¿La que no llega es porque no quiere?
Por Susana Reina
No pocas veces he escuchado la frase “la que no llega es porque no quiere”, retadora pero injusta afirmación pronunciada por muchos hombres, y sobre todo por bastantes mujeres que se sienten poderosas en sus posiciones económicas y sociales. Es un señalamiento directo a la capacidad y voluntad de aquellas que no han conseguido alcanzar metas o cierto estatus, y a las que se quejan de que encuentran, si no imposible, muy difícil ascender por la escalera de poder.
Ciertamente para aquellas que ya han logrado independencia económica, autonomía personal y espacios para tomar sus propias decisiones, la sensación es de triunfo total porque, a lo mejor sin saberlo, han sorteado los obstáculos que el modelo patriarcal de crianza nos pone a todas desde niñas. Varios factores pueden haber contribuido para que esa hazaña sea posible: un padre educado y empeñado en darle lo mejor a su hija (aunque con la esposa los parámetros de empoderamiento no sean tan libertarios), oportunidad de educación, elección de propia carrera, vivir en un país donde las mujeres tienen derechos económicos garantizados, ubicarse en organizaciones donde es posible hacer carrera organizacional o fundar la propia, tener pareja con consciencia de género, retrasar el momento de gestación y maternidad… todo eso ayuda.
Lamentablemente esta no es la misma realidad para la inmensa mayoría de mujeres trabajadoras, por lo menos en Latinoamérica. El cuadro en nuestros países, particularmente en Venezuela es este: padre desconocido, hija de un embarazo adolescente que no recibió la crianza apropiada, entorno de recursos escasos, deserción escolar por falta de medios para proveerle a la niña formación o por la necesidad temprana de salir a trabajar para llevar para la casa, embarazo temprano o matrimonio adelantado, violencia de muchos tipos en el medio donde se desenvuelve y primacía del macho varón para los pocos privilegios disponibles.
Si nos queremos quedar con clase media, la situación a lo mejor no es tan extrema, pero igual se reproducen mecanismos de exclusión más sutiles que igual dejan a las mujeres fuera de carrera antes de tiempo: las chicas eligen carreras condicionadas por estereotipos (lo que se supone que estudian las mujeres vs lo que deben estudiar los hombres).
Por lo general las mujeres estudian cursos que conducen a posiciones peor pagadas. La maternidad las deja fuera de competencia por un tiempo y si prefieren su carrera a tener hijos, la presión social las sataniza. Las que tienen más posibilidades contratan otras mujeres para que cuiden a los niños, pero ellas siguen siendo las responsables de los cuidados de otros y de la carga doméstica, teniendo que lidiar con un segundo trabajo no remunerado. Si se muestran muy inteligentes o asertivas y reclamadoras de sus derechos, pasan a ser calificadas como mandonas o machorras o conflictivas. La percepción del colectivo juega en contra. Muchas desisten o son aisladas.
Este conjunto de obstáculos conforma el llamado techo de cristal, suelo pegajoso, gueto de terciopelo y otros calificativos que algunos teóricos del género han acuñado para mostrar la difícil ruta que las mujeres deben transitar en el mundo laboral para mantenerse y avanzar. Incluso hasta las que se sienten poderosas, si reflexionan un poco más en su propia historia, percibirán que su trayectoria no fue un camino de rosas y que quizás por estar donde están, han tenido que pagar un precio mucho mayor que el de sus pares masculinos.
Mercedes Dalessandro en su libro Economía Feminista habla del “techo de cristal interno”, para representar las limitaciones que muchas mujeres se ponen para aspirar y ambicionar, la inseguridad en sí mismas y el silencio o temor a expresarse para lograr lo que quieren. ¡Pero es que hasta esa forma de conducirnos es producto de la socialización patriarcal! Toda la vida se nos dijo que alzar la voz, mostrarse firmes, ser fuertes y competitivos era un asunto de hombres. Es el mismo sistema sexista que nos da la pauta de lo que está bien o mal, qué hacer, pensar o sentir. Y qué casualidad que para triunfar en los negocios se precisa ser más como un hombre. Cualquier mujer que rompa ese patrón es una atrevida que se masculiniza, y triunfa porque usó las armas de un hombre, pero no desde su posición como mujer.
Por todo esto, es una apreciación simplista y errada suponer que la “culpa” de que una mujer no ascienda o logre lo que desea en la vida es por falta de autoestima, voluntad o inteligencia. Es un argumento muy machista y como tal injusto, porque más allá del empeño y de la habilidad personal, está un medio que condiciona y cercena la potencialidad de muchas mujeres. Vivimos una ilusión de igualdad que el patriarcado ahora nos restriega en la cara para revertir la verdadera fuente de las causas de nuestra subrepresentación en las posiciones de poder. Hacerlas evidentes y ponerlas donde van es el primer paso para que las cosas cambien. No les compres el cuento, no repitas más que la que no llega es porque no quiere, porque no es cierto.
Artículo publicado originalmente en Efecto Cocuyo
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