Octubre es el mes de la prevención del cáncer de mama, ocasión más que propicia para hablar de los autocuidados. La teoría del autocuidado fue creada por Dorothea Orem, enfermera, profesora e investigadora estadounidense, que en 1994 la definió como ‘’una actividad aprendida, dirigida hacia nosotros mismos o hacia los demás, con el fin de conseguir un bienestar’’.
Las actividades de autocuidado se centran en la promoción de la salud para prevenir enfermedades, el manejo a tiempo de las pequeñas dolencias cotidianas, así como el control de enfermedades o condiciones crónicas, como las que deprimen la capacidad de respuesta del sistema inmunológico. Lo interesante es que pone la responsabilidad en la propia persona, quien pasa de ser receptor pasivo a un agente activo que procura su propio bienestar.
Las prácticas para el autocuidado son muy variadas. Incluyen desde atender la adecuada alimentación, hacer ejercicio físico, asistir a consultas médicas o cuidar medidas higiénicas básicas hasta la práctica de técnicas para manejo del estrés, habilidades para establecer relaciones sociales, comportamientos sexuales seguros, recreación y manejo del tiempo libre o evitar la soledad, entre otros. Comprende un amplio espectro de conductas saludables que nos protegen o mitigan enfermedades crónicas.
Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, el autocuidado responsable permite la prevención de los casos de infarto y diabetes tipo 2 en un 75% y reduce los casos de cáncer en un 40%. Casi todos los reportes encontrados dan cuenta de que auto cuidarse correlaciona positivamente con la salud física y también la salud mental.
Autocuidados y las mujeres
La salud es un derecho fundamental de toda persona, pero las mujeres en el rol de cuidadoras de otros frecuentemente olvidan cuidarse de sí mismas. Están muy ocupadas atendiendo necesidades de hijos, maridos, padres mayores, poniéndose de últimas en la lista de asistencia, muchas veces aguantando malestares que no comentan con nadie para que “no se preocupen” hasta que una enfermedad mayor emerge.
Nuestras amigas de Funcamama, Senosalud y otras especialistas en prevención de cáncer de mama, nos comentan con preocupación la campaña que tienen que hacer continuamente para que más mujeres se hagan una mamografía de forma rutinaria. Y en medio de la pandemia, esto se ha agravado por la falta de recursos de movilización, la disponibilidad de equipos que funcionen en medio de apagones o la escasez de reactivos y drogas necesarias para tratar la enfermedad. Pero aún en esas circunstancias ellas sostienen una lucha perenne para lograr la sensibilización necesaria en muchas mujeres y sus familias acerca de la importancia de la atención primaria. #HazteLaMoamografía
Es un acto empoderador
El contexto de violencia estructural en el que viven las mujeres les coloca en posición de enfrentar altos índices de estrés con serias implicaciones negativas para su salud física y emocional. Darse cuenta de esto, dentro de una ética de amor propio, es un acto feminista que busca romper la dinámica patriarcal que nos hace interiorizar el rol de ser y estar fundamentalmente para los otros.
Para muchas, la culpa no las deja abandonar este sincretismo de género que les hace creer que el autocuidado es egoísmo. La presión social que pone sobre los hombros de las mujeres la responsabilidad de todos los demás, algunas desde muy pequeñas cuando quedan a cargo de los hermanitos, impide pensarse en alguien con derechos. Yo a ellas les digo que hagan caso a las instrucciones que dan en los vuelos, cuando anuncian que “en caso de una descompresión de la cabina, una máscara de oxígeno descenderá…si viaja con un niño, póngasela usted primero y después asista al niño”. Así. Primero nosotras. Y en tiempo de pandemia más aún.
Asumir con firmeza el autocuidado de nuestros cuerpos, poner límites, descansar cada cierto tiempo, colocar en agenda los chequeos de rutina, regalarse momentos placenteros y lúdicos, tiempos para la reflexión y la pausa, comer, dormir, divertirse, entre otras acciones sanadoras, supone dar un paso revolucionario y empoderador, pero vital para prevenir colapsos de salud. Se trata de la construcción de las mujeres como dueñas de su propia vida, de su sexualidad, de su corporalidad y de su bienestar biopsicosocial como un derecho y no como un privilegio.