¿Cualquiera de nosotras podría ganar?

¿Cualquiera de nosotras podría ganar?
diciembre 19, 2018 Susana Reina

Vergonzosa la reacción en redes sociales hacia la nueva Miss Venezuela coronada el pasado viernes. Comentarios ofensivos, racistas, sexistas, misóginos, muestra de la sociedad intolerante en la que nos hemos convertido. Y entre todos los haters, las más duras y agresivas, las mujeres. Lo escribo con mucho dolor, porque soy mujer, porque quisiera que fuésemos nosotras una especie de tribu solidaria que se apoya y aplaude el triunfo de quien sea, incluso el de “una fea” en un concurso de belleza. Ojo que el juicio de fea o bella vive en la cabeza de quien lo formula, no hay nada objetivo aquí; lo que duele y destaco es la descarga de odio sobre una mujer, cualquiera que esta sea, porque no encaja en el estereotipo de belleza cargado de silicona que nos vendieron.

Me da mucho dolor leer todo eso, decía, más aún cuando esta nueva etapa del Miss Venezuela está siendo conducida por ex misses, o sea expertas en el tema de ganar concursos, que quieren cambiar la historia de prácticas de acoso sexual que sufrieron no pocas aspirantes, que están luchando contra montones de obstáculos y estereotipos que encasillan a las candidatas en la imagen de bonita pero tonta que siempre caracterizó a estos espacios, al tiempo que intentan mantener andando el negocio y la esperanza viva de muchas venezolanas para participar de un evento que ha sido por años motivo de orgullo nacional.

Pero, quizás desconociendo esto, muchas tuitean pidiendo el regreso de Osmel como para que un hombre venga a decirnos qué es una “mujer bella”. Me quedo pensando en el tema de la sororidad. ¿Qué hará falta hacer para que las mujeres seamos solidarias entre nosotras? Cuesta un mundo eso de entender que la otra es mi hermana. Aceptar que somos iguales y al mismo tiempo diferentes. Que la diferencia no tendría que ser un motivo de conflicto o separación, sino más bien de encuentro para intentar comprendernos.

En lo lógico-cognitivo-intelectual parecemos estar claras con esa idea de colaborar, apoyarnos, tenernos compasión las unas a las otras. ¿Quién se va a oponer a pensar algo así? Sobre todo las mujeres, tan habituadas a cuidar, a dar soporte, a reconocer a otros antes que a nosotras mismas.

El serrucho se tranca en lo emocional. Celebrarle las victorias a la compañera sin sentir un agrio sabor en la boca, aplaudir un logro a la amiga de quien temes el triunfo se le suba a la cabeza, envidiar lo que la otra consiguió o lo inteligente que es, lo bien que le va, lo flaca/buena/alegre/emparejada que está.

Y te preguntas ¿pero por qué siento esto? ¿cómo vivo en el día a día eso de ser solidaria, vivir como míos los triunfos de ellas, no sentirme menos cuando es a ellas y no a mí que le sonríe la fortuna? Incluso siendo al revés, cuando el triunfo es mío ¿por qué lo que me hace sentir más gratificada es la aprobación de un varón antes que la que proviene de otra mujer? ¿por qué el reconocimiento que vale es el masculino y no el femenino?

Ya con solo preguntarnos todo esto estamos en el camino de ir soltando el argumento que más rendimiento le ha dado al patriarcado a lo largo de la historia: la otra es tu enemiga, las mujeres no pueden trabajar juntas, cuidado con ella, tú eres más bella, la otra es más fea, compitan por nosotros los hombres, etc. La estrategia “divide y vencerás” le ha dado muchos beneficios al machismo. Cuestionar y no dar por cierto todo esto es fundamental para hacer el cambio de mirada que exige este arraigado conjunto de creencias.

Ellos saben muy bien que cuando las mujeres nos apoyamos y decidimos andar juntas somos imparables (huelgas de mujeres, marchas, #MeToo, #NiUnaMenos…). Eso lo saben muy bien los y las patriarcas y por eso la solidaridad es sin duda nuestra mejor arma.

En el pasado, cuando las mujeres se reunían las quemaban vivas por conspiradoras y brujas. Un buen ejemplo de esto ocurrió en 1793 durante la Revolución Francesa, con los clubes patrióticos de mujeres que eran agrupaciones femeninas revolucionarias donde las mujeres se reunían, intercambiaban opiniones e información, debatían sobre cuestiones políticas, leían periódicos y las noticias del día, entre otras actividades. Pero sus acciones llegaron a suscitar un movimiento de rechazo por parte de la Asamblea Nacional francesa, sobre todo después que guillotinaron a Olympe De Gouges por recordarles que habían dejado a las mujeres por fuera en su Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, y clausuraron esa clase de clubes, “porque su crispada agitación estaba acarreando muy funestas consecuencias para la joven república” e incluso se prohibió el acceso a las mujeres como espectadoras de las sesiones parlamentarias.

Pero la historia pesa y ante esto sólo puedo dar a mis amigas tres consejos para vencer la barrera emocional que nos impide practicar sororidad: lo primero es admitirlo. En clara y viva voz. Aceptar que producto de años y años de adoctrinamiento en contra de mis semejantes, me cuesta ver y ser de otra manera con ellas, y por eso a veces siento envida, rabia, desprecio. Eso no me hace mala persona, me acepto con mis vulnerabilidades porque es lo que he conocido y se me ha enseñado, pero acepto que puedo intentar hacer un nuevo acuerdo con las de mi gremio.

Lo segundo, leer el contexto. Estamos en medio de un entorno que está propiciando la vuelta a posiciones conservadoras extremas que pueden retroceder todos los logros obtenidos en materia de derechos humanos de las mujeres y ponernos a todas de nuevo a como estábamos a inicios del siglo pasado. Trascender a lo pequeñito, a la envidia chiquita, el malestar pasajero, la inquina por lo banal, la insolidaridad puntual y pensar antes bien en lo que podemos perder como colectivo si nos desgastamos en peleas sin sentido.

Por último, leer mucho sobre la historia del movimiento feminista para apreciar cómo ninguna conquista ha sido lograda por individualidades. Hay muchas líderes visibles, pero siempre soportadas por muchísimas otras mujeres que sacrificaron incluso sus vidas para que hoy podamos ejercer plenamente algunos de nuestros derechos conquistados. Rindamos homenaje a sus actuaciones validando a la que tenemos al lado, que también a su modo, está poniendo su parte.

Urge que hagamos un nuevo pacto entre nosotras, por nosotras, por nuestras hijas, por las nuevas generaciones. Acordar que, sin importar nuestra raza, religión, ideología, país de origen, personalidad, educación u orientación sexual, aspecto físico, todas nos necesitamos. Que aprendamos y enseñemos como es de verdad eso de alegrarse por la otra y ver su triunfo, incluso el de un concurso de belleza, ya sea como candidata o como organizadora, como un triunfo del género. Este camino de desmontar el machismo es muy duro para andarlo solas. Practiquemos solidaridad.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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