Salir del país de origen es un proceso complicado y aunque cada uno lo vive de forma diferente, hay muchos aspectos en común, especialmente cuando se es mujer. Esta premisa fue la que inspiró a la comunicadora Pamela Astudillo y la politóloga Yiniba Castillo a crear la Fundación Mujeres Migrantes durante el primer trimestre de 2018 en Santiago de Chile, y cuya misión es proporcionar espacios para encontrarse, hablar y expresarse.
Castillo relata que en un principio todo comenzó con un “espíritu investigativo” para promover políticas públicas en pro de las inmigrantes, pero en el camino se dieron cuenta que lo más importante era la creación de vínculos y compartir las experiencias.
Añade además que estos espacios son conformados por mujeres de muchas nacionalidades y no solamente por venezolanas. “Las migrantes reconocen las vulnerabilidades a las se enfrentan y se generan vínculos que se pierden al momento de salir y que son tan importantes para la supervivencia”, asegura.
Los conversatorios, que duran dos horas aproximadamente, no tienen un tema prestablecido, “básicamente lo que hacemos es escuchar y ver cuáles surgen espontáneamente”, explica Astudillo. Sin embargo, comenta que uno de los más comunes es el abuso laboral y que en el caso de las venezolanas “existe la idea de que porque son bellas las colocan afuera de los locales repartiendo flyers porque atraen mucho más, aunque el perfil de esa persona sea adecuado para poder trabajar como encargada, por ejemplo”.
También menciona el hecho de migrar en pareja y cómo pueden darse situaciones de violencia que antes no existían por la frustración del hombre al no encontrar empleo o no adaptarse, e incluso el “uso funcional” de la pareja para legalizarse en el país de destino.
Por su parte, la politóloga manifiesta que “la soledad es un factor que siempre está presente” y aunado a eso, el no poder trabajar o perder el estatus profesional que se tenía en el país de origen “puede llegar a sentirse como una pérdida de identidad y esto afecta mucho a la autoestima. Se empieza a sentir que no vale la pena”, dice.
Migración de madre
Ambas sostienen que la situación se dificulta más cuando se emigra embarazada o con hijos. Narran casos de violencia obstétrica donde mujeres venezolanas han perdido bebés en hospitales públicos y donde se les ha tratado de una manera despectiva.
“Hay una falta de confianza en el sistema, entonces la vulnerabilidad llega a un punto muy dramático. Esto se ha visto reflejado también cuando la mujer está en periodo de lactancia porque no puede incorporarse al mercado laboral, dependiendo en muchos casos de su marido y eso puede acarrear violencia intrafamiliar. El que la mujer no pueda ser independiente económicamente también trae peligros para su libertad”.
Múltiples riesgos
Cuando se es mujer y migrante se van cruzando factores de inseguridad que agravan la situación. La necesidad de conseguir ingresos hace que en muchos casos se presenten en lugares de trabajos donde mienten diciendo que están menos preparadas para poder acceder él.
Astudillo pone el ejemplo de personas que dicen “trabajo gratis por una semana o un día para que veas como soy”. Alerta también de la alta cantidad de ofertas de empleo engañosas que terminan siendo trata de personas. “Hemos sabido de mujeres a quienes se les retiene el pasaporte y no se le entrega mientras estén allí”.
Ampliando lo de los factores de vulnerabilidad que se cruzan, Castillo sostiene que el hecho de ser una inmigrante negra, pobre o sin educación “definitivamente suma” porque “son categorías que van complejizando el problema de la migración pues estas mujeres “vienen de una situación estructural y no tienen herramientas para salir de ella en poco tiempo”.
Más que lo básico
Castillo opina que lo que necesitan las inmigrantes va a depender de la condición de cada una, y en el caso de sus compatriotas recuerda que “en un principio llegaban por avión, con dinero y ahora su movilización es cada vez más precaria por lo que sus necesidades son muy básicas: “una casa, un trabajo, colegio para los niños”. Comenta que de este tipo de ayuda se encargan otras organizaciones pues Mujeres Migrantes cubre la necesidad que tienen las mujeres de hablar sobre lo que les está pasando.
“Uno está en la cotidianidad habitando un traje en el que el dolor se oculta porque sabes que las personas a tu alrededor no lo entienden. No podemos cargar con los dramas migratorios y drenarlos constantemente. Empezamos a acumular dolores, o a sentir cosas que no reconocemos, nos sentimos grises, apagados, pero no sabemos por qué, ni qué explicación tiene”, sostiene.
“Más que tratar de explicar el duelo migratorio, tratamos de que, en la conversación con otras, que están viviendo la misma experiencia, podamos entender lo que nos pasa, que podamos encontrar nuestro relato en la boca de otra, porque a veces ayuda muchísimo a salir adelante”, afirma.
Próximamente
Fundación Mujeres Migrantes ya ha recibido y escuchado las historias de más de 150 mujeres y para el futuro tiene planteado diversas iniciativas enfocadas en emprendedoras y el desarrollo de un compendio de relatos migratorios autobiográficos.
Pamela y Yiniba agradecen a todas las que forman parte del equipo como Camila Castillo, creadora de @RosaNormal y encargada gráfica del proyecto, así como a Victoria y Paulina, madre e hija de Pamela y “al círculo de chicas que nos prestan colaboración cada vez que la necesitamos.”
Fotografías: Cortesía Fundación Mujeres Migrantes.