Aunque el mundo de los cómics y los superhéroes no sea realmente del gusto de todos, toca sincerarse, La Mujer Maravilla llama la atención. Esa mujer que va en búsqueda de la justicia, desafiando estándares establecidos, al tiempo que va abriéndose paso en un mundo tradicionalmente de hombres, sagaz, de intelecto sin igual y que además libra sus batallas sin despeinarse ni un sólo cabello, no solo logra levantar miradas, sino que logra establecer una especie de nivel aspiracional. ¡Que lance la primera piedra quien no ha querido ser, al menos una vez, una Wonder Woman!
El atractivo de esta mujer radica en poder hacerlo todo, hacerlo bien y, además, hacerlo sin emitir queja alguna sobre la lista de labores existentes (que, además, parecen nunca acabar), porque, después de todo, de eso se trata ser la Mujer Maravilla. Incluso, el diccionario Merriam Webster tiene una definición para este término particular, y se refiere a una “mujer excepcionalmente especial, una mujer que tiene éxito desarrollando una carrera y criando a una familia”.
En algún punto de nuestras vidas hemos querido ser esa mujer brillante, de belleza envidiable, con un doctorado en el multitasking de actividades personales, laborales y familiares (y si tiene hijos, obtiene puntos adicionales), ambiciosa y fuerte ante las adversidades que la vida le plantea.
Desde cierta distancia, el manejar todo ese cúmulo de cosas, resulta admirable y lo más cercano a la perfección que existe sobre la faz del planeta Tierra. Pero ese atractivo de mujer multitasking lleva consigo no solo un enorme desafío, sino además una presión (muchas veces auto impuesta) por lograr absolutamente todo con excelencia y gracia.
Y es que, cuando términos como “excepcional” y “especial” son asociados a esa Wonder Woman la barra se eleva aún más, la presión por lograrlo se incrementa exponencialmente y la comparación con otras mujeres se hace inevitable, empezando una especie de competencia llena de frustraciones, retrocesos, expectativas incumplidas y sentimientos de culpa y fracaso por no lograr los objetivos en los plazos esperados (que cabe destacar, casi siempre son plazos poco realistas).
Visto de esa manera, realmente parece ser una aspiración nada divertida, pero dejando los idealismos a un lado y contrario al pensamiento común, ser Wonder Woman, tiene implicaciones completamente alejadas de lo “heroico” del término.
En la realidad, el súper poder de esa mujer aguerrida y tenaz, radica en su humanidad.
Desde un punto de vista más aterrizado y alejándonos del estereotipo tradicional de la Mujer Maravilla, vemos que el permitirse ser humana (en todo el sentido de la palabra) es lo que la hace única y realmente fabulosa.
Una Wonder Woman quiere comerse al mundo, tiene el brío y las ganas de lograr lo propuesto, y además, se permite crecer ante las adversidades, las enfrenta con valor y aprende de todo el caótico proceso que está inmerso en ello. A la vez, reconoce sus miedos, limitaciones, emociones y frustraciones que tiene ante lo que se presenta y entiende que está bien no lograrlo todo en un día y que pedir ayuda es completamente válido, que los errores son parte del proceso y que hay días que resultan no ser tan buenos.
Ser una Mujer Maravilla implica ser humana en plenitud y vivir con la certeza de que se da lo mejor de sí, abrazando lo que se es, celebrando las pequeñas victorias y aprendiendo de los errores sin juzgarse.