Soy mujer y ese es mi pecado

Soy mujer y ese es mi pecado
noviembre 27, 2020 Maithé Riera
feminismo

Camina por la calle contenta porque consiguió el cereal que le gusta (vive en Venezuela en donde la gente se contenta por esas banalidades).

Cruza la calle y al pasar por la isla de la avenida un señor de unos sesenta años la mira y le dice “ven y chúpamela” mientras extiende su mano.

Esa que camina en la calle y a la que le dicen eso soy yo. Una mujer con un fenotipo algo común en Venezuela (morena, cabello oscuro y estatura media), que de seguro no es la más linda de la calle ni tampoco la más esmerada (difícilmente me maquillo). El que me dice esto lo dice sonriéndose, en voz alta y sin vergüenza, no parece un tipo de las calles, parece alguien que tiene familia y que va o viene del trabajo… ¿por qué me dice esto a mí? ¿Por qué no le da pena decirlo? La respuesta después de estos treinta días de experimento social es muy sencilla: me lo dice porque soy mujer.

Hace treinta días más o menos en una pseudo charla del grupo de mujeres en el que participo decidimos mostrar el video espeluznante de una chica que camina todo un día por Nueva York con una cámara escondida; a la muchacha la miran de manera vulgar, la persiguen, le hablan, le gritan, la acosan a los ojos de todos y en plena luz del día (en gran parte del video). Si no lo han visto paren esta lectura y véanlo AQUI

Después de ver esto, algunos de los que vieron el video dijeron sus opiniones. Para algunos resultó confusa la sola idea de que un piropo (en caso de los “piropos bonitos”) pudiera resultar molesto para nosotras. También hubo algunos comentarios de los que se desprendía que algunas mujeres muestran mucho, que se visten para provocar y que es normal que les digan cosas. Para otros, a las mujeres les gusta y hubo el que dijo “es sólo una broma”.

Con todo esto en mente decidí comenzar el experimento: me fotografiaría durante treinta días y anotaría todo lo que me dicen y, en caso de poder identificarlo, anotaría los rasgos de quien me lo dijo y el lugar.

Los resultados me asombraron más de lo que se pueden imaginar: de treinta y un días solo en dos no me dijeron nada, ni fui objeto de miradas, ni gestos indecentes. En ambos días estaba vestida con un estilo más o menos similar que los días anteriores.

Esta entrada se haría extensa e interminable si colocara todas las fotos y escribiera todo lo que me dijeron (para l@s que quieran ver todas las fotos y leer lo que dijeron creé una galería en Flickr (que puedes ver AQUI)

feminismoMi pequeño experimento me dejó estas conclusiones:

Puede que una mujer como yo (en sus veinte y tantos) reciba al menos una vez al día una muestra de acoso sexual en Caracas si se mueve en transporte público.

No hay un patrón claro en cuanto a la edad, sin embargo en mi caso el 60% de los acosadores parecían superar los veinte años.

Los acosadores no tienen vergüenza, no sienten que lo que hacen esté mal y en el 50% de los casos estaban acompañados. Sus compañeros celebraron sus acciones.

El acosador prefiere gritar o decir algo mientras se está en movimiento (él o la victima), en el caso de estar confinados en un mismo lugar mira a la víctima hasta que uno de los dos se mueve.

Pareciera que el acosador no tiene intenciones de conocer a la víctima o al menos no espera que sus acciones generen la oportunidad de conocer a la persona.

No parece importar cómo se viste la víctima, con cualquier ropa, desde jeans, franelas, suéteres y faldas largas.

Tampoco la manera en la que tiene el cabello: recogido, semi-recogido, suelto.

Creo que el único elemento común de todos los días fue mi género.

Si la culpa es de nosotras, las víctimas del acoso, entonces nuestro pecado es uno sólo: el ser mujeres.

¿Les ha pasado algo así? ¿Son de los que le dicen cosas a las mujeres en la calle?

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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