Pedir, lo que se dice pedir, a las mujeres nos cuesta. Educadas en la idea de que mujer que reclama, exige y demanda es macho, nos hemos acostumbrado a esperar que algún otro nos proporcione lo que más ansiamos en la vida desarrollando para ello capacidades extraordinarias como insinuar, pedir con los ojos y hasta enviar mensajes cuasi telepáticos para que nos ofrezcan trabajo, matrimonio, un baile o cualquier otra deseada oportunidad.
Pero lo que si algo sabemos pedir, es perdón. En mis talleres de empoderamiento vemos con frecuencia cómo nos pasamos la vida disculpándonos por nuestros errores. De entrada, auto descalificamos cualquier posibilidad de aporte o agregación de valor, haciéndole caso a la vocecita esa que te dice que no eres suficiente, que lo que piensas es una tontería, que mejor adelántales a tus escuchas que te avergüenzas de lo que estás a punto de decir. Síndrome del impostor le llaman, convirtiéndose esta sensación de vergüenza por ser quien se es, en uno de los obstáculos que impide que muchas aspiren o asciendan o logren su cometido.
Viéndolo desde el lado positivo, la capacidad para decir “perdóname” “me arrepiento” “discúlpame”, forma parte de un capital emocional que dice muy bien de quien lo pronuncia. Al fomentar la disculpa sincera se puede mejorar la empatía y la relación con los demás. Es una muestra de la disposición a reflexionar, a aprender de los errores y a intentar, parados desde el bien, otras formas menos dañinas de actuación.
De acuerdo con un estudio publicado en la Revista Psychological Science las mujeres se disculpan más que los hombres: “Los hombres son menos propensos a decir lo siento no porque sean débiles, sino porque consideran que hacen mejor las cosas…. las mujeres se preocupan más por las experiencias emocionales de los demás y en mantener la armonía en sus relaciones, por eso emiten un “lo siento” en cada oportunidad que se les presenta”. Es difícil perdonar porque dicho acto está cargado de mucha emocionalidad, pero quizás por eso mismo se nos hace más fácil a las mujeres, entrenadas en expresar abiertamente nuestros sentimientos y tan difícil a los hombres, educados para no mostrarlos.
Casualmente, durante este último fin de semana hemos visto actos de contrición muy importantes para las horas duras que estamos viviendo en el país. La teniente Grecia Roque Castillo, detenida por los pemones el pasado sábado 23, pide perdón en un video “como mujer y madre” a la comunidad indígena, por haber estado en un grupo militar que acató órdenes de disparar contra ellos. El mismo día, dos mujeres de la Policía Nacional Bolivariana, pasan llorando a Cúcuta para acogerse al perdón del gobierno de transición admitiendo que están bajo mucha presión del régimen, arrepentidas de no haberlo hecho antes.
Lilian Tintori revela que Luisa Ortega le pidió perdón: “Yo perdono a Luisa Ortega… A mí nunca se me va a olvidar que ella le gritó asesino a Leopoldo, pero ha pedido perdón en público, se ha comunicado con nuestra familia de muchas formas para pedir disculpas”. Vemos a Guaidó abrazar a Ortega en la frontera, escuchar con respeto a los militares que salen de las filas bolivarianas, ofrecer amnistía. Sin duda, una nueva forma de hacer política basada en valores pro- reconciliación que nos llena de esperanza sobre la posibilidad de un cambio real (de país y de estilo de liderazgo político menos machista).
Lo malo sigue siendo la reacción de la gente más radical, quienes con un enfoque único se plantan en la idea de no perdonar, tanto los opositores extremistas (basta leer los comentarios de los tuiteros ante las declaraciones de Roque, Tintori, Ortega, Guaidó y las mujeres policías), como los psicópatas funcionarios de gobierno que aferrándose al poder, ni admiten culpa ni piden perdón. Una muestra más de que los extremos se tocan, porque en las psicopatías graves no hay sentimiento de culpa, ni depresión, ni arrepentimientos. No hay un darse cuenta del daño que causan a otros sus agresiones verbales o acciones criminales, lo cual los hace irreductibles a la terapia, al cambio y a la posibilidad del perdón. No hay conciencia de que el error nos hace humanos.
Pedir perdón y ser perdonados no cambiará lo que ha ocurrido y no necesariamente aliviará el dolor emocional. Más aun, la decisión de perdonar no exime de pedir justicia y reclamar aquello que no creemos justo. Pero el acto de decir “lo siento” y admitir la equivocación, puede cambiar el curso futuro de los acontecimientos.
La historia ha demostrado que en la peor de las circunstancias, perdonar y pedir perdón para seguir adelante, suele ser el mejor camino. Y mientras más temprano se haga, mejor para todos. Son valores feministas que bien podemos abrazar como muestra de la confianza necesaria para la recuperación de nuestro país.