Últimamente se oye y lee mucho la palabra “conciliación” y “corresponsabilidad”, sobre todo de la primera en relación al trabajo femenino porque se asume, en el imaginario colectivo, que quienes deben y necesitan “conciliar” son las mujeres, este término nunca aparece relacionado con el trabajo masculino ¿Por qué será?.
Las palabras importan, el lenguaje no es neutro ni inocente, las palabras que utilizamos para entender, comprender, describir el mundo y las situaciones significan mucho más de lo que la gente se propone e incluso quiere decir…
Cuando se habla de “conciliar” vida familiar y laboral se está hablando de una mujer, con doble o triple jornada laboral, que necesita salir de su casa a trabajar para ganarse la vida y no tiene con quién dejar las tareas domésticas y los muchachos o personas que tiene a su cuidado. Es decir, se habla de una persona que necesita tiempo y libertad para tener presencia remunerada en el espacio público.
Ese es el “sujeto tácito” de la oración: una mujer que necesita o quiere trabajar, nunca lo será un hombre, porque los hombres nunca han necesitado conciliar nada, se levantan, se bañan, se visten y se largan muy frescos al trabajo. Allá el ropero sucio por falta de agua, las/os hijos enfermos y con fiebre, la lavadora dañada esperando al técnico que la repare, o la casa desordenada y pendiente de limpieza, esas no son “responsabilidades” que la sociedad les asigne a ellos.
¿Conciliar con quién?, ‘Quién concilia y para qué?, pareciera uno de esos nuevos términos y pretenden cambiar al mundo. Suena bien al oído: Conciliar! Llegar a acuerdos, negociar. El asunto es: con quiénes deben “negociar” las mujeres para conciliar, ¿en qué términos se haría esa negociación?, ¿cuáles son las partes que negocian?, ahí está el detalle, como decía el sabio Cantinflas!!.
Las mujeres han conciliado toda la vida, desde que comenzaron a tener doble presencia en los espacios públicos y privados (por la razón que haya sido), empezó el problema/dilema/conflicto de ¿A quién le dejo los muchachos? ¿Quién se encarga de “mis responsabilidades” mientras no estoy en casa?, ¿En quién delego por un rato el peso de las actividades domésticas y de cuidado para hacer algo diferente y de interés particular?. Las mujeres siempre hemos tenido que resolver con nuestros propios medios y recursos la salida del hogar, usualmente ayudadas por otras mujeres: madres, abuelas, hermanas, vecinas, y si tienen recursos económicos, contratando (a otra mujer) que cuide y limpie nuestro hogar.
Las mujeres siempre han conciliado, bien o mal, con conflictos o sin ellos, en función de los recursos humanos y económicos a su disposición, a costa de su salud y sacrificando horas de sueño, vida personal, desarrollo profesional y económico. En pleno Siglo XXI ¿todavía vamos a seguir hablando de conciliación, como una novedad, sin incluir ni hablar de la corresponsabilidad de los hombres en todas las tareas del hogar?
Para el imaginario colectivo masculino y femenino los hombres “ayudan” en la casa (si ayudan es porque la responsabilidad de las tareas es de otra persona, no de ellos). Las mujeres salimos al espacio público a trabajar pero los hombres aún no han entrado al espacio privado a cumplir con sus obligaciones domésticas en plano de igualdad. Que haya excepciones y que hoy podamos ver por la calle a padres con sus hijas/os bebés cargando coches y teteros no significa que la realidad haya cambiado, la mayoría de los hombres no tienen ni consideran tener responsabilidades domésticas ni de cuidado, para ellos eso no existe, le corresponde a otra persona que no es él.
Por este motivo es que importan las palabras, como dice la filósofa española Amelia Varcarcel respecto a la participación de las mujeres en diferentes ámbitos: “no queremos cuotas, queremos paridad”, tenemos derecho a todos los derechos. Así que debemos cambiar el discurso, debemos exigir corresponsabilidad parental y familiar, esto si implica un cambio estructural porque involucra a todas las personas responsables en la solución de un problema colectivo no un asunto de las mujeres.
Las mujeres no podemos seguir con la sobre carga de trabajo doméstico y de cuidado haciendo magia para “conciliar”, como si existiese un cromosoma femenino con genes activadores de tobos, coletos y teteros. Si se habla de conciliar, que sea para todas las personas, no solo para las mujeres, pero esto implica, que cuando se habla de conciliación (de las mujeres) el tema de la corresponsabilidad (de los hombres) desaparece, se tira por la ventana, y eso, a nosotras no nos conviene.
Lo que queremos es justicia, sin igualdad real y efectiva en el goce y ejercicio de los derechos, nunca la habrá. Queremos corresponsabilidad no conciliación, ya estamos cansadas de ser siempre las que renuncian y cuidan “por amor”, las que se empobrecen porque abandonan sus carreras y empleos, las que pierden oportunidades de desarrollo porque no tienen quién se encargue de la casa mientras no están. Y si los señores no conviven dentro del hogar como para compartir las tareas y cuidados, entonces que paguen para que otras personas lo hagan por él. El tiempo y la vida de las mujeres también son valiosos, es hora de que eso tenga importancia en las discusiones sobre condiciones laborales y calidad de vida.
¿Qué en primera instancia es necesario conciliar? Por supuesto, son medidas de políticas públicas para beneficiar a todas las personas que trabajan, pero el meollo es cambiar la dinámica de trabajo dentro de los hogares, es un cambio cultural que requiere más largos plazos para lograrlos pero que debe comenzar desde ayer!! Las mujeres tenemos 7.000 años cargando con el peso de los hogares, ¿es justo, o no?
Así que, es corresponsabilidad, no conciliación… Lo que pasa es que esto significa una puñalada certera al corazón del machismo: matar los roles de género. Por eso es que las feministas somos tan incómodas, porque metemos el dedo en la llaga. No queremos términos gatopardianos, queremos que las cosas verdaderamente cambien, no que sigan igual como hace siglos pero con un nombre “chic”.