Concursos de belleza y feminismo

Concursos de belleza y feminismo
julio 10, 2019 Susana Reina

He estado recientemente atendiendo una invitación de la Organización Miss Venezuela para dar un taller de empoderamiento a las chicas que participan como candidatas en este evento. Siempre es gratificante trabajar con mujeres que, desde una pequeña intervención, parecieran inquietarse y transformar un poco su posición frente a su mundo a partir de conceptos y ejercicios muy básicos. Me deja la impresión que ese cambio posicional tiene el poder de influir positivamente sobre su futuro y el futuro de otras mujeres.

Es inevitable asumir postulados feministas y tener posiciones críticas sobre los abundantes mecanismos de cosificación y manipulación sexual que arrastra nuestra sociedad. Los concursos de belleza son uno de los ejemplos más paradigmáticos y evidentes.

Las mujeres que participan del concurso “compiten” entre ellas, pero no principalmente por sus dotes técnico científicas o por sus cualidades atléticas para el desempeño de tareas físicamente retadoras, ni por su liderazgo comprobable para abordar los problemas de la sociedad. No. Ellas compiten para alcanzar el máximo nivel de idealización correspondiente al rol femenino en la sociedad, ser “Princesa”. Aunque las llaman reinas de belleza, la condición de reina que adquiere el nombre viene asociado al acompañamiento de un rey y las características todas del evento llaman a la composición social previa al inmenso privilegio de ser elegida por el Príncipe para casarse -probablemente, gracias a ser la más bella, gracias al triunfo competitivo – para luego reinar. La reina es, de hecho, madura y dominada por su condición de madre de un futuro rey. Abordaré la condición de reina en otro artículo.

La princesa, por supuesto, vencerá el concurso principalmente por su belleza, por su atractivo sexual. También hay otras pruebas. La princesa, claro está, sonríe en todas las situaciones y derrocha delicadeza. No puede ser lerda, malcriada, vulgar, cínica o insensible. Además de exponer las características más evidentes de sus atributos físicos desfilando con un traje de baño, también debe vestirse de gala, porque así habrá de requerirlo su próximo rol de princesa. No es todo físico, también debe desplegar su glamour e inteligencia con preguntas que miden su empatía social ¿no es trabajo de princesa elevar al máximo nivel social la labor cotidiana de cuidados que hace cada mujer en su casa? ¿no debe para ello tener muy claras sus sensibilidades ante las desgracias del prójimo? ¿No debe ser capaz de controlar sus instintos y callar aun cuando le provoque gritar sus inquietudes? También las preguntas pueden versar sobre temas de actualidad internacional, medio ambiente, educación, conflictos…No muchas preguntas, quizá una o dos, no vaya a resultar que hable más de la cuenta. La princesa debe saber de qué hablan los hombres y así desplegar miradas, rostros y pequeños mensajes que destaquen su labor de acompañamiento frente a los aliados y los enemigos del Príncipe.

Este imaginario detrás de los concursos está intensamente divulgado en la literatura y en otras formas de arte desde todas las latitudes, extendida por los reclamos comerciales publicitarios y por los estereotipos patriarcales que se divulgan en redes sociales y medios masivos de comunicación.

Feminismo y feminización

Todos los humanos deberíamos ser feministas y todos deberíamos esperar que nuestras proyecciones personales estén desprovistas de convenciones derivadas del género. Esto implica que las mujeres podamos ejercer el poder en condiciones simultáneas e igualitarias con los hombres. Creo que este ejercicio del poder no tiene que venir acompañado, necesariamente, de la masculinización de las mujeres. Resulta obvio hoy en día que las mujeres que progresan en algunos espacios de liderazgo y poder lo hacen, muchas veces, asimilando los comportamientos más típicos del desenvolvimiento competitivo masculino y, además, asimilándose a sus reuniones y conversaciones de mayoría masculina y muchas veces machista. Son extraordinariamente privilegiadas y ocasionalmente, desprovistas de entrenamiento para la sororidad, creen que están allí simplemente por ser mejores (más valientes, más inteligentes, más proactivas y resolutivas) que otras mujeres, por lo que no se ven a sí mismas como feministas ni les parece que haga falta serlo.

Pero parte de lo que implica transformar nuestra sociedad en función de parámetros feministas supone transformar también la estructura y condiciones en las que se ejerce el poder en la sociedad. Implican una masculinización de las interacciones privadas en el hogar, las tareas de cuidados y la atención a niños, mayores y enfermos. Implican una feminización de lo público, de las formas en las que se compite y se ejerce el poder ¿Qué será feminizar el poder? Pues no lo sé, probablemente nadie lo sabe, pero lo cierto es que debemos trabajar para evitar la confusión de que la mujer, por ejemplo, tiene que cambiar radicalmente su manera de vestir y comportarse, porque su ropa y su comportamiento está cargado de clichés machistas o contribuye a su difusión. No comparto este criterio.

Creo en el empoderamiento femenino como premisa básica del equilibrio futuro. Y creo que empoderamiento implica que las mujeres sean lo que quieran ser, siempre y cuando este “querer” no sea un falso condicionante de un grave sistema de selección sin oportunidades, que es lo contrario a la libertad, lo contrario a “poder” y de allí mi intolerancia con legalizar la prostitución y la gestación subrogada, que esconden en muchos casos formas modernas de esclavitud. Pero la condición femenina no pude ser sujeta a limitaciones convencionales que restrinjan su libertad y su poder. No me importa si una mujer ambiciona prioritariamente ser esposa y madre. Me molesta que esté condicionado social y educativamente. En mi mundo ideal feminista seguirá habiendo mujeres centradas en ser buenas parejas y madres. Espero que haya además similar proporción de hombres centrados en ser buenas parejas y atender prioritariamente a sus hijos, incluso sin trabajar, mantenidos económicamente por el ingreso de su mujer.

Feminismo y estrategia

Entonces pareciera que, desde el feminismo, hay que hacer la guerra a los concursos, a los que los organizan y a las chicas que se ofrecen a semejante parafernalia machista. Eso nos lleva a la duda sobre ¿Cuál será, en cada caso y circunstancia, la mejor manera de enfrentar los estereotipos machistas y las prácticas que impiden a la mujer protagonizar su propia vida sin los condicionantes de los roles de género previamente asignados por el patriarcado?

Yo soy de las que opino que la lucha es larga y que todo espacio de interacción social es trinchera. Especialmente si las protagonistas de las interacciones somos mujeres. No me gusta la guerra de bloques y por supuesto, no creo que el feminismo sea una batalla de mujeres contra hombres, como algunos divulgan extendiendo el halo de ignorancia y miedo detrás del patriarcado. No conozco a nadie que pueda decir que fue educado o educada sin prejuicios machistas, porque si no los tuvo en su hogar, los debió conocer en su escuela y las reformas educativas más avanzadas en los países más desarrollados todavía no pueden evitar el impacto de ciertos estereotipos. Y si la escuela ha sido para alguna profundamente igualitaria, es inevitable que haya algún impacto del bombardeo circunstancial en la convivencia y en la publicidad. Si nos aceptamos como mayoritariamente armados en términos educativos a partir de machismo y patriarcado, creo que debemos conversar siempre con todas las personas que tengamos oportunidad de acercar, de informar, de influir sobre su manera de pensar y actuar.

Desde FeminismoINC priorizamos además esta amplitud de interacciones con la mujer. Eso nos lleva a alegrarnos de situaciones en las que mujeres conservadoras accedan a espacios de poder que antes eran de dominio único o mayoritario masculino, algo que nos ha traído conflictos con otros movimientos feministas, que yo respeto, en los que consideran que el feminismo solo se puede ejercer diciéndole no simultáneamente a otras instituciones y prácticas sociales construidas en el mismo devenir histórico, por ejemplo, las formas corporativas de la empresa o incluso, de manera más general, el capitalismo. No coincido con estos enfoques y muchas veces con las estrategias políticas que de ellos derivan.

Pero también, por ser coherente, debo aclarar que soy igualmente capaz de apoyar iniciativas de estos movimientos y alegrarme de sus logros. Es por ello que me intereso y a veces divulgo las iniciativas de organizaciones como Femen, El Tornillo y muchas otras con las que no necesariamente comparto su ideario político. Porque el feminismo es una iniciativa que dejará de ser necesaria solo cuando la discriminación por razones de género deje de ser relevante, es decir, cuando nadie que vea un panel de líderes en el que haya más hombres que mujeres (o viceversa) y considere que hay un problema allí, pues resulte inconcebible imaginar que el motivo es derivado de una discriminación por género. Hoy estamos todavía muy lejos.

Tarea de todos

Para alcanzar esta situación deseada y que los niños reciban con asombro en sus escuelas la información histórica de lo que sucede hoy y sucedió a lo largo de la historia humana previa, el trabajo tiene que ser desde todos los espacios y con todas las personas posibles involucradas, por supuesto, incluyendo a los hombres.

Transversalizar el enfoque de género debería ir más allá de las políticas y sus áreas temáticas. Debería también ser ambición de amplitud ideológica para que se “contamine” todo, hasta el punto que deje de ser concebido por algunos como un reclamo de “ciertas mujeres”.

Confieso que me siento bien rodeada de mujeres empoderadas y feministas entrenadas, en un evento donde demostramos nuestro poder y desplegamos alianzas para acciones futuras. También me gusta hablar e interactuar con hombres feministas y descubrir sus propios avances en un proceso que otros no comprenden. Pero disfruto también, a veces incluso más, debatiendo e interactuando, ayudando, asesorando y mejorando el perfil de las líderes y las organizaciones que se desenvuelven culturalmente rechazando aun el feminismo, la mayor parte de las veces, creo, por simple ignorancia.

Creo que el feminismo tiene mucho que aportar para un mundo mejor no solo dentro de 100 años, también para hoy, mañana y la próxima semana. Las personas y organizaciones que conozco y que se han abierto un poco a las posibilidades del empoderamiento femenino, como la que está haciendo la actual directiva de la Organización Miss Venezuela, suelen mejorar en sus desempeños, muchas veces volviéndose más productivas, pero también más empáticas con el desarrollo de las mujeres en su entorno.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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