Por Ana Mary Risso-Ramos
Son palabras que suelen usar con demasiada ligereza sin comprender su significado e implicaciones reales. También se suele pensar que ambas son inherentes a la “naturaleza humana”, se cree que las personas “son” por naturaleza respetuosas del derecho de las/os demás porque los reconocen como “iguales” (en dignidad humana y derechos), que también las personas “por naturaleza” son justas y que no existe la tendencia abusar de quienes por algún motivo están en desventaja: grupos minoritarios, edad, sexo, raza, situación socio económica, etc.
Y resulta que lo que la historia nos pone en evidencia es que la igualdad y la justicia no son valores intrínsecos en las sociedades, que la tendencia desde que el mundo es mundo ha sido que haya grupos que se imponen al resto para dominar el poder (económico, político, religioso, social, etc.) para ser precisamente “desiguales” de la mayoría para disfrutar prebendas y privilegios que les diferencian del resto de las personas.
A la igualdad y la justicia como principios rectores de la conducta de una sociedad se llega a través de la razón, entendida como el acto consciente de reflexión sobre los fenómenos para analizarlos, comprenderlos y buscarles explicación, por eso, su cabal comprensión no está al alcance de quienes no acostumbran a pensar ni a meditar. Es semejante a lo que ocurre con quienes viven porque respiran sin un esfuerzo consciente: caminan para adelante porque ven a los demás!! Hablan de igualdad y justicia sin saber realmente de qué se trata!!
Partiendo de la base de que la igualdad y la justicia no son “naturales”, es cuando se entiende la necesidad y conveniencia de imponerlas a través de las leyes y contra de la opinión de una mayoría acostumbrada a utilizar la violencia, mayoría que no reconoce ni respeta los derechos de grupos tratados como minorías (las mujeres somos la mitad –y un poquito más- de quienes habitan el planeta pero nos tratan como minoría) y que se aprovecha de privilegios para excluir y abusar de las demás personas.
Cuando desde el Feminismo hablamos de igualdad entre los géneros y de justicia, nos referimos a la necesidad de acabar con miles de años de desigualdad, exclusión, discriminación, subordinación y sometimiento de las mujeres, es decir, acabar con el abuso y la violencia contra el 50% de la humanidad que somos las mujeres.
Obviamente, acabar con los privilegios de género masculinos significa enfrentarse al otro 50% de la humanidad más una buena parte del 50% de las mujeres que inconsciente de su discriminación sexista, no considera que el asunto es con ellas. Los hombres, el colectivo masculino, salvo aquellos que han concientizado y reconocido por decisión propia la estructura sexista de la sociedad, no asumen que tienen privilegios y ven como “natural” la superioridad masculina y la inferioridad femenina, justificadas con excusas religiosas (el Orden Divino), biológicas (mujeres débiles Vs hombres fuertes) y reproducida/reforzadas durante milenios por las tradiciones y costumbres culturales.
Legislar a favor de las mujeres no es discriminar a los hombres. Imponer la igualdad entre los géneros no es abusar del poder de las instituciones del Estado, diseñar e implementar medidas de acción positiva es la forma como se desarrolla en la práctica el concepto de equidad (dar a cada quien según su necesidad) para poder lograr la igualdad real y efectiva, garantizando el goce y disfrute de los derechos humanos de las mujeres, es el camino para alcanzar la justicia social, única forma de lograr el desarrollo y la paz en un país donde sus habitantes sean ciudadanos de hecho y de derecho.
A Cristóbal Colón, Galileo Galilei y a otros irreverentes de sus respectivos tiempos los consideraban locos por ir contracorriente, en contra de lo que la mayoría consideraba “normal” o “natural”. Igual ocurre contra quienes desde el Feminismo denunciamos la desigualdad, el sexismo y el machismo que impera aún en la sociedad, proponiendo y exigiendo acciones y medidas concretas que favorezcan los derechos de las mujeres.
No somos locas ni exageradas, no somos hembristas y tampoco homófobas, somos personas que desde el conocimiento de la realidad que han vivido y viven las mujeres, trabajamos y exigimos cambios en la sociedad para todas las personas independientemente de su sexo, clase, raza y orientación sexual.