El pecado original de las víctimas. Unas reflexiones sobre la impunidad y la re victimización en Venezuela.

El pecado original de las víctimas. Unas reflexiones sobre la impunidad y la re victimización en Venezuela.
abril 13, 2019 Aglaia Berlutti

Un joven de dieciocho años sube a una lancha en compañía de siete amigos y conocidos. Tres días después, su cadáver aparece en la ribera del río que recorría la embarcación, con señales de violencia sexual y haber recibido una violenta paliza. La conclusión forense es que los todos los implicados estuvieron involucrados en su muerte (desde el agresor sexual hasta quienes ocultaron su cadáver y trataron de fingir que resbaló al río y murió ahogada) y son acusados por la ley.


¿Qué piensa usted de un caso parecido? ¿A quién responsabilizará por la tragedia? ¿Quién es el culpable de una situación tan espeluznante? ¿El muchacho que fue la víctima o el grupo que le agredió, asesino y por último arrojó su cuerpo al agua? ¿Usted se preguntará que hacía un joven de esa edad junto a unos amigos una noche cualquiera y si la razón que le hizo aceptar la invitación, le culpabiliza en cierta medida de la situación que vivió?


En una cultura como la nuestra, nadie cuestionará un hecho de violencia, siempre y cuando la víctima no sea una mujer. Desde hace más de tres semanas, el caso de Ángela Aguirre se discute de manera pública y no por las razones correctas. A diferencia de la víctima hipotética de más arriba, la mayoría de quienes conocen su caso, insisten en tratar de “comprender” el motivo por el cual Ángela se encontraba en la lancha, a las diez de la noche, en compañía de un grupo de amigos y conocidos y no, el contexto que permitió que una mujer fuera asesinada y su cadáver ocultado por un grupo de adultos que le doblaban la edad. La discusión colectiva sobre el tema, parece mucho más obsesionada por la forma en que vestía Ángela, si había bebido alcohol o no, si sus padres se “aseguraron” que el grupo de amigos que le invitaron a navegar el río Caroní, eran del todo “confiables”, que en el hecho que una adolescente fue violada y después arrojada en plena madrugada al cauce del río caudaloso por siete cómplices que ocultaron el crimen durante casi catorce horas. Porque cuando la víctima es una mujer, las preguntas inauditas parecen tener sentido. Deben ser respondidas. Una mujer nunca es sólo una víctima. También es la “culpable” de la violencia que le infringen.


Mucho peor en Venezuela, un país en el que sistema legal se encuentra destruido y socavado por la corrupción: durante los últimos días, el caso de Ángela se ha convertido en el símbolo de la normalización de la violencia en un país en el que el sistema legal depende de la voluntad del poder. Desde una segunda autopsia por completo innecesaria que contradecía la evidencia de la violación hasta las denuncias por corrupción contra los funcionarios a cargo del caso, Ángela Aguirre y el horror que representa, flota a la deriva en medio de una discusión que no sólo le re victimiza sino que además, deja en claro que nuestro país, las víctimas deben luchar contra una sociedad que las señala, las estigmatiza y las menosprecia, a la vez que justifica el hecho de violencia que sufren.


Claro está, el caso de Ángela no es único, pero sí quizás el que hace más evidente el motivo por el cual una buena parte de las víctimas de acoso, abuso e incluso violación, no denuncian lo que les ocurre e incluso, le cuesta admitir lo ocurrido. Se trata de una situación dolorosa.


No es una idea nueva: Con más frecuencia de la que podría desear, leo noticias sobre violaciones. De hecho, las recopilo en un intento de analizar, desde la perspectiva del público que consume el acontecer noticioso, su repercusión y sobre todo, la manera como el tema se mira dentro de una comunidad virtual desigual. Me tropiezo con ellas con tanta facilidad, que comienza a ser preocupante. ¿Cuánto aumentó la cifra de agresiones y brutalidad contra la mujer como para que las noticias sean cada vez más visibles y escalofriantes? Admitámoslo: la violencia contra la mujer es un enemigo muy viejo y solo recientemente público. De manera que también me pregunto si la reciente repercusión de las crónicas sobre asaltos, maltrato y abuso es una toma de conciencia social sobre el tema o mero amarillismo. Ambas respuestas preocupan, aunque por razones distintas, pero sobre todo, señalan que el problema de la violencia de género es mucho más preocupante que lo que se difunde, lo que se asume necesario admitir. ¿Qué ocurre con lo que no se dice? ¿Con lo que pocas veces rebota más allá de los límites de lo doméstico? Y es que, a pesar del esfuerzo social y cultural por concientizar, la agresión contra la mujer suele ser un delito anónimo, silencioso y que se oculta con facilidad.


Esas que pocas veces se hacen por resultar irritantes, dolorosas, punzantes. ¿Por qué las leyes de casi todos los países del mundo no clasifican el acoso, el abuso y la violación como un crimen sin atenuantes? ¿Por qué la mayoría de los países del mundo consideran a la mujer “provocadora” de la violación? Pero vayamos más allá, a un terreno más ambiguo. Si contraes matrimonio con un hombre y sufres abuso sexual ¿Cuál es la respuesta legal en la mayoría de los países? Pero seamos incluso más sutiles: ¿Cuáles países del mundo consideran el acoso sexual laboral como un crimen de odio o un delito en pleno derecho? Aún, si somos más específicos, el pensamiento se hace tortuoso ¿La mujer se considera agraviada cuando un desconocido le murmura en plena calle insinuaciones sexuales? ¿Qué piensa la mujer de cualquier parte del mundo cuando un hombre la toquetea en medio de la multitud? ¿Cuántas mujeres del mundo ríen con chistes marcadamente sexistas? ¿Cuántas mujeres alrededor del mundo promocionan la estética como rasante y visión elemental de lo femenino? Muchas más de las que lo admitirán.

La evidente normalización del abuso, el acoso y la agresión sexual está en todas partes. Hace unos meses, me tropecé en mi FrontPage con una imagen que invitaba a cualquier hombre que se sintiera agraviado porque una mujer le considera sólo su amigo a secuestrarla y a violarla. No, no exagero, tampoco dramatizo ni malinterpreto. No se trata de una insinuación ni tampoco de una idea abstracta: El collage de fotografías muestra desde una botella de tranquilizante médico — la conocida burundanga — hasta cinta adhesiva de plomo, pasando por un pasamontaña para cubrir el rostro del “agraviado”. No había confusión posible, mucho menos doble sentido: La imagen dejaba claro que, si una mujer ejerce su derecho a rechazar una insinuación sexual, al parecer hay otra “manera de convencerla”.

Sin embargo, lo más lamentable no era la imagen en sí — espeluznante y durísima — sino que estaba acompañada por seis o siete comentarios que celebran el “chiste”. Comentarios de mujeres que consideran graciosísimo que el hombre que comparte el mensaje se sienta en el derecho de violar a una mujer por sentirse desairado. Una y otra vez, las risas parecen restarle contundencia al mensaje, hacerlo cosa de todos los días. “No es tan grave”, parece decir la carcajada general. “Es sólo un chiste”, insiste esa infravaloración del gravísimo mensaje y lo que implica. “Hay que tener sentido del humor” concluye ese aire de jolgorio entre quienes celebran una broma de supuesto sentido del humor.


Por supuesto, no se trata de un rasgo sólo latinoamericano: la noción de la víctima culpable es parte de la triste historia reciente en la defensa de los derechos de la mujer. El 16 de diciembre de 2012, una fisioterapeuta de 23 años, fue violada por un grupo de hombres en Nueva Delhi. ¿Su “crimen”? Tomar un autobús con un amigo luego del atardecer. Fue golpeada, penetrada por objetos de metal, sufrió todo tipo de vejaciones y humillaciones. Las lesiones fueron de tal consideración que murió semanas después. Pero buena parte de la sociedad de la India sólo se preguntó el motivo por el cual había tomado un autobús.


En Venezuela, Ángela Aguirre subió a una lancha, fue violada y asesinada. Su muerte encubierta por siete implicados. Pero un considerable número de personas sólo se preguntan el motivo por el cual Ángela se encontraba allí — como estaba vestida, si había bebido o no — y no el por qué un hombre de 18 años agrede sexualmente a una mujer. Se esfuerzan por justificar su muerte, por dejar claro que el comportamiento de Ángela no sólo pudo provocar su muerte, sino que, sin duda, es parte de las razones por las que sufrió una circunstancia despiadada. Ángela — su comportamiento y memoria — ha sido cuestionada y vilipendiada por un buen número de personas, que considera más importante analizar el motivo por el cual estaba en una lancha que por qué, en este país se justifica la violencia contra la mujer. De la misma manera que la fisioterapeuta hindú, Ángela es víctima no sólo de sus agresores, sino también de una moral hipócrita y retorcida que prefiere acusar a la víctima, antes de asumir el hecho que un hombre creyó tenía derecho a violar a una mujer y después asesinarla, porque la sociedad le asegura la impunidad y también, la justificación a la violencia sexual.


Hace unas horas, se difundió una nota de voz que Ángela intentó enviar al teléfono una de sus amigas. Se le escucha llorar aterrorizada, en medio de un coro de risas al fondo del lugar en que se encuentra. “Me violaron” murmura. La grabación se detiene. Quizás fueron las últimas palabras de Ángela en su vida. Aun así, las preguntas continúan: Ángela, sometida al escarnio público, destruida por el cuestionamiento y transformada en una dolorosa metáfora del contexto de violencia que debe soportar la mujer en nuestra cultura, es la metáfora más dura sobre la situación de las víctimas que a diario, deben enfrentar una segunda violación sobre las heridas de la primera.


Ángela, una adolescente que cometió el “imperdonable error” de subir a una lancha, demuestra hasta qué punto nuestra cultura necesita madurar y comprender que la violencia sexual no admite matices ni disculpa alguna. Una y otra vez, las voces anónimas de una sociedad convencida de la responsabilidad de la mujer sobre la violencia que sufre, asume que la agresión sexual es una consecuencia, más que un síntoma de una sociedad signada por el machismo.


Ángela “merecía” ese miedo, dolor y la violencia que padeció sólo por ser mujer, por ser joven, por divertirse, por no desconfiar de quienes creía sus amigos. Esa es la percepción de nuestra sociedad sobre la violencia contra la mujer y sus consecuencias. La grieta en el argumento cultural es evidente: Si un hombre es asesinado, es una víctima. Si una mujer lo es, también es culpable de la violencia que sufrió. Una doble moral retorcida que resulta espeluznante en sus implicaciones.

Foto: Gladylis Flores de El Pitazo

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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