El verdadero enemigo en la batalla de los sexos.

El verdadero enemigo en la batalla de los sexos.
octubre 15, 2019 Aglaia Berlutti

En 1848, la declaración de Sentimientos de Seneca Falls enumeró de manera muy precisa — y hasta ingenua — todos los motivos de queja de una mujer contra un hombre. Al documento se le conoce como la génesis de los reclamos políticos de la mujer: reconoció todas las limitaciones legales y personales que la mujer padecía en la época. Pondera además sobre la forma como las instituciones aplastan la identidad de la mujer y la deconstruyen según un tópico histórico retrógrado. En ninguna parte del famoso documento, las quejas están dirigidas hacia los hombres. No hay héroes ni villanos en visión ideológica que señala con firmeza el origen de la desigualdad y que cimenta el movimiento feminista que nacería gracias a sus postulados. No obstante, hay un lamentable olvido sobre esa sutileza de la Convención al asegurarse que los señalamientos iban dirigidos contra una superestructura, jamás contra el hombre. Una disparidad de criterios que sobrevive hasta hoy.

Hace poco, un conocido me comentó que criticaba al feminismo por “el odio” que cualquier militante “profesaba a los hombres”. Así, en general. Como si lo masculino en el mundo fuera una masa indistinta y sin rostro a la que resultaba sencillo acusar de cualquier tropelía o crimen. Me explicó además, que tenía la “incómoda sensación” que el movimiento entero estaba construido para “censurar al hombre” y lo que era aún peor, “atacar a lo masculino por el mero hecho de existir”. Lo escuché sin sorprenderme. No es la primera vez que alguien me dice algo semejante, por supuesto.

— ¿Por qué te sientes agredido por el feminismo? ¿Es su proceder? ¿Lo que promulga? ¿Lo que sostiene? ¿Sus objetivos? — le pregunté con franca curiosidad. Me dedicó una mirada incómoda.
— Todo lo que sufren las mujeres parecen ser debido al comportamiento del hombre — me explica — como si se tratara de una acusación histórica con la que debe cargar. El hombre que somete, maltrata, ejerce violencia. ¡Oye! ¡No todos somos monstruos!

Me lo dijo con genuina irritación y hasta preocupación. Lo comprendí: se trata de una de esos clichés que se le achacan al feminismo con tanta frecuencia que parecen ciertos. Después de todo, en la actualidad una numerosa cantidad de grupos y defensoras del feminismo cruza la línea la separa la crítica acerca la desigualdad social hacia el ataque directo contra los hombres. No obstante, se trata de un tipo de retórica contaminada por el rencor que no refleja al feminismo como punto de vista político y cultural, sino que por el contrario distorsiona su concepción sobre la búsqueda de la equidad y sobre todo, la necesidad de comprender que la igualdad se basa como mínimo en el respeto mutuo.

— Si alguien te ha dicho algo semejante — respondí — obviamente, deberías sentirte insultado. Pero el feminismo no odia a los hombres.
— Las feministas sí.

Supongo que lo cree en realidad y no lo culpo. En ocasiones es difícil separar el comportamiento individual de los militantes de un movimiento político o social de su núcleo. Además, se trata de una idea que está en todas partes. En las encendidas proclamas de feministas que acusan a “los hombres” (así, en general) de los siglos de dominación y menosprecio hacia lo femenino. En los planteamientos y enunciados que analizan el comportamiento masculino desde lo emocional para intentar definir hasta qué punto, son corresponsables de una visión histórica que condena a la mujer al anonimato y a la exclusión. Pero ¿es justo eso? me pregunto con frecuencia. ¿Es justo responsabilizar a los hombres de todas las épocas y lugares, que fueron educados y crecieron bajo ciertos patrones de conductas generales de todo lo que debe enfrentar una mujer durante nuestra época? ¿Tiene sentido que una lucha política de las implicaciones del feminismo se relacione directamente con sentimientos viscerales como el odio y el rencor?

Es inevitable que suceda. El feminismo toca temas sensibles que queramos o no, involucran las relaciones entre hombres y mujeres de manera emocional. Desde la manera como percibimos a la pareja hasta las relaciones de poder entre ambos, la equidad de género parece subvertir cierto orden histórico desde lo esencial. Y eso nunca es sencillo — ni tampoco rápido — de asimilar. Sobre todo, en una sociedad como la nuestra en el que juego de roles tiene una importancia esencial y que es parte de cómo percibimos nuestra identidad.

Una vez, un amigo me insistió que lo que más le molestaba del feminismo era que su novia ahora intenta «pagar su café» cuando desea «obsequiarle» con «gesto caballeroso». Cuando le pregunté muy asombrada que tenía que ver el feminismo en eso, me dedicó una mirada furiosa.

— ¡Esa idea ridícula que una mujer debe pagar lo que come cuando sale con un hombre o rechazar galanterías! ¡O que no se pueden maquillar ni verse atractivas por el feminismo!
— El feminismo realmente no se preocupa por los pactos y acuerdos a los que puedan llegar las parejas en sus relaciones — le expliqué — de hecho, el feminismo no se trata sobre el comportamiento entre hombres y mujeres, sino de los derechos a los que pueden aspirar ambos.
— Pero una feminista se ofende cuando le regalas un café o una cena — insistió — . ¿Qué pasa con eso?

Me pregunté si debía hablarle sobre el hecho que la mujer moderna disfruta de una libertad y autonomía económica inédita. Que para la gran mayoría su trabajo y profesión representan en buena medida una forma de triunfo social y que gran parte de las mujeres que conozco, están orgullosas de poder pagar sus gustos y sobre todo, su estilo de vida. Que hay una percepción sobre el tema cada vez más compleja, que se relaciona con la forma como la mujer se percibe así misma. Que no se trata de un menosprecio y mucho menos, una crítica a la caballerosidad, galantería o cualquier concepto análogo sino a una percepción muy concreta sobre lo que la mujer desea y quiere hacer. Una toma de control digamos, sobre aspectos de su vida que hasta hace poco eran difusos e incómodos.

No lo hago. La mayoría de los hombres, la percepción sobre la independencia de la mujer es cuando menos confusa. No se trata de machismo o algún prejuicio, sino parte de esa herencia cultural que se hereda y que de alguna forma, aún presiona la forma en que el hombre percibe a la mujer. ¿Es ese punto de vista bueno o malo? En realidad, solo necesita evolucionar, hacerse más concreto, construir una idea más consistente sobre lo que pueden ser las relaciones entre hombres y mujeres.

Así de incómoda e intrincada son los vínculos entre lo que el feminismo postula y su interpretación posterior. Así de confuso el límite entre lo privado y lo político en esa suposición que todo debate sobre los derechos de la mujer, implica un ataque contra lo masculino. Y claro está, no es así. Una verdadera feminista — comprometida con la reflexión de la igualdad de género como una forma de expresión política — no necesita el odio ni mucho menos, la idea de una revancha histórica para cuestionar el sistema con el que lucha o convalidar sus opiniones. Y no lo necesita porque el feminismo es una meditada visión sobre la desigualdad de un sistema y sus instituciones, no sobre el comportamiento de sus individuos. El feminismo no generaliza, no señala ni tampoco estigmatiza. El feminismo asume la idea sobre la necesidad de la igualdad entre ciudadanos desde la palestra de lo cultural y social. Trivializar esa percepción utilizando el ataque y la discriminación, sería una contradicción evidente a la esencia misma del movimiento.

— Una feminista no odia a nadie por discrepar de su punto de vista — le explico a mi amigo entonces — el feminismo se enfrenta al hecho que hay toda una visión social y cultural que menosprecia a la mujer. Pero en realidad no se trata una acusación que pesa sobre la identidad masculina, sino la forma como el hecho histórico analiza a lo femenino. No se puede culpar a nadie por lo que sucede en un ámbito mucho más amplio.

— ¿Y qué me dices de las mujeres insultando hombres? ¿Las que señalan que todo lo que se relaciona con lo masculino es degradante, grosero y violento por necesidad?

Sí, sé de qué habla. También me preocupa leer ataques y burlas sobre la identidad del hombre, el hecho de caricaturizar su comportamiento como una manera de afrontar lo que el feminismo propone. Con el mismo asombro que cualquiera, he leído insultos y groserías que intentan sustentar los postulados del feminismo. Se trata de un perenne antagonismo entre los sexos que no beneficia a nadie y que sin duda, hace un flaco servicio a lo que el verdadero feminismo analiza y por lo cual se interesa. Esa insistente crítica al comportamiento masculino no sólo es una de las formas más frívolas de asumir el debate sobre la equidad, sino también, de las más nocivas. Equiparar el feminismo con todo tipo de hostilidades, ataques e insultos no solo minimiza su impacto sino que además, pervierte su objetivo central.

— Ningún movimiento político que busca la igualdad lo hace a través de la humillación de alguien más — respondo por último — y creo que eso resume la enorme contradicción del odio que describes y que sé existe, con respecto al feminismo.

Mi amigo sacude la cabeza, como si mi razonamiento no fuera suficiente. Supongo que no lo es. En la actualidad, el feminismo se expresa a través de cientos de corrientes distintas y la mayoría, parecen mucho más interesadas en el efectismo y la notoriedad a base de provocaciones que en un análisis real sobre la noción del hombre y la mujer como compañeros en una batalla de ideas. Y es justo esa disparidad de opiniones sobre la forma de luchar, lo que hace tan complicado unificar opiniones, tan duro una conclusión real sobre el verdadero objetivo que el feminismo — en todas sus formas — persigue.

— Quizás nunca habrá una manera de erradicar el odio de cualquier forma de expresión política — dice mi amigo, con cierta amargura — y ese es un pensamiento preocupante.

En la década de los sesenta, la escritora Betty Friedan afirmó que los hombres son víctimas del mismo sistema que infravalora y aplasta a la mujer bajo un estereotipo contra el que difícilmente puede luchar. Que la sociedad exige al hombre un tipo de castración emocional e intelectual tan grave como a la mujer y que el debate central del feminismo debía basarse justo en esa igualdad invisible. Ridiculizar, atacar y denigrar lo masculino jamás hará que lo femenino sea mucho más visible sino justo lo contrario. Nadie niega la realidad histórica de la sumisión de la mujer, pero también es innegable que el ataque, la infravaloración y el irrespeto al otro, no es bajo ningún aspecto, una forma de combatirla.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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