Al momento de la divulgación por redes sociales del Foro de la Alianza Venezolana Empresarial por el Liderazgo de las Mujeres (AVEM), realizado el pasado 2 de noviembre, alguien tuiteó: “¿y de verdad a alguna empresa en este país le importa la igualdad? ¿en serio?” Vistos los resultados, importa y mucho. Sobre todo, a las más grandes de este país.
Que gente de empresas, unos 250 asistentes, se sentaran a conversar sobre la igualdad y el balance de género, en medio de un crisis política, social y económica sin precedentes, es bien significativo. Lo que nos convocó fue el interés por conocer mejores prácticas puestas en ejecución para cerrar brechas y tener empresas más sustentables e inclusivas.
La diversidad, la inclusión, el balance de género, son tendencias sociales y organizacionales cada vez más fundamentadas a nivel mundial. Lo interesante es que no es solamente un tema de valores o de ideología, ni de responsabilidad social empresarial o de gestión de capital humano. Estamos hablando de rendimiento económico, de resultados de negocios, de integración, de viabilidad país.
Las empresas se están reingeniando y reorganizando en torno a estas tendencias. No sólo las trasnacionales, muchas criollas también. El desafío está en pasar de tener un discurso pro igualdad, respeto y tolerancia en la declaración de la visión y misión de la Empresa, para tener verdaderas prácticas que construyan culturas organizacionales, en las que el liderazgo femenino sea visto como una oportunidad -no como una amenaza-, y que tenga real cabida e incidencia en la toma de decisiones.
Nuestras empresas están hechas por hombres decisores para hombres decisores. Eso tiene que cambiar. No solamente a través del fortalecimiento y empoderamiento de las mujeres en sus capacidades gerenciales, emocionales e intelectuales, labor sin duda necesaria e imprescindible. También se requiere la transformación de un modelo empresarial masculino que deja a la mujer sistemática y estructuralmente por fuera.
Las mujeres de esta generación, que estamos ocupando posiciones directivas, lo hemos logrado a costa de un enorme sacrificio. No conozco a ninguna que no arrastre sentimientos de culpa, sobre todo las que somos madres, ni he escuchado historias de éxito que pinten caminos suaves, directos y sin tropiezos. No dudo que los hombres en su ascenso al poder, hayan tenido que enfrentar retos arduos para llegar asociados al mérito, la competencia, el mercado, las nuevas tecnologías, la productividad… pero ninguno que se derive específicamente de su género. Eso sí se los puedo asegurar.
Para poder estar en la junta directiva un grupo asegurador nacional e internacional, me perdí muchos días importantes de la vida de mis hijos, irrecuperables. Hice maromas para mantener casa, marido, estudios y trabajo en balance. Viví la presión familiar y social que cuestionaba mi ambición por la vida pública. Me tragué lágrimas por aquello de que mostrar emociones es signo de debilidad. Acepté saber que por el mismo trabajo un hombre con menos formación y experiencia ganara más que yo. Me masculinicé para poder mantenerme en la pelea.
Mi sueño, y el de AVEM, es que para las nuevas generaciones esto no tenga que ser tan difícil. Trabajaremos para erradicar mecanismos de exclusión laboral en cualquiera de sus formas, de manera que todas las mujeres capaces y dispuestas de este país, copen los espacios de poder en paridad con los hombres.
En medio de las circunstancias históricas que nos está tocando vivir en Venezuela, no podemos darnos el lujo de desperdiciar ningún talento, porque es solo con la incorporación de todos, mujeres y hombres comprometidos, que podremos salir de esta crisis y las que vengan. No más exclusión, no sin mujeres. ¡Que ninguna se quede atrás!