“Me incomoda que los hombres, específicamente mis amigos, crean que no puedo beber con ellos en la calle” … “Me siento casi permanentemente cosificada, acosada en los espacios públicos por los hombres, independientemente de la ropa que use o los espacios que recorra” …” Siento que no puedo ocupar el espacio público sin ser acosada. Han llegado a perseguirme, amenazarme, gritarme, pegarme nalgadas, lanzarme carros” … “No salgo a caminar ni correr porque me siento insegura” … “Me siento vulnerada cuando dicen que salgo sola para ir a buscar hombres” … “Me molesta que digan que se ve feo si una mujer fuma en la calle” …
Estos son parte de los testimonios expresados por un grupo de unas 30 jóvenes mujeres de Caracas en una dinámica de un taller sobre activismos feministas que realizamos el año pasado con la gente de la ONG argentina Asuntos del Sur. Dan cuenta de la sensación, percepción, vivencia, inquietud con la que se experimenta la discriminación hacia las mujeres en los espacios públicos en nuestra capital, pero básicamente en todas las ciudades del mundo, mientras más rurales peor.
Estoy segura de que un hombre ni se imagina o pasea por el temor que significa para una mujer transitar el espacio de lo público. Obviamente la inseguridad personal nos afecta a todos, pero hay un impacto diferenciado por género que no podemos soslayar: siendo mujer tienes el doble de probabilidades de que se abuse de ti. Es como vivir por siempre en una casa ajena donde te hacen sentir amenazada cada vez que te mueves de tu zona segura. No exageramos, es real. Si no lo ves, es porque o tienes privilegios que te ahorran pasar por todo esto, o porque sabiéndolo volteas la cara para no tener que ocuparte del tema.
¿Por qué esto importa?
Cuando tienes que restringir tus libertades personales, imponerte un toque de queda particular de horarios y lugares menos peligrosos para transitar, tomar cursos de autodefensa, andar con una suerte de anillo defensor (tiene unas púas que aunque no es legal muchas chicas lo usan para poder llegar a sus casas), reportarte cada dos por tres con amigas o vecinas para que sepan que estás bien, inhibirte de vestirte de tal o cual forma para no andar “provocando”, callarte lo que piensas y dejar de hacer lo que te place en la calle para proteger tu reputación, solo por el hecho de ser mujer, es como vivir bajo una suerte de condena eterna a la que te obliga a vivir la dictadura patriarcal.
No es casual nada de esto, como tampoco lo es el hecho de que se haga tan poco para condenar el acoso callejero, el asedio, el hostigamiento, la violencia machista y el feminicidio por parte de los organismos de seguridad o el aparato estatal. El mensaje es claro: si sales de tu espacio “natural” doméstico y privado y quieres ocupar el rol tradicionalmente reservado a lo masculino, atente a las consecuencias. Las mayores nos dan consejos: la calle es dura, la vida es cruel, las mujeres estamos mejor protegidas por un hombre que nos quiera y represente, si te quedas sola y tienes que trabajar para mantenerte tendrás que enfrentarte a la competencia, al descrédito, a los rumores que ensombrecen tu prestigio, el lugar de una mujer es… etc, etc, etc. Demasiados etcéteras como para dejarlos pasar de largo.
Conozco muchas mujeres que “deciden” no optar por hacer vida pública las agresiones que perciben, acompañadas de una enorme sensación de indefensión y culpa y la presión social para que no te salgas de tu papel, nublan cualquier aspiración personal legítima. Por eso somos tan pocas en estas posiciones de poder las que nos atrevimos, y lo logramos no por ser mejores, sino porque contamos con una suerte de base de apoyo constituida básicamente por venir de familias liberales y progresistas, elegir pareja feminista, decidir si tener hijos o no y cuando, estudiar lo que quisimos, viajar y conocer otras culturas, no estar amarradas a una religión culpabilizante y señaladora de pecados en todo lo que haces y piensas, en fin, por tener privilegios que nos ayudaron a ver la discriminación a la cara y pararnos por nuestros propios pies. Esa plataforma lamentablemente no está al alcance de la mayoría.
Cambio posible
El feminismo busca generar espacios donde estos testimonios de discriminación puedan ser señalados, visibilizados y expuestos colectivamente y no sean experimentados como una especie de falla personal o mala suerte o una especia de marca de mujer defectuosa. Es terapéutico poderlos expresar desde el hastío y el cansancio, pero conectadas con la ambición del cambio posible, como parte de un paso importantísimo para que nuestro entorno cambie.
Importante además que se entienda esta situación como parte de un entramado social montado para que muchas dejen de aspirar e intentar, aun cuando los mensajes de los grandes medios inviten a la realización personal sin límites, dibujando un camino de rosas que lo hace al mismo tiempo más frustrante.
Las nuevas generaciones de hombres y mujeres tienen el reto de hacer un pacto por la convivencia, donde el acoso sea erradicado, los estereotipos abolidos y la presencia de mujeres en la calle haciendo lo que quieren y pueden, no sea una rareza, ni duramente criticado por nadie. Pero para que esto suceda, debemos invertir mucho en educación por la igualdad para que ningún hombre se sienta amenazado por la presencia de más mujeres en los espacios de poder y para que ninguna mujer sienta que peca, o viola normas u ofende a alguien, por hacer lo que le dé la gana con su cuerpo y con su vida en cualquier plano que se lo plantee.