Misoginia online

Misoginia online
diciembre 18, 2019 Susana Reina

Los desacuerdos deben expresarse. Esa es la base del intercambio de juicos personales que nutre toda relación humana. Como seres únicos que somos tenemos el derecho a disentir, incluso de la autoridad, cualquiera que esta sea. Mi maestro en coaching ontológico empresarial, Rafael Echeverría, nos decía en clases “el juicio vive en la cabeza de quien lo formula”, por lo tanto, uno tiene el derecho desde su cabeza, a discrepar de las creencias de cabezas ajenas.

Pero para que los juicios que emito sean válidos lo apropiado es sustentarlos en hechos, en data confirmada, verificable o consensuada. Tu tienes derecho a hacerte tus propios juicios, pero ten conciencia de la validez de dichos juicios fundamentándolos en hechos.

Esta distinción de juicios vs hechos no es poca cosa. Hacer ver un juicio personal, por más que muchos concuerden con la propia opinión, como si fuese un hecho real, es la base del totalitarismo, de la intolerancia y del enfoque único de pensamiento que tanto daño ha hecho a la sociedad a lo largo de la historia. Confundir juicios con hechos puede llevarnos a tomar decisiones inválidas, injustas o desligadas de un marco de realidad que las legitime.

En una sana discusión, un lado emite su juicio y el otro indaga lo que no queda claro, expone su punto de vista respetuosamente y continúa el diálogo hasta que lo consideren las partes involucradas. Lo bonito de esta manera de conversar es que se puede escuchar el planteamiento adverso sin que eso necesariamente signifique estar de acuerdo, por lo que al final del debate, cada uno puede seguir con sus juicios originales o transformarlos como producto del intercambio. Es una decisión personal elegir los juicios con los que se quiere vivir, sin que te los impongan. Eso es emancipación.

¿Por qué esta explicación?

Ya se ha vuelto costumbre, que cuando se aborda algún tema de la agenda feminista, se dispara un tsunami de juicios entre quienes participan de la conversación, justificando posiciones propias con opiniones poco fundamentadas o pre-juicios, sin aterrizarlos en el mundo de los hechos. Incluso, aun teniendo los hechos expuestos, estos se reinterpretan para que quepan en los juicios previos, sin hacer la distinción necesaria como para que haya una real escucha de parte y parte.

Pero lo que más llama la atención es la enorme y desmedida carga emocional de la respuesta a los juicios/hechos feministas que se exponen en espacios de discusión donde quiera que ellos se den, sean físicos o virtuales: foros, reuniones sociales, de trabajo, en la calle, en el bus o en familia en la sala de tu casa.

En las redes sociales, es aún más intenso este enfrentamiento, protegidos algunos por el anonimato, otros con nombre y apellido -incluso famosos con la marquita azul certificadora del Twitter o el Instagram-, a quienes al considerar que el juicio que uno emite no coincide con sus creencias de género, disparan a mansalva, sabedores de que sus múltiples seguidores se sumarán a la consigna emitida, sin pararse a procesar o digerir, o ni siquiera leer bien lo que se ha puesto sobre la mesa.

Es una guerra

En el caso venezolano, la carga de agresividad proveniente tanto de hombres como de mujeres contra las feministas es notable: sarcasmos, insultos, ofensas personales, – sobre todo si quien opina es mujer-, burlas, memes, groserías, mentiras, amenazas, deseos de muerte y desaparición.

No es un mero desacuerdo, es rabia contenida; es la noción de que quien difiera de las concepciones tradicionales acerca de lo masculino y lo femenino, o de las “naturales” relaciones de poder entre géneros, es un enemigo a quien hay que ridiculizar, minimizar, descalificar por todos los medios posibles. Esto es lo más parecido que he visto a la caza de brujas, ajusticiamiento y aniquilamiento de mujeres que se dio en el siglo XVIII. Ahora las hogueras son distintas, pero la misoginia es la misma.

El objetivo está claro: nos quieren calladas, sumisas, aquiescentes, disgregadas. Reaccionan así porque es mucho lo que están intentando proteger y mantener al margen de todo cuestionamiento: el propio poder y los privilegios que se derivan de su ejercicio. Si elevas la voz para crear conciencia, alertar, señalar o denunciar lo que atenta contra nuestras libertades o decir algo que ataque la estructura, las reglas, el cómo se hacen las cosas aquí porque así lo dispuso dios-padre-jefe-juez-presidente, recibirás tu escarmiento aleccionador.

En este escenario no hay espacio para la escucha, para disentir en base a argumentos, para preguntar lo que no se sabe, para leer lo que no se conoce, para exponer racionalmente lo que se piensa. Solo disparar con el cerebro reptil y escupir odio, expresando consignas desde de la ignorancia e incapacidad sistémica para asociar esa manera de entender las relaciones humanas con el caos actual en el que se ha transformado nuestro país: la Venezuela en declive que sufrimos hoy no surgió de la nada. Este “bicho” nació, creció y se desarrolló en este “nicho” por como somos, por nuestro pésimo sistema educativo, por este machismo incrustado en el ADN nacional que entiende la igualdad de género como una amenaza y no como una oportunidad de inclusión y avance social.

En palabras de la internacionalista Cynthia Enloe “para poder explicarnos por qué determinado país tiene determinado tipo de política, tendríamos que indagar en cómo se construye la vida pública en función de las luchas que van definiendo la masculinidad y la feminidad”. En las empresas, la iglesia y los medios masivos de comunicación, tal y como los conocemos hoy, anida el patriarcado. Es importante que lo veamos, sobre todo las mujeres que creen que exageramos (paradas desde su individualidad particular), porque esto explica en gran medida la furiosa reacción contra los planteamientos básicos del feminismo.

Tres buenas noticias

La primera, el tema está sobre el tapete. Está en la agenda nacional, con sentido no oficialista. El feminismo como movimiento político y social ya forma parte de la conversación habitual en Venezuela, lo cual era impensable hace pocos años.  La segunda, es que la misoginia oculta, el racismo, la homofobia venezolana han quedado al descubierto. No somos un país de iguales y eso se ha desenmascarado en ese campo de batalla virtual. La tercera, cada ataque logra aglutinarnos más y sabernos cerca. Nos cuidamos y conectamos en torno a un movimiento que no para de crecer.

Después de haberle perdido el miedo a hablar, las feministas no nos vamos a callar. Y no lo haremos porque expresar lo que soñamos para construir una sociedad más justa, igualitaria, respetuosa de los derechos de mujeres y hombres en paridad, es nuestro derecho. Nuestra voz tiene el mismo valor que la de quienes se nos oponen (eso se llama equifonía) y por lo tanto exigimos respeto.

Es nuestro juicio respaldado en hechos irrefutables, que el machismo, la misoginia y el patriarcado no tienen sentido en una visión política de un país que lucha por su progreso, bienestar y avance. Seguiremos unidas, ahora más que nunca, intentando llevar el debate por caminos de racionalidad y escucha.

Una palabra de respaldo, aliento y solidaridad a Luisa Kislinger, Directora de “Ellas en Línea”, por el brutal y despiadado ataque que recibió al criticar el manejo sexista de la publicidad de Empresas Polar, por parte de usuarios de Twitter la semana pasada, así como mi admiración por su valentía, paciencia y respeto con la que respondió a cada insulto y ofensa hecha a su persona.

 

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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