Atendí a una invitación para un “foro chat” de las amigas barquisimetanas de la organización feminista Berenjena Empoderada. Hablamos ante un grupo de unos 350 participantes acerca del rol de las mujeres en la economía y los enormes rezagos que aun hoy encontramos en su participación laboral, así como de otros indicadores que dan cuenta de las desigualdades de género en el sector financiero.
Hablar de economía con perspectiva de género casi nunca está presente en la mente de los empleadores o de los formuladores de políticas públicas, ni siquiera en la de los organizadores de paneles de expertos cuando hablan de prospectiva o estrategias. Pero ignorar las condiciones que sistemáticamente excluyen a las mujeres del acceso al crédito o a mejores ingresos monetarios o a pensiones justas, restringe la posibilidad de diseñar mecanismos equitativos que logren minimizar las enormes desigualdades que se registran en este ámbito, lo que además se traduce en inestabilidad y mayor insostenibilidad social para todos.
Como muestra de ello, vale la pena consultar el reporte de la reciente Encuesta ENCOVI 2020, que destaca la relación entre incremento de la pobreza en Venezuela con la caída de la participación femenina en la actividad económica y el aumento abrupto de mujeres como jefas de hogares monoparentales. Ambos fenómenos impactan los niveles de vulnerabilidad social que profundizan la desintegración económica reflejada en la investigación.
Factores que frenan el avance
Es un tópico común atribuir a las propias mujeres las razones por las que son más pobres o no llegan a posiciones gerenciales altas o a ser las dueñas de sus propias empresas (a nivel mundial sólo el 5% de las mujeres son presidentas de juntas directivas, en Venezuela no supera el 1%). Pero esta enorme brecha no puede ser explicada con base en las capacidades o motivaciones de las mujeres, quienes usualmente copan los espacios universitarios y formativos demostrando desde hace mucho tiempo ya, que la inteligencia no hace distinciones en base al sexo.
Como buena estructuralista y feminista radical que soy, prefiero mirar hacia las reglas de juego que organizan los espacios sociales, diseñadas siempre desde la lógica y la mirada masculina, para explicar las razones que mantienen el poder como un coto cerrado y exclusivo del “boy´s club”.
Las jornadas dobles no remuneradas que atienden el trabajo doméstico y los cuidados, la maternidad, la falta de programas de apoyo a madres trabajadoras tanto por parte del Estado como de las empresas, los horarios no flexibles, las licencias paternales menores en tiempo a las maternales, entre otros, son los principales factores que explican por qué muchas mujeres no se mantienen activas laboralmente y por qué les cuesta tanto llegar a las altas posiciones en la pirámide organizacional o a hacer crecer sus emprendimientos.
Pero quizás uno de los factores más insidiosos y difíciles de precisar y cambiar, es la concepción masculina del éxito llena de estereotipos sexistas, que obliga a algunas mujeres a masculinizarse para acceder al poder y obtener el reconocimiento que les haga subsistir en la dinámica empresarial. Esta forma de hacer “travesti” como decía mi maestra Evangelina García Prince, explica síndromes como el de la “abeja reina”, una suerte de dama de hierro que es cruel y dura con otras mujeres para evitar que le hagan sombra.
¿Miedo al éxito?
Una participante del foro chat mencionó que en una oportunidad le negaron una promoción en su empresa porque ese movimiento hubiese dejado por fuera a su jefe inmediato, quien por cierto tenía menos credenciales que ella. Reclamó pero recibió el mensaje de que su insistencia no sería bien vista, por lo que a falta de otra opción laboral, no le quedó más remedio que mantenerse quieta, callar y aguantar.
Es más frecuente de lo que se cree, pero algunas mujeres aparentan no saber mucho para no ser descartadas por “ambiciosas, conflictivas, demasiado autosuficientes, arribistas”. Pareciera que la estrategia para sobrevivir es seguir las reglas no escritas del juego que van por la vía del no destaques mucho, no plantees las cosas tan asertivamente, no reclames, no hables tanto, no pidas, que no se note que quieres esa posición. De lo contrario te conviertes en amenaza y serás socialmente rechazada.
Fue la psicóloga Matina Horner quien habló por primera vez del miedo al éxito en la década de 1970 poniendo de relieve que las mujeres experimentan más miedo al éxito que los hombres. Pero esto no ocurre por alguna condición innata en ellas. En las mujeres la consecución del éxito se acompaña de ciertas consecuencias que no son gratificantes: la pérdida de amistades, no ser percibidas como femeninas e incluso tener que demostrar siempre que se es merecedora de la nueva posición con un desempeño notablemente superior a sus compañeros varones. Según afirmó Horner, las mujeres tienen miedo a sentirse socialmente excluidas y es este miedo la causa que inhibe la motivación al logro.
Cambiemos las reglas
No es un problema de autoestima o de confianza en sí mismas, no es un techo auto impuesto, no es un saboteo personal. No es que “ellas no quieren participar cuando las invitamos porque les da pena”. Abstenerse de participar o de optar, muchas veces es la inteligente respuesta ante la percepción de un entorno que no acepta a una mujer en una posición poderosa y que obliga a adoptar conductas contrarias al ejercicio de un liderazgo tenaz que pareciera ser valorado sólo cuando es ejercido por hombres.
Las que logramos mantenernos y ascender en la carrera gerencial, rompimos muchas normas en el camino con una alta cuota de sufrimiento. Pero esto no tiene por qué seguir siendo así para las futuras generaciones de mujeres. Un empleador consciente y sensibilizado acerca del enorme beneficio e impacto en la inversión que trae incorporar a más mujeres en espacios directivos, es capaz de transformar la cultura de su organización para hacerla permeable a valores de inclusión y progreso.
La hipótesis del supuesto miedo al éxito de las mujeres cambiará en la medida en que detentar el poder deje de ser un asunto de competencia para machos y más un espacio compartido para conducir organizaciones o países con sentido amplio. Para que ello sea posible, comencemos por dejar de revictimizar a las mujeres en los espacios productivos y de edulcorar la situación con espejismos de falso empoderamiento.