Quizás era mi visión romántica de que las nuevas generaciones venían con mejores ideas sobre la sociedad y la política y que por ser jóvenes abrazaban con menos resistencia valores postmodernistas relacionados con la igualdad y los derechos humanos, pero no. Resulta que ser joven no es garantía de nada.
En las últimas semanas he conducido varias charlas y talleres con muchachos y muchachas entre 18 y 25 años con la temática del feminismo como eje central y me he topado con reacciones que preocupan, por lo vacío del argumento que ofrecen en la discusión, pero además con la vehemencia con que son defendidas consignas antifeministas.
Desde el típico “las feministas quieren acabar con los hombres”, “el feminismo es lo contrario al machismo”, “feministas las de antes, las que lucharon por el sufragio”, “el nombre está mal puesto porque debería llamarse humanismo”… hasta mensajes duros que ponen en cuestión el concepto mismo de libertad de las mujeres y su derecho a vivir en una sociedad de iguales: “pero en serio dígame ¿cuál es el antojo de las mujeres por alcanzar el poder?”, “en esencia las mujeres están hechas para atender a sus hijos”, “genéticamente las mujeres están por debajo de la capacidad de los hombres, lo que tienen es que aceptarlo” y otras barrabasadas por el estilo.
Estas opiniones no están muy lejos de los hallazgos de la encuestadora IPSOS, presentados en el reporte del Global Advisor sobre feminismo e igualdad de género 2017. El estudio, realizado en 24 países y que abordó varios temas, reporta que a la pregunta planteada “¿Son las mujeres inferiores a los hombres? «, el promedio mundial señaló que el 18% cree que sí. Rusia e India están en el tope del 46%. Cuando se preguntó a los participantes si las mujeres deberían cuidar a sus hijos y familias o no trabajar fuera del hogar, el 17% de los encuestados globales estuvo de acuerdo con la premisa. Esto, a pesar de que nueve de cada diez encuestados en todo el mundo (88%) dicen creer en la igualdad de oportunidades para ambos sexos. Son porcentajes que alarman.
Extremismo como excusa
Muchos de los jóvenes de mis talleres calificaron al movimiento feminista como “extremista”, relatando para ello acciones que para nada responden a las causas que defiende el feminismo, pero que alguien les dijo que eso era ser feminista; por ejemplo, una novia que le pegó al novio o una mujer que cometió un crimen. Suponen que las feministas amparan todo lo que cualquier mujer haga solo por el hecho de ser mujer. Uno llegó a decir que este movimiento va camino a convertirse en un nuevo ISIS, un Estado islámico conformado solo por mujeres terroristas.
Pero dentro de esa misma categoría de extremismo, mencionan por ejemplo la acción de “no depilarse” como un sello de identidad feminista. Me asombró la manera como este tema consumía tanto tiempo de las discusiones, centrado en el concepto de higiene, belleza o el deber ser de toda mujer: “ellas tienen que estar de punta en blanco”, “feministas pero femeninas”, “las feministas son descuidadas y sucias”. Esto me hace pensar que para esta generación la imagen tiene alto valor, pero una imagen estereotipada, dictada por el condicionamiento cultural patriarcal, amarrada a paradigmas muy conservadores para lograr aceptación y reconocimiento social.
Exploré el origen de estos juicios para saber si eran producto de sus análisis personales, si lo habían leído en algún libro serio o si era que alguien se los había dicho. La última opción fue la elegida. Estos jóvenes están recibiendo de sus padres, maestros, amistades y redes sociales, mensajes que reproducen todos los estereotipos sexistas que tanto hemos querido combatir.
Son maquinitas repetidoras de consignas tomadas acríticamente de quienes supuestamente tienen el deber de educar a estas nuevas generaciones. Pero el problema es que el devenir del feminismo y sus luchas desde el siglo XVIII, son capítulo mudo en las clases de historia universal. No se habla de las desigualdades de género en los salones de clase. No se menciona el terrible flagelo de la violencia contra las mujeres como expresión de las desiguales relaciones de poder. La misoginia no se estudia como hecho político real, pareciera haber un pacto para mantener el hecho palpable de la discriminación fuera de radar. Es difícil entonces que los estudiantes cuenten con referencias fundamentadas para combatir la mala prensa que el propio patriarcado, -que sí controla los medios de comunicación masiva y los centros de formación-, logra hacer del feminismo, vendiéndolo como un amenazante fenómeno desestabilizador.
Cuestionar, formar y conversar
Mi mensaje para estos jóvenes fue que aprendieran a cuestionar todo lo que les llegue, escuchen y observen. Les invité a salir del enfoque único que defiende solo una verdad irrefutable, la patriarcal, y abrazar el enfoque múltiple que considera distintas opciones para todos, con mirada inclusiva y tolerante. Que se preguntaran el por qué sí o el por qué no, de cada norma social con la que se toparan, sobre todo de aquellas que se basan en el sexo de una persona para permitir o para prohibir ciertas conductas. Que construyeran sus propios juicios para no estar repitiendo lemas ajenos, vacíos de toda evidencia y argumentación.
La necesidad de incidir desde las políticas públicas en el desarrollo de programas educativos que combatan sesgos y estereotipos de género, queda en evidencia. Es urgente que docentes, padres, influenciadores en general se formen para transmitir mensajes que valoren el respeto a las diferencias, la libertad de elección y defiendan el derecho de toda mujer a tener todos los privilegios que han sido reservados históricamente para los hombres.
Las feministas en general tenemos que ponernos en la tarea de conversar con diversos grupos, mientras más jóvenes mejor, para desmitificar todo el entramado de mentiras que se ha tejido en torno al movimiento y así colocar cada concepto donde va. Sobre todo, tenemos que seguir con el trabajo de empoderar a las niñas, porque como dato curioso, los ataques más virulentos vienen de los chicos, mientras ellas permanecen calladas. Las chicas no se atreven a hablar delante de ellos, a menos que sea para darles la razón. Pero su silencio se acompaña de movimientos de cabeza que me transmiten descubrimiento, apoyo y acuerdo.
Después de tres horas de discusión, estos jóvenes salen de los encuentros con otra cara, con otros argumentos y un poco más dispuestos a incorporar nuevas visiones sobre la necesaria revisión del balance entre géneros. Me quedo con la esperanza de que no haya un retroceso generacional en todo lo que ha costado alcanzar en favor de las mujeres. También con la ansiedad de una reforma educativa y cultural profunda que aborde este tema transversalmente en todos los ejes de formación y divulgación.
Susana Reina