El morado misterioso

El morado misterioso
marzo 12, 2021 Ali Braum
feminismo

El lunes 8 de marzo fui a buscar a mi hija al jardín de infancia, había pasado el fin de semana con su papá y deseaba reencontrarme con ella. Esa mañana recibí una llamada de él, que, para ser honesta, me pareció un poco extraña por lo detallada y larga, donde me contaba las actividades que habían hecho con especial énfasis en dos moretones que tenía en el brazo derecho. Uno en el antebrazo, se lo hizo con la puerta del closet, se pellizcó cuando la estaba cerrando. El otro, que está en la parte interna del brazo, se lo hizo en el jardín, era feo, me dijo, también me dijo que lo había notado el viernes cuando fue a buscarla, pero no quiso devolverse al jardín para pedir explicaciones. Yo me quedé tranquila, porque pensando que los niños juegan y a veces se golpean. No le di muchas vueltas al asunto.

Para mi sorpresa, cuando llegué al jardín la maestra me contó que ella no tenía registro de estos moretones y que cuando le preguntó a mi hija de tres años qué había pasado ella le respondió “mi papá me pegó”. Mi papá me pegó. Su papá le pegó. Sentí que me había explotado una bomba en la cara. Las piernas me temblaban, estaba fría, no podía entender lo que me estaba diciendo. Le pedí que escribiera esta información en el reporte que envían todos los días.

Camino a casa nos fuimos conversando, como siempre. Ella me hablaba, pero yo no podía dejar de pensar, su papá le pegó. Intenté calmarme para poder pensar en la mejor manera de manejar esta situación, los temblores se transformaron en rabia, una rabia que nunca había sentido, tenía que confrontarlo, tenía que defenderla, tenía que hacer algo. Lo primero que hice fue alejarme del teléfono, esa tarde no le respondí la llamada que hace todas las tardes para desearle buenas noches.

Yo estaba clara que mi trabajo era y es creerle a mi hija, confiar en ella y, aunque su papá siempre se ha caracterizado por ser un padre amoroso, también tengo claro las razones por las que me separé de él. Me separé de él porque era explosivo, por sus ataques de ira, porque me empujó con mi bebé cargada en brazos, porque me agredía y no estaba dispuesta a vivir de esa manera. Con el tiempo pensé que las cosas serían diferentes, pensé que sería diferente con ella. Tal vez fui ingenua, pero la declaración de mi hija revivió en mí toda la violencia que sé que habita en él.

No es nada fácil confrontar a un narcisista, es imposible que se hagan responsables por el daño que han hecho. Llanto, manipulación, el famoso “tú me crees capaz” y el desplazamiento de la responsabilidad en otro, en este caso el jardín. Sobra decir que no obtuve respuestas, ahora mi única preocupación es que ella sepa que puede confiar en mí, que hable, que no crezca pensando que el maltrato es algo con lo que debe aprender a vivir, que lo proteja, aunque ponga en riesgo su seguridad y bienestar, que la manipule. Que vuelva a hacerle daño.

Al consultar con varios especialistas, me dijeron que pudo haber sido un hecho aislado, que lo mejor que puedo hacer es esperar y si vuelve a ocurrir, en cristiano, si el papá de mi hija vuelve a pegarle, hay que tomar acciones legales. No sé si eso sea lo mejor. Tal vez nunca lo haga, espero. Tal vez la próxima vez sea más que un moretón en el brazo. El punto es que una parte de mí siente que le fallé, que no pude resolver el caso del morado misterioso, como le llamé cuando conversé con ella. Lo cierto es que la tranquilidad que sentía cuando se iba con su papá se ha ido y yo estoy esperando que el moretón evolucione para ver si hay marcas de dedos. De ser así, no voy a esperar.

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