con las que no comparto necesariamente sus proyectos y creencias.
Por eso apoyo el liderazgo femenino, especialmente en el espacio político privado empresarial y en el público a través de las instituciones del Estado. Apoyo las cuotas de género que lo promueven y apoyo las iniciativas culturales y educativas que facilitan el acceso de más niñas, adolescentes y jóvenes a los estudios, las relaciones y las experiencias que mejor las proyectan como líderes en estos espacios.
Pero buena parte del trabajo que realizo cotidianamente pasa por convencer a muchas mujeres líderes de que su espacio de liderazgo debe desplegar un compromiso solidario con el movimiento feminista. Gracias a sus luchas del pasado hoy podemos comprender cómo, más allá de las potencialidades y esfuerzos personales las barreras existen, por lo cual, es necesario tener conciencia del rol de los privilegios en la conquista de espacios de poder en el que hoy muchas se encuentran.
¿Meritocracia?
Muchas líderes que conozco, que han avanzado y que celebro por su potencia, inteligencia u otras cualidades, no asumen conciencia plena de estos escalones y trampolines de impulso con el que inician sus carreras. De hecho, algunas los niegan. Dicen cosas como “…la que se esfuerza, lo logra. Yo me lo gané con mucho esfuerzo, nadie me lo regaló” o bien “Yo no me he sentido discriminada, siempre tuve apoyo de mis padres y mis profesores o jefes para llegar a donde hoy estoy”.
El planteamiento puede tener un importante valor de verdad, es decir, no niego que se hayan esforzado muchísimo y tampoco que hayan tenido apoyo, incluso de figuras masculinas relevantes para su desarrollo. Es digno de felicitación y elogio. Pero eso no debería impedir entender que se trata de una clarísima excepción si por cada mujer que es estimulada, apoyada e impulsada hacia los espacios de poder a partir de su propia libertad de elección, hay decenas o miles que no reciben este tratamiento.
El asunto se ha vuelto más evidente y diferenciado en la medida en que los espacios de formación profesional que, aparentemente, condicionan el acceso a más oportunidades y funciones de alto poder, comenzaron a tener más y más presencia femenina. Hoy, países como Venezuela, tienen desde hace años población estudiantil en el sistema de educación superior con mayoría femenina, mientras que los espacios de dirección empresarial, dirección política y dirección del Estado, siguen dominados por hombres en porcentajes grotescos, superiores al 80% en muchos casos.
Conciencia de género
Algunas me han dicho “No es un asunto de hombres contra mujeres porque eso también les pasa a los hombres. La falta de oportunidades es un problema del sistema”, sin saber quizás que este fenómeno tiene una marcada repercusión dependiendo del género. La falta de oportunidades puede tener sesgos socio económicos, pero son más las mujeres que ven limitadas sus oportunidades de acceso a espacios de poder en proporciones claramente diferenciadas de sus pares masculinos en el mismo nivel de pobreza.
Sin dudarlo, todo liderazgo femenino debe ser celebrado, pero solo el liderazgo feminista tiene la capacidad de multiplicar las oportunidades que nos aproximen a la igualdad de género. Porque eso es lo que buscamos, que hombres y mujeres tengan las mismas responsabilidades y oportunidades en el espacio público y en el privado, en los hogares, en las empresas, en los gremios empresariales, en los partidos políticos, en los sindicatos, en las instituciones del Estado. En todos los espacios de poder hace falta más conciencia común y para ello el liderazgo feminista es trascendente.