De una manera u otra, todos conocemos a Rosie, quizás no por su nombre, pero seguramente la hemos visto, hemos escuchado de ella e incluso, la hemos emulado de alguna forma.
Su nacimiento tuvo unas circunstancias muy específicas y un objetivo bien delimitado. Rosie la Remachadora fue la imagen creada para reclutar fuerza laboral femenina durante la Segunda Guerra Mundial, un momento donde diversas industrias estadounidenses atravesaban dificultades dado el alistamiento generalizado de hombres en el ejército.
Aunque las opciones laborales de las mujeres eran muy limitadas, el conflicto bélico hizo que industrias exclusivas para hombres como la aeronáutica, transporte y municiones buscasen una nueva fuerza laboral que contribuyese a la operatividad y los niveles de producción. Con una maquinaria de marketing impresionante, el Estado produjo la imagen de Rosie, una mujer lo suficientemente fuerte para trabajar fuera de casa, cumplir con el deber patriótico de apoyar a su país, apoyar a su esposo que se encontraban en el frente de guerra y mantener a su familia sin perder el glamour y la feminidad que debía caracterizar a una mujer de la época.
La imagen de la mujer con un pañuelo en la cabeza y que flexiona su brazo de manera desafiante funcionó. Para 1943, las mujeres representaban el 65% de la fuerza laboral total de la industria aeronáutica, en comparación con solo el 1% en los años anteriores a la guerra, y se estima que de 1941 a 1945 el porcentaje de mujeres trabajadoras en EE.UU. subió del 27% al 37%. Alrededor de unos 6 millones de mujeres entraron a trabajar a las fábricas con necesidad de mano de obra.
Ese ingreso de mujeres en diversos lugares de trabajo resultó crucial para mantener la operatividad de varias industrias, así como al esfuerzo bélico que se realizaba. Sin embargo, no solo el salario ofrecido estaba muy por debajo del que recibían sus contrapartes masculinas, sino que el desempeño en esos roles, tenía un límite, límite que se cumpliría al finalizar la guerra.
La guerra pasó y muchas mujeres regresaron a sus hogares a cuidar a sus familias y esposos que retornaban de la guerra; solo un grupo muy reducido de mujeres siguió haciendo vida laboral, y Rosie, viendo cumplido su deber, quedó en el olvido (o eso se pensaba).
Algo pasó con esa maquinaria de propaganda muy bien diseñada, algo en ella resonó en muchas mujeres no solo en Estados Unidos sino alrededor del mundo. Esa imagen de mujer desafiante que luego se conjugó con el slogan “We Can Do It” (“Podemos hacerlo”, en español) resurgió al comienzo de los 80´s con una fuerza totalmente diferente, una que representaba el empoderamiento de la mujer y la capacidad de poder hacerle frente a diversos retos que se le presentaban, así como la posibilidad de desarrollar un rol en la sociedad más allá de la maternidad y cuidado del hogar.
Rosie pasó de ser un instrumento de propaganda del Estado, con un propósito bien delimitado, a adquirir una lectura diametralmente opuesta. Es como si ella hubiese adquirido con los años, una experiencia y madurez que logró transformarla en una versión nueva de sí misma o quizás que le brindó un mayor auto entendimiento, pasando además a ser no solo un ícono de la cultura pop sino además un ícono feminista para muchas.
Esta nueva lectura o madurez de Rosie, se da gracias a los movimientos de los derechos humanos de 1960 y 1970 donde el enfoque de género empieza a tener resonancia, donde las percepciones culturales sobre la mujer se comienzan a distanciar de la imagen de ama de casa abnegada de su hogar y se busca la participación de la mujer en ámbitos sociales, laborales y educativos.
Incluso, la lectura del slogan que acompaña a Rosie se lee diferente, ya no se lee en virtud de la victoria en la guerra, sino que logra enmarcar a la sororidad y el poder que como mujeres tenemos de marcar nuestro propio destino y marcar una diferencia en la sociedad de la que somos parte.
“La remachadora” nació para marcar una desviación de la norma, que, aunque se pretendía temporal, una vez que se puso en práctica, no hubo marcha atrás. Aun cuando las barreras fuesen enormes, cuando el panorama no fuese halagador, y cuando el apoyo y receptividad fuese escaso en principio, detonó una especie de chispa que dio un impulso por la igualdad, al ver a Rosie, algo dentro de la esencia de muchas mujeres hizo clic.
Hoy, Rosie la remachadora sigue teniendo relevancia, ya no como esa personificación del despertar económico y social de la mujer, sino como un símbolo de perseverancia, desafío y fortaleza, una imagen que transmite empoderamiento personal al que la ve, una imagen que invita a atreverse y pensar en el ¿por qué no? Y que, además, nos recuerda que, a pesar de las luchas por lograr la igualdad, y ante las adversidades y desafíos que se plantean en múltiples ámbitos, efectivamente podemos lograr esos cambios a los que se aspira, nos recuerda algo sencillo pero poderoso “Nosotras podemos hacerlo”.