La edad más difícil es sin duda la adolescencia: estás muy grande para jugar con muñecas y muy pequeña para opinar. No sabes nada de nada.
Antes, la educación sexual solo la impartían las madres y te decían en el momento de tu primera regla «esto te va pasar cada mes, tranquila que no es nada grave» Eso era todo.
No tenía a quien recurrir, cada mes teníamos que pedir dinero a papá para comprar las toallas sanitarias y le decíamos dame 1,50 para comprar un cuaderno mixto, hasta que se enteró para que era y llegó con un bulto de Modess.
Nosotras avergonzadas reíamos.
Todo era tabú, poco a poco y con muchos tropiezos fui descubriendo la vida.
Cuando me empezaron a crecer los senos estaba ya en 5° grado y para el fin de curso debíamos bailar “El robalo”. En los ensayos cuando dábamos saltos me llevaba las manos al pecho para que mis senos no se movieran y pendiente de que la profesora de danza no me viera. Pero para el día del acto cultural no sabía qué hacer y tomé prestado un sostén de mi hermana, pensaba que al llegar lo pondría en su lugar, pero ella se dio cuenta y se molestó mucho.
No se habían dado cuenta que había crecido.
Sentía gran interés por saber las normas para desenvolverme en la vida.
Mis hermanas no tenían ni idea para guiarme; decidí buscar información, siempre me ha gustado leer el periódico y un día vi en El Nacional una columna que se llamaba «Madame Viví».
Ella daba consejos sobre los modales en la mesa, el manejo de los cubiertos, como maquillarte y vestirte.
Y muchos tips para ser una dama elegante.
Me lo leía una y otra vez encerrada en mi cuarto y en secreto como si se tratara de pornografía, tenía miedo que se enteraran que me gustaban esos temas, siempre me tildaron de prematura porque hacía cosas que no correspondían con mi edad.
El día que leí cómo depilarse las piernas, corrí al baño y con la afeitadora de papá lo hice (nunca se enteró). Mis hermanas al verme me decían loca, pero a las pocas semanas también estaban depiladas.
Así fui creciendo y aprendiendo las reglas que dictaba la sociedad para ser una señorita decente y de su casa.
Debías casarte antes de los 23 años porque si no decían que te había dejado el tren. Al año de casada ya tenías que haber sido madre.
No habías tenido tiempo de ser esposa y ya tenías la responsabilidad de criar un bebé.
Por eso nuestra generación protegió a sus hijas al máximo, se las apoyó en sus estudios y se les enseñó a tener confianza en ellas mismas y a defender sus derechos.
Hoy vemos con orgullo cómo luchan contra el patriarcado, se organizan y todas juntas van logrando ser tomadas en cuenta.