La doble jornada femenina en confinamiento

La doble jornada femenina en confinamiento
mayo 6, 2020 Susana Reina
doble jornada laboral

Aprovechemos el recién conmemorado Día del Trabajador, para poner sobre la mesa el fenómeno de la “doble jornada” que comprende superponer las actividades domésticas al trabajo formal o informal que se realiza fuera de casa. Es una situación que viven mayoritariamente las mujeres, producto de la vieja división sexual del trabajo, que da por descontado que ellas se encargan de la casa y los cuidados familiares y personales, mientras los hombres abordan la calle y las decisiones públicas.

Este argumento cargado de estereotipos sexistas no ha cambiado a pesar de la masiva incorporación de las mujeres al trabajo fuera del hogar. Y remarco “fuera del hogar”, porque el que se hace en el hogar es también trabajo, aunque no se le considere así en todos los ámbitos y estadísticas. Es un trabajo que no se remunera ni acumula derechos o prestaciones y se disfraza de vocación de servicio, de amor a la familia, de deber natural, por comprender “labores propias” del sexo femenino, a pesar de que gracias a eso, se sostiene la rueda de la economía andando, sin que se integre a las cuentas nacionales de los países ni a las corporativas privadas, la enorme contribución a la productividad que estas actividades aportan.

La economía de los cuidados, reciente disciplina que alerta sobre este fenómeno, busca hacer visible y demostrar con resultados, cómo las labores domésticas realizadas por mujeres sustentan las labores productivas y pone el acento en la necesaria compensación monetaria a esta labor predominantemente ejercida por mujeres.

Poder en lo doméstico

Es común escuchar decir que las mujeres son las que mandan en el hogar porque toman decisiones que permiten organizar el espacio doméstico y los cuidados a niños, ancianos y cónyuges (algunos incluso llegan a confundirlo con “matriarcado”). Pero la verdad es que este supuesto poder está confinado al estricto ámbito de lo privado, que repite esquemas de subordinación porque, aunque fuese remunerada esa labor, abarca tareas que son muy poco valoradas socialmente, son grandes consumidoras de tiempo y restringen a las mujeres el acceso a otras oportunidades de participación laboral que les representen mayores ingresos y proyección profesional.

Para intentar conseguir una verdadera emancipación, surgieron en los años noventa las llamadas estrategias de empoderamiento, que buscaban mejorar el acceso de las mujeres a la educación y la participación política y económica, de manera que fueran conscientes de esta manipulación patriarcal y que aprendieran a negociar y conciliar la carga doméstica para que no recayera completamente sobre ellas, solo por su condición de ser mujeres. Ha habido avances sin duda, pero limitados y muy lentos.

Mecanismo de exclusión institucionalizado

Con la metáfora del “suelo pegajoso” las feministas caracterizamos la presión que ocurre dentro de la pareja, en la familia y en la sociedad para hacer creer a las mujeres que son las principales responsables de los cuidados. Algunos lo acompañan de argumentos en favor de la maternidad y de la “maravillosa” oportunidad personal que disfrutan las mujeres al traer vida al mundo y poder crear con ella (y el apoyo de un buen esposo) su familia.

Intentar salir de ese “espacio natural”, con todo y lo empoderada que te sientas, representa un obstáculo fuerte para el desarrollo profesional de una mujer. Para quienes intentan “despegarse”, el sentimiento de culpa y las dobles jornadas dificultan su promoción profesional, tal y como está configurado en el mundo empresarial masculino.

Es un mecanismo de exclusión, porque deja por fuera a la mitad de la población de los puestos de alto impacto público y del esquema de incentivos que conduce a mayor bienestar posible para todos. Está institucionalizado porque se asume como un “acuerdo social” donde por cierto las mujeres no participaron ni discutieron, ni se le pidió su opinión para decidir una repartición tan desigual como esa. Está institucionalizado, también, porque cualquier mujer que, desde un ejercicio de empoderamiento individual, decide prosperar profesionalmente, empresarial o políticamente, enfrenta el reto de la doble jornada o del rechazo del entorno familiar y social por semejante “egoísmo”.

Confinamiento alarga la jornada doble

El tema ahora con el COVID-19 es que esta jornada doble ya va por triple y cuádruple. Según la Organización Internacional del Trabajo, en situación normal pre-coronavirus, las mujeres realizaban el 76,2 % del total de horas/día de trabajo de cuidados no remunerado en todo el mundo. En algunos países eso significa que las mujeres le dedican el triple de tiempo que los hombres a las labores de limpieza, comida y tareas domésticas en general, trabajo que alcanza incluso a situaciones en las que el hombre se encuentre desempleado y sea ella la que trabaja afuera.

Pero con el confinamiento, a los roles tradicionales se suman para las mujeres, el de ser educadoras y cuidadoras de niños si los tiene y/o enfermera de adultos mayores, sin soportes institucionales externos (con las escuelas, ancianatos y guarderías cerradas), muchas veces siendo jefas de hogares monoparental lo que les exige proveer y generar ingresos para que los miembros del hogar puedan sobrevivir. En el caso latinoamericano, en esta fotografía se retrata una proporción de mujeres bastante alta.

Doble jornada laboral

Foto Reuters España

Algunas encuestas iniciales, realizadas por varias organizaciones con ocasión de la actual pandemia, dan cuenta del efecto sobre la salud mental y física en muchas mujeres, llevando a algunas a un incremento del estrés hasta niveles de verdadero agotamiento, incrementando sus niveles de grave vulnerabilidad para afrontar la crisis.

Esas mismas encuestas, según Ana Requena Aguilar, Redactora Jefa de Género del Diario El Mundo de España, muestran que los hombres están participando más, pero que la carga principal sigue recayendo en las mujeres, que son también quienes más flexibilizan sus empleos para cuidar a los demás: “Aunque sí hay más contribución masculina, especialmente en lo que tiene que ver con la ropa y la compra de comida, su implicación parece mayor en las tareas domésticas físicas que en las tareas de cuidado. La igualdad queda lejos”. Sobe todo cuando salir a la calle a comprar alimentos es una de las pocas maneras de estar fuera del hogar.  De nuevo la elección de los privilegios como parte de un esquema de repartición que favorece más a los hombres y que les eximen de abordar las labores más duras de la casa.

¿Alguna solución?

Viendo que la cuarentena y las otras medidas de confinamiento se están prolongando en muchas ciudades del mundo, habrá que repensar seriamente esta redistribución de roles, para que las jornadas laborales todas, las productivas y reproductivas, sean consideradas como trabajo, sean compensadas de alguna forma y, sobre todo, se promueva desde la más temprana infancia un ejercicio de renovación cultural que impida considerar los cuidados y el hogar como responsabilidad femenina.

La humanidad ha demostrado en esta crisis y las anteriores, que es perfectamente adaptable a los cambios. No perdemos la esperanza de que este virus nos lleve a reconfigurar el concepto de poder, a reorganizarnos socialmente y que la igualdad entre géneros se acelere por la vía de los hechos.

 

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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