En dos foros sobre violencia económica de género convocados por FeminismoINC y la Red Feminista del Zulia la semana pasada, varios de los ejemplos que surgieron guardaban relación con el ejercicio masculino abusivo del poder desde el patrimonio y los ingresos que administran las parejas. Corregirlo parecía un asunto lleno de connotaciones legales y todos los presentes parecíamos aspirar a matrimonios en los que se respetaran nuestros derechos. Pero me surgió como duda ¿son los matrimonios contratos igualitarios? Seguramente esta duda ya ha sido respondida por estudiosos desde diferentes perspectivas, casi seguro con una respuesta negativa para la mayoría de las vías y enfoques. Quizá para algunos, a pesar de no ser igualitarios, son igual buenos.
El matrimonio es una institución con profundo arraigo patriarcal y en él, las mujeres cubrimos múltiples roles que nos son instalados, como software, en nuestra psiquis desde la infancia. Casarnos será acceder a la maternidad. La maternidad nos realiza como mujeres. Además, casarnos nos permite gobernar…nuestra casa, en diferencia al gobierno que observamos de nuestra madre, porque queremos tener nuestro propio territorio para mandar, para hacer lo que nos dé la gana. Casarnos nos permite cuidar y mimar al que merece cuidados y mimos, nuestro hombre, nuestro príncipe, porque fuera la vida es muy dura y él, con su escudo y espada, pelea a diario para que su mujer no tenga que salir a la dura realidad sin protección. Es decir, con el matrimonio tendremos “representante”.
No es solo un asunto de mensajes familiares por doquier, también la literatura, el cine, la escuela…Llegamos a creer que si madre y padre no viven este idilio es por alguna disfuncionalidad de nuestra propia familia. Algunas llegamos a adolescentes y hasta adultas, sin evidenciar las injusticias implícitas en la relación de nuestro padre y madre. Muchos se sorprenden del divorcio de sus padres. Otros se acostumbran a una relación en la que los padres parecieran no quererse, aunque se mantienen alejados y parecieran no compartir. A veces detrás de estas relaciones hay acuerdos de convivencia cargados de dependencia económica femenina. Pero nuestro subconsciente nos hace creer que ese ideal debe ser nuestra meta. Si además le añadimos que, llegadas al matrimonio, accederemos a los placeres carnales (los que el varón dentro del mismo grupo familiar pareciera disfrutar sin demasiadas restricciones y sin el matrimonio como requisito, casi evitándolo incluso, pero que, siendo chicas, es mejor esperar al príncipe y reservar el albergue para su semilla) la mezcla es tan potente que, cual ganado lanar que avanza al trasquilado, accedemos una tras otra al proceso con ilusión.
Sigo viendo en las redes sociales a chicas veinteañeras o treintañeras que, acudiendo a las bodas de sus amigas, se preguntan cuándo se producirá su propio “día mágico”. A veces, a pesar de observar que algunas, poco tiempo después, parecieran desencantadas o incluso ya están en procesos de separación. No es tan común ver a hombres que se preguntan ¿Cuándo me tocará a mí?
Luego el contrato viene con la expectativa de maternidad. Rara vez la chica pregunta ¿qué pondrás tú, aparte de semilla? Quizá la respuesta obvia, sería “suministros” y, ciertamente, harán falta. Algunas llegan a creer (confieso que no estuve en ese grupo) que es mejor así, que así pueden realizar más fácilmente su vida, siendo madres. Es su software. Si son ordenadas y aplicadas, quizá puedan acceder también a tareas “sociales” o también “artísticas”. Luego de albergues, somos cuidadoras y recreadoras de nuestra emocionalidad, a diferencia de ellos, que deben ocultarla para verse fuertes.
Los modelos cambian y cambia el software. Estamos en medio de una profunda transformación del espacio familiar. En el foro hablábamos que debemos trabajar por ampliar el concepto de familia y reconocer múltiples posibilidades social y emocionalmente saludables, sin necesidad de reproducir estereotipos. Y no me refiero, necesariamente, a nuevas formas de pareja sexual, podría ser válido incluso con la pareja tradicional. Un varón que asume mejor otros roles; que se asimila más fácilmente como responsable completo a lo interno en el hogar. Unos hijos que pueden crecer felices ante figuras protectoras y ejemplificadoras sin el padre agresor o irresponsable, que fue aislado o incluso exiliado.
Pero una de las conclusiones más importantes de ese día fue que, para todos los cambios, es prioritario incluir en el software de nuestras niñas, la idea de adueñarse de su futuro a través de sus propias capacidades productivas. Sin ingreso no hay autonomía. Sin autonomía aumenta la posibilidad de interpretaciones viciadas de las relaciones de poder en la pareja. Trabajar, producir, emprender, invertir, innovar, no solo son verbos para superar la pobreza. Conjugados por mujeres, son verbos condicionales para aumentar la probabilidad de no salir trasquiladas del paseo de pareja. Si después conseguimos un hombre que nos reconoce íntegras, fantástico, más riqueza y crecimiento para ambos.
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Roles, estereotipos e incentivos: Antecedentes y prospectiva de una economía con más equilibrio de género (II Parte)
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¿Dónde está mi Poder?
Comment (1)
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En la sociedad europea, desde hace ya 7 años, como iniciativa, la mujer no quiere casarse, viven en concubinato y «cuando se acaba» se van o los van de la casa. La razón fundamental de este fenómeno es negación a todas esas estructuras patriarcales, como lo es el matrimonio.