Las que nacimos hacia los años 50 o 60 del siglo pasado ya estamos en lo que se llama la tercera edad. Muchas cosas han cambiado desde que comenzamos a trabajar en las empresas, sobre todo las del sector privado. Cambiaron las tecnologías de producción, la velocidad de las comunicaciones, las herramientas de trabajo, los conceptos, teorías, modelos de negocio, marcos jurídicos. Y cambió la gente, sobre todo la gente.
El contrato psicológico que marca la relación íntima de la persona con su medio laboral ha cambiado también. Las de mi generación, llamadas baby boomers, nos casamos literalmente con nuestro trabajo. La prioridad número uno fue y sigue siendo para muchas la agenda que nos impuso la organización. Buscamos la estabilidad y la relación a largo plazo haciendo lo impensable por conseguir metas de crecimiento personal y empresarial a costa del cuidado de nuestros hijos, maridos y no pocas veces con impacto directo en nuestra salud física y mental.
Jamás se nos ocurrió poner de excusa un malestar físico real, la enfermedad de un hijo y hasta un evento social familiar importante para faltar a una reunión gerencial. El compromiso era a toda prueba. Nos jugamos la vida por la carrera.
Pusimos de moda a la mujer “todo terreno”, la “4×4”, la mutitasking. Expertas equilibristas para mantener actividades simultáneas entre la casa y la calle, siempre activas con o sin marido, gerenciando a los hijos como un tema más de la apretada agenda, estudiando y al mismo tiempo trabajando, sosteniendo un hogar, poniendo en segundo plano el placer personal, el disfrute y las vacaciones. Fue la única manera que encontramos para poder entrar y mantenernos en el andamiaje corporativo masculino hasta llegar a altas posiciones gerenciales.
El concepto de la conciliación laboral-familiar es relativamente reciente. Como dice Isabel Allende en una conferencia que se ha hecho viral: “El feminismo no me alcanzó para repartir las tareas domésticas. En verdad esa idea no me pasó por la cabeza. Creía que la liberación consistía en salir al mundo y echarme encima de los deberes masculinos. Pero no pensé que también se trataba de delegar parte de mi carga”. En realidad, muchas entendimos que asumirlo todo era parte del precio por salir de tu casa y querer hacer lo que te gustaba.
Las mujeres de las generaciones que me siguieron lo hicieron distinto. Estas jóvenes que me toca supervisar hoy, hacen más énfasis en su calidad de vida. Para las “millennials”, el balance y la vida vivida con sentido personal es sagrado. No están dispuestas a sacrificar tanto por un empleo. Son más emprendedoras e independientes y menos dirigidas o motivadas por la competencia laboral. Han aprendido a negociar con sus parejas la repartición del cuidado de hijos y casa. ¡Bien por ellas! Seguramente encontrarán un camino menos doloroso para ascender la escalera del éxito.
Pero como siempre que los tiempos cambian, no me voy a poner a decir quien tiene o no la razón, si las maduras o las más jóvenes. Cada estilo marca una era y al mismo tiempo se adapta a lo que se requiere para triunfar en un contexto dado. Tendemos a criticar a las más chicas pensando que no tienen el compromiso y la entrega que se requiere para echar los proyectos adelante “como las de antes”, y al revés, ellas nos critican por olvidarnos de nosotras mismas para luchar por alcanzar una meta dura y cuesta arriba.
Creo que hay una falsa barrera que enfrenta trabajo vs vida. Para mí trabajo = vida. El balance está en hacer lo que te llena y te importa. Lo que otros ven como fuente de estrés o desgaste, yo lo viví siempre como adrenalina y pasión. Si hubiese tenido que renunciar a eso por presión de un esposo o por tener que criar o cuidar a otros, habría sido muy infeliz, por más que me lo disfrazasen de amor romántico y desprendido.
La buena noticia es que las baby boomers no queremos retirarnos del ruedo laboral aún. Las empresas que rechazan y discriminan a las mujeres que pasan de los 50s cometen un grave error. Podemos ser excelentes mentoras, coaches, docentes, sponsors, directivas, empresarias, sin el temor de tener que interrumpir la carrera por un embarazo, con los hijos ya grandes con sus propias vidas, con muchos asuntos resueltos económicamente, con la pareja con la que realmente queremos estar, o felizmente solas, más libres para tomar decisiones de movilidad o estabilidad…
Podemos aportar mucha experiencia y fuerza para complementarnos con el estilo más libre de las que comienzan su carrera profesional, conscientes y conocedoras de las diferencias que imponen las brechas generacionales. Así que seguimos al pie del cañón. Es nuestro momento.