Elecciones Feministas.

Elecciones Feministas.
noviembre 14, 2018 Susana Reina

Leyendo sobre los resultados de las elecciones legislativas de mitad de periodo llevadas a cabo en Estados Unidos la semana pasada, recordé un documental muy bueno que está en YouTube “She is beautiful when she is angry” (Ella es bella cuando se enfada). Narra parte de la historia del movimiento feminista en ese país en los 60s y 70s. Cuando lo miras terminas ansiosa, rabiosa, perpleja, preguntándote por qué la dominación y supremacía masculina ha sido la norma siempre. Y es en ese momento y desde esa emoción cuando te dices que algo tienes que hacer.

Estas elecciones en USA dejaron claro que cuando las mujeres nos indignamos juntas y actuamos en bloque, la realidad cambia. El malestar por el triunfo de la misoginia, el machismo y el retorno a la limitación de libertades y derechos humanos representados en Donald Trump, aglutinó a mujeres que en su vida habían militado políticamente, ni siquiera votado, y hoy tienen una silla en el Congreso quienes ni pensaban poder llegar de no haberse dado un cambio de mentalidad y emocionalidad importante en todas como colectivo: una latina, una musulmana, una jovencita, entre otras “primeras mujeres” que consiguieron entrar al órgano legislativo del país que más se ufana de su democracia en el mundo.

Según datos del National Institute on Money in Politics, 2018 ha sido el punto de inflexión: si hace 18 años decidieron registrarse un 21% de mujeres, ahora lo ha hecho un 34%. Lo mismo ocurre en la cámara de Representantes, donde las cifras de registro alcanzaron en 2018 a 2.773 mujeres, a diferencia del año 2000, donde no se superaban las 1.822. De las 277 mujeres que se presentaron como candidatas al Congreso y a gobernaciones federales, el 40% (117) consiguió la victoria.

Gracias al sentimiento de indignación, rabia y perplejidad que deja en muchas el saber y conocer de injusticias cometidas consigo misma o contra otras mujeres, se prende el motor de la máquina del activismo para hacer lo que sea necesario para transformar el sistema.  Vivir en carne propia una discriminación te marca para siempre. Constatar con tus propios ojos que la exclusión existe, que te limitan y penalizan en ciertos espacios, sobre todo donde se toman decisiones poderosas solo por ser mujer, te remueve las vísceras y la rabia emerge.

Cuando sabes que la mutilación genital femenina existe de verdad, que millones de niñas son obligadas a casarse a temprana edad y a salir del sistema educativo, que el embarazo adolescente sigue creciendo, que la trata de personas, prostitución y alquiler de vientres va viento en popa porque muchos se lucran de ello, que las violaciones son normales y que las víctimas son culpabilizadas por el mismo sistema judicial que debería salvarlas, cuando miras las cifras de muertes por abortos clandestinos sin un sistema de salud que dé garantías mínimas de vida por asuntos religiosos… cuando sabes todo eso, la rabia emerge.

Cuando verificas que ganas menos salario que un hombre por el mismo trabajo que tú haces, cuando sufres acoso laboral sexual grosero o encubierto, cuando tienes que asumir el trabajo doméstico y cuidados de adultos mayores y niños solo porque eres mujer sin paga ni contraprestación, cuando te dejan por fuera de una promoción o contratación por vieja o por gorda o por fea… cuando todo eso te pasa, la rabia emerge.

La rabia es una emoción y las emociones son poderosas. A diferencia de las ideas, las emociones se contagian. Las mujeres lo sabemos muy bien, aunque el patriarcado nos haya hecho creer que las emociones son irracionales o el ser “muy emocional” es un defecto. La lógica masculina las oculta, las sanciona, las reprime. En el poder todo es razón y argumentos. Esa es una dicotomía falsa que le ha hecho mucho daño a la humanidad, privilegiando y premiando la competencia, la guerra, la sobrevivencia del que más tiene. Pero la verdad es que no hay nada más racional que una emoción. Ellas nos constituyen como seres humanos, no podemos dejarlas por fuera.

La buena noticia es que las mujeres llevamos una delantera en este campo. Nos enseñaron desde pequeñas a expresar abiertamente lo que sentimos y a mostrar llanto, alegrías, ternura, pasión. Es un capital poderosísimo con el que contamos. Empoderarse pasa por poner esas emociones en primer plano. Por eso es tan importante conectarse con la rabia cuando observamos o somos víctimas de humillaciones a nuestro género, como emoción básica para vencer al miedo a actuar.

Pero ojo, no es vivirla en solitario o como cosa personal. Lo personal es político, como bien dijo Kate Millet. Es unidas, en sororidad, en solidaridad femenina como esa rabia muta en transformación cultural. Por eso quemaban a las brujas, por reunirse. Por eso prohibieron a las mujeres salir a la calle o confiar en las otras. Por eso inventaron lo de la envidia y el conflicto entre mujeres. Al patriarcado no le conviene que nos unamos, porque sabe que ahí acaba.

No es resentimiento. Es ambición de cambio. El resentimiento supone querer cambiar lo que no se puede o que yace en el pasado. La ambición tiene aspiración de futuro y nos sirve para conectarnos con lo que sí se puede cambiar. La rabia da energía y motivación para unirse y conspirar junto a otras iguales que también viven y sienten lo mismo. Estas elecciones lo demostraron y lo estamos celebrando.

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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