Creo que siempre he sido feminista aunque tardé mucho tiempo en descubrirlo.
La primera vez que escuché el término fue en el colegio, ya de adolescente, en medio de una discusión con la profesora de educación para la salud quien insistía en saltarse la parte del libro donde se hablaba de los métodos anticonceptivos, alegando que estábamos en un colegio católico y nuestra religión no aceptaba otra cosa que la abstinencia.
–Si está en el libro es porque es importante, además para tomar decisiones es necesario conocer todas las opciones, para eso Dios nos dio el libre albedrío. (En esa época aun me consideraba católica)
Esta argumentación al parecer acabó con la paciencia de mi profesora quien me gritó frente a toda la clase:
-No pareces una niña de buena familia, si sigues por ese camino vas a terminar siendo feminista.
Yo no tenía idea de lo que significaba la palabra feminista, pero para el momento me pareció algo muy malo.
Después de esa primera vez, me acusaron de feminista muchas veces y aunque seguía sin saber lo que significaba, siempre lo asumía como algo negativo.
Recuerdo una conversación con mis amigas sobre los pechos, en Venezuela, el país donde todas las mujeres están obligadas a ser perfectas, operarse los senos es algo tan común como teñirse el cabello. El caso es que yo sólo escuchaba la conversación porque sentía que no tenía ninguna opinión al respecto, pero por el tamaño de mis senos casi inexistentes no logré pasar desapercibida, enseguida vinieron las preguntas:
-¿Por qué no te operas?
– Porque no es algo que esté en mis planes
-¿No tienes dinero?
-No para eso
– ¿Tu novio no te ha pedido que te operes?
– Lo hace y le termino, si quiere tetas grandes que se opere él.
– ¿Pero por qué, acaso no quieres verte bella?
-Me gusta como soy, me siento cómoda con mi cuerpo.
-NO, no es que te guste como eres, lo que pasa es que eres demasiado feminista.
Salí algo confundida de la conversación, no entendía por qué era tan imposible de creer que una mujer pudiera estar conforme con el cuerpo que le tocó, es decir, nunca me he considerado bella, de hecho he tenido algunos complejos, pero ninguno tan importante como para romper mi regla de mantenerme lo más alejada posible de esos seres de bata blanca que tanto me asustan.
Cansada de que la mayoría de las discusiones donde participaba terminaran conmigo siendo acusada de feminista, decidí investigar sobre esa etiqueta que parecía perseguirme y de la que no podía desprenderme por falta de argumentos.
El primer lugar en el que busqué fue en el diccionario de la Real Academia Española, y me sorprendió lo que leí “Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.” Esa fue la primera vez que pensé seriamente en que tal vez sí era feminista después de todo, pero como aún no estaba segura continué buscando y mientras más leía, para mi sorpresa, más convencida estaba de que era feminista y aunque no encontraba una corriente dentro del feminismo con la que me identificara totalmente (todavía no lo hago) lo entendí, “Soy feminista, siempre lo he sido”.
Así que comencé a usar la etiqueta con orgullo, aunque no me convertí en activista hasta algunos años después.