Ser feminista en Venezuela no es sencillo y no lo es, porque asumir militancia sobre los derechos de la mujer en nuestro país implica que, de alguna u otra manera, terminarás chocando de manera frontal con ese conservadurismo puro y duro tan tradicional en la cultura Venezolana. En otras palabras, ser feminista en Venezuela es un riesgo, una amenaza perenne y también, una forma de arriesgar que tu opinión sea caricaturizada, maltratada y menospreciada por el solo hecho de ser parte de un movimiento político del que se habla mucho pero se sabe muy poco. Carne de cañón para una vieja discusión ideológica
Pero lo es aún más, porque en Venezuela el término feminismo fue consumido, abusado y sobre todo tergiversado por el poder. El feminismo en nuestro país no sólo debe atravesar la habitual discusión sobre la pertinencia de su existencia — o no — sino también, luchar contra el hecho de haber sido absorbido por una visión ideológica que secuestró su capacidad de lucha y debate. Con un costo social y cultural altísimo, el Feminismo se encuentra sometido a las directrices y limitaciones de un proyecto político que desconoce su valor y sobre todo, destroza su coherencia como lucha social por derecho propio.
Ejemplos sobran sobre el hecho que el Feminismo en nuestro país es una comprensión limitada y confusa sobre lo que la defensa de los derechos de la mujer puede ser. Hace unos cuantos años, un cartel de la misión gubernamental “Mi casa bien equipada” — que fue exhibido en la mayoría de los edificios de las instituciones públicas — explicaba al posible lector, las bondades de diversos aparatos electrodomésticos. La omnipresente imagen de Hugo Chávez, encabezaba lo que parece ser un detallado catálogo de las bondades de la tecnología desde el punto de vista de revolucionario: por tanto, un televisor no es un televisor sino un espacio para “la reproducción de nuestra cultura”. Tampoco un refrigerador es sólo un objeto: es también un elemento que permite tener a la mano “la comida fresca para la tribu”. Aún menos una lavadora es sólo un electrodoméstico sino la oportunidad que brinda la revolución a la mujer “de librarse del trabajo pesado”. Una y otra vez, el mensaje de la propaganda y la ideología que lo sustenta, pareció sugerir que en Venezuela el feminismo no sólo apoya los tópicos y prejuicios contra los que debería enfrentarse sino que además, el poder lo institucionaliza, los hace concretos y parte de la cultura que se asimila.
Todo lo anterior sucede, en un proceso político que más de una vez, se ha llamado así mismo “Feminista” y proclama la identificación del Gobierno con la celebración y promoción de la igualdad y la equidad. No obstante en la Venezuela del socialismo del siglo XXI, donde se asegura que el sistema político asume la inclusión de género como valor y objetivo, la figura femenina ha sido más maltratada que nunca. Se desvirtúa y se erosiona el papel social de la mujer Venezolana, en beneficio de un discurso político que utiliza al Feminismo para sus fines, sin ofrecer sustento alguno a sus reflexiones e ideas.
La contradicción parece cada día más evidente, se hace más dura de comprender: Hay “médicos y médicas”, también “ciudadanas y ciudadanos”, y toda una serie de términos específicamente femeninos y masculinos que insisten en demostrar que el poder fomenta la inclusión, pero también se despide a una empleada del Ministerio de la Mujer por haber modelado. Al mismo tiempo que se habla de la representatividad política, el Presidente Nicolás Maduro usa términos machistas para insultar a minorías y los convierte en víctimas de segregación. Al mismo tiempo que se insiste en el número de Ministras del tren ejecutivo supera al de cualquier otro del continente, la figura de la mujer Venezolana, la real, la cotidiana, la que no se usa como frecuente panfleto ideológico, continúa padeciendo de una situación donde su identidad sigue siendo aplastada por una interpretación histórica que la desvaloriza.
Porque mientras se celebra que la constitución puntualiza en interminables artículos a los “ciudadanas y ciudadanos”, el país sufre la mayor tasa de analfabetismo por género del continente. Y es que todos los aparentes triunfos del feminismo a la venezolana parecen encaminados a sustentar la imagen de la mujer dependiente, que logra un alivio a sus tradicionales roles y tópicos, pero que jamás debe aspirar a otros. Sí, en Venezuela hay “ciudadanos y ciudadanas”, pero esa inclusión a nivel de lenguaje no incluye una percepción común sobre la mujer moderna, contemporánea. La mujer a quien se le brinda la oportunidad de construir un futuro a la medida de sus aspiraciones, de elaborar una idea concreta y fructífera sobre su individualidad y sus relaciones con la sociedad. Al contrario, el “feminismo revolucionario” parece más interesado en analizarse como una piedra de sustentación de una falsa reivindicación y no otra cosa.
Incluso militantes del socialismo y con activa participación en la noción de lo femenino bajo la óptica ideológica, parecen preocupadas por la promoción de una imagen de la mujer distorsionada y reconstruida para beneficio de una tolda política. En su interesante artículo “Mujeres y Socialismo del siglo XXI: ¿Un feminismo patriarcal?” la articulista Tatiana Malaver llega a la preocupante conclusión que para el chavismo, la defensa de los derechos de la mujer es cuando menos incidental y promovido como visión edificante pero vacía del poder: “Políticas promovidas como revolucionarias, emancipatorias y liberadoras, como las de la Misión Madres del Barrio*, los microcréditos del Banco de la Mujer y la última Ley de Lactancia Materna -donde, en vez de tomar medidas que permitan a la mujer salir de la cuarentena post-parto, la mantienen en el claustro privado del hogar-, no son más que políticas patriarcales que siguen manteniendo y condenando a la mujer a las cadenas de la esclavitud doméstica” comenta la autora, al referirse a las diversas manifestaciones públicas del poder Central en supuesto apoyo a la figura femenina. Aun así, el chavismo — como corriente política — insiste en asumir la reivindicación como una expresión política sin otro valor que la publicitaria, la evidente y carente de cualquier valor real.
El inmediato cuestionamiento que surge con respecto a toda la anterior reflexión es obvio ¿El feminismo venezolano podrá sobrevivir al poder? Es un pensamiento que me preocupa con frecuencia, porque sugiere cientos de implicaciones. ¿Podrá el Feminismo en nuestro país luchar contra un peso ideológico que desvirtúa su sentido real? ¿Podrá el Feminismo separarse de una percepción que parece utilizar sus planteamientos en beneficios propios? La respuesta a cualquiera de esas interrogantes es cuando menos confuso y me hacen recordar algunos fragmentos del libro “rebelarse vende” de Joseph Heath y Andrew Potter. Según los autores, la contracultura solo existe en su necesidad de oponerse, en su interpretación como opuesto inmediato de una idea establecida.
¿Pero qué ocurre, como en Venezuela cuando la idea opuesta es la esencia misma de la idea contra la cual presume luchar? Alguien más cínico que yo, insistiría en un argumento casi morboso: el canibalismo del argumento ideológico que se devora así mismo, el marketing político construido a la medida de la ingenuidad social. ¿Cómo puede enfrentarse el Feminismo a esa insistencia del poder de usar su propuesta como una herramienta de choque efectista sin mayor consecuencia? En realidad toda la reflexión se trata de algo más simple y Heath lo resume con enorme precisión: «La contracultura ha sustituido casi por completo al socialismo como base del pensamiento político progresista. Pero si aceptamos que la contracultura es un mito, entonces muchísimas personas viven engañadas por el espejismo que produce, cosa que puede provocar consecuencias políticas impredecibles.»
Sin duda, el Feminismo Venezolano protagoniza un extraño fenómeno histórico: un espiral desconcertante donde ideología y planteamiento social chocan para crear algo totalmente nuevo. Y quizás eso es lo que le haga tan sencillo al poder disfrazarse de luchador, de rebelde, sin ser otra cosa que un experimento fallido de la ideología más vieja de todas: el poder intentando sostenerse sobre la frágil base de la distorsión histórica.