Hace tiempo leí una publicación hecha por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) donde se afirmaba que cuatro de las seis ciudades con el transporte público más inseguro para las mujeres en el mundo se encuentran en América latina (Bogotá, Buenos Aires, México, Quito y Santiago de Chile).
No me sorprendió que ninguna ciudad de Venezuela apareciera en la publicación, no porque en nuestro transporte público las mujeres no estemos expuestas a este tipo de violencia, sino porque desde hace tiempo en Venezuela no se manejan cifras oficiales de casi nada.
Aquel informe del BID vino a mi mente en estos días, cuando una usuaria de Twitter decidió compartir una experiencia de acoso callejero que había sufrido en Caracas, quien además abrió un hilo donde invitaba a otras mujeres a contar sus experiencias.
De esta dinámica, dos cosas llamaron mi atención, la primera fue que la mayoría de las que contestamos teníamos más de una experiencia de acoso que contar; la segunda, el número de historias que al igual que la mía tenían como escenario precisamente el transporte público.
Mi tweet fue el siguiente:
“Una vez me dieron una nalgada en el metro. No pude ver quién fue, me dolió mucho y me dio mucha rabia. Llegué casi llorando al trabajo y cuando lo conté, a todos les dio risa. Vivimos en una sociedad dónde la violencia y el acoso parecen ser un chiste #YoCuento”
Recuerdo también que aquel día recibí algunos comentarios del tipo “eso es para que veas que tienes lo tuyo”, “no seas exagerada ¿Qué tanto puede doler una nalgada?”, “no le des tanta importancia, son cosas que pasan”… Porque en un país excesivamente machista como Venezuela, el acoso no solo es algo “normal” sino también es algo con lo que las mujeres deberíamos sentirnos a gusto.
Es complicado hablar de acoso callejero cuando incluso hay mujeres que ven los “piropos” como algo inofensivo que a veces sirve para elevar la autoestima, porque hasta ese punto ha llegado a influenciarnos la cultura machista, haciendo que muchas de nosotras inconscientemente necesitemos la constante aprobación de los demás.
Aun así tenemos que seguir hablado el tema, aunque nos digan exageradas, seguir educando y hacer mucho ruido, porque el acoso callejero no es algo que nos inventamos las feministas para llamar la atención, es un tipo de violencia y no podemos ser permisivas, porque como todo tipo de violencia va escalando desde algo que parece inofensivo hasta convertirse en algo sumamente peligroso.