Declaraciones de sangre

Declaraciones de sangre
mayo 11, 2025 Feminismo INC

Ange (Cuba, 11 de diciembre de 1992) es una escritora y poeta que encontró en las palabras su refugio y su camino. Criada en La Habana y establecida en Sevilla desde los 24 años, su vida ha estado marcada por una búsqueda constante de significado y expresión.  Desde temprana edad, su hermano le inculcó el amor por la lectura, despertando en ella una curiosidad insaciable. Inspirada por grandes voces femeninas de la literatura, como Emily Dickinson y Alejandra Pizarnik, Ange descubrió que la escritura no era una elección, sino un destino trazado en noches de incertidumbre y preguntas sin respuesta.

Sevilla fue el escenario donde su pluma cobró vida, donde entendió que escribir no solo era un acto creativo, sino una forma de salvación. Su primer poemario, “Declaraciones de Sangre”, es testimonio de esa verdad, de su conexión con lo divino y de la necesidad de dar voz a las emociones más profundas.

Más allá de las letras, ha explorado distintos caminos como la danza y el mundo laboral, pero siempre con la certeza de que su verdadera esencia habita en la poesía.

La escritura llegó como respuesta a noches de vientos, de llantos y tormentas, cuando se mira al cielo para encontrar a Sirio y vencer a la oscuridad. Mi cuerpo sufrió como lo hizo Pompeya, apenas estoy despertando, desprendiéndome del cráter, abandonando la tristeza de la isla en la mirada que me observa como el Etna.

Ha sido difícil llegar a la autenticidad del ser, a la deconstrucción de mis pensamientos, de la materia, de lo inculcado.

«Si tuviera que señalar un momento en el tiempo, diría que fue en 2022 cuando las palabras comenzaron a dar forma a mis pensamientos, pero no fue hasta mediados de 2023 que realmente conecté profundamente con la poesía y con la obra misma a orillas del Guadalquivir, y comencé a salvarme.

Solté el deseo de no querer vivir y agarre fuerte la vida y la esperanza.

Demoré años en contarlo, lo hice con 31 años, el 11 de diciembre de 2024, rodeada de mis seres queridos. Por eso Sevilla siempre me tendrá de un modo indefinido y para siempre.  En ese acto tan sagrado de la escritura he rescatado a mi niña interior. Durante mucho tiempo todo a mi alrededor mantuvo siempre mi presencia, pero, yo no me tenía. Hoy soy mi prioridad, he estado siempre para otros, pero de ultimo para mí.

He amado mi cuerpo desde lo físico, pero no amaba mi alma y por el camino me dejé ganar por la oscuridad, pero ya no, ya no acepto menos de lo que merezco, hoy lo más importante es mi paz, el alma y la poesía.

En Sevilla nació mi poemario y las ganas de liberarme, por eso continuará siendo, al menos para mí, la ciudad más hermosa del mundo.

Mi poemario es una declaración por todas las que ya no están, por todas las que estuvieron antes, por todas las que sufren en cualquier rincón del mundo, y por mi niña interior.

Es resiliencia: morir y regresar en forma de agua, de luz, de aire, de elemento, es colocar el foco donde debe estar, en el agresor, no en la víctima.

Es resistir la revictimización constante de quien da el paso, de quien denuncia.

Nos enseñan que quien sufre violencia de género debe cumplir un rol, una línea recta de duelo, rabia, sanación. Pero no es así.

A mí me costó una década, y no por eso deja de doler. La agresión sexual será para siempre una lucha.

Que hoy pueda alzar la voz y contar mi historia con valentía no significa que el daño haya desaparecido. Pero como he dicho antes: la poesía salvó mi vida. Soy solo el instrumento, la herramienta de un sueño que colocó Dios.

En la ausencia del amor, cuando mi alma se quebraba en silencio, aprendí a amarme con la luz que Dios encendió en mí, una noche cualquiera, bajo el cielo de Sevilla. Sevilla, desde entonces, será eternidad.

Y si aún hay quien duda de la urgencia de esta lucha,

que escuche los números.

Porque las cifras también son gritos.

Y gritan fuerte. Gritan niñas. Gritan huérfanas. Gritan ausencias.

Con cada pérdida, quedan madres silenciadas,

hogares destruidos,

criaturas huérfanas del abrazo que alguna vez las contuvo.

No son cifras,

son infancias heridas.

Sueños que se apagan sin haber empezado a brillar.

Sabemos que muchas callan,

que muchas no saben siquiera que eso que viven

no es amor, es violencia.

En internet, donde el peligro se oculta entre emojis y promesas,

porque mientras se habla de ideologías

ellas desaparecen.

Mientras se debaten leyes,

mientras se niega la violencia, ellas mueren.

Por eso el feminismo no se calla

no porque sea ruidoso,

sino porque ha aprendido que el silencio también mata.

El feminismo no es una amenaza.

Es un salvavidas.

Y cada estadística que logremos romper

es una vida que salvamos.

Se nos enseña a resistir en silencio,

hay países donde la libertad es una promesa rota

y el machismo es una ley no escrita.

Y no, no solo me duele mi historia.

Me duele la historia de todas las que ya no están.

Las que fueron asesinadas por quienes decían amarlas.

Las que murieron en nombre del silencio,

de la sumisión, de la obediencia impuesta.

Me duele la infancia convertida en contrato.

Los matrimonios legales con menores.

Me duele la trata, la explotación, la compraventa de cuerpos que aún tienen voz de niña.

Me duele el mundo porque soy humana.

 

Por eso levanto la voz.

Porque no se trata solo de heridas personales,

se trata de una estructura que normaliza la violencia,

la desigualdad, la ignorancia.

Y por eso debemos seguir hablando.

Debemos seguir escribiendo la palabra feminismo con todas sus letras

—aunque incomode, aunque moleste, aunque duela—

Porque en ese dolor también está la posibilidad de un nuevo mundo.

Debemos hablar de feminismo.

De derechos humanos. De educación sexual.

De protección real para las niñas, para les niñes, para todes.

Porque si no nombramos el horror, seguirá oculto bajo la alfombra de lo cotidiano.

Y sí, la vida es política. Todo es política.

La infancia lo es. El cuerpo lo es. El silencio también lo es.

Y yo elijo posicionarme. Desde el amor.

Desde la palabra que ya no se calla.

Porque la revolución no siempre viene con banderas.

A veces llega en forma de niña que sobrevive.

Y crece. Y escribe. Y grita. Y transforma.

Y no se calla nunca más.

Hablo con el alma rota.

Hoy, no solo hablo de Cuba,

de un país donde las mujeres, niñas, adolescentes,

cualquiera de nosotras, podemos desaparecer sin que el sistema nos proteja.

Sobrevivir se ha convertido en un campo de batalla para las mujeres.

En un lugar donde el amor se convierte en miedo,

y el miedo en una sentencia sin fin.

Los feminicidios no solo son números en los periódicos,

son gritos ahogados por el sistema.

La violencia de género es una pandemia que no tiene freno.

El control, el abuso psicológico, las agresiones físicas, las violaciones,

todo eso ocurre tras puertas cerradas y rara vez se denuncia.

Hay muchas razones para este silencio.

El miedo. La falta de recursos.

El machismo enquistado en cada rincón de la vida diaria.

Y las leyes que no se ejecutan.

No hay refugios suficientes.

No hay mecanismos de protección para las víctimas.

La violencia de género no es un problema aislado,

es un problema estructural.

Es un problema que afecta a toda la sociedad,

porque cuando una mujer es violentada,

toda la sociedad lo es.

Cuando una niña es violada,

toda la sociedad se corrompe.

El feminismo también libera al hombre.

No se trata de una guerra entre géneros,

sino de romper las cadenas que nos dieron a todos.

El feminismo le dice al hombre que puede llorar

que su valor no está en la fuerza.

Le permite amar sin dominar,

y ser amado sin demostrar poder.

Le regresa su humanidad,

esa que el machismo le arrebató en nombre del honor.

Porque cuando una mujer deja de temer,

el hombre también aprende a vivir más libre.

El feminismo no es una moda.

No es una ola que vino a dividirnos.

No es un capricho ni una consigna para gritar en la calle un solo día al año.

El feminismo es memoria

de quienes fueron silenciadas, marginades, desaparecides.

Es la respuesta inevitable al peso del patriarcado,

a siglos de control sobre nuestros cuerpos, nuestras decisiones, nuestros sueños.

Y aunque nació desde el grito de las mujeres,

su fuerza se expande como un eco:

Porque cuando una se libera,

abre la puerta para que todes podamos hacerlo.

El feminismo no quiere el lugar del opresor.

Quiere desarmar la idea misma de que debe haber uno.

No busca reemplazar el dominio de los hombres por el de las mujeres,

sino romper la estructura que necesita que alguien siempre esté por debajo.

El feminismo también habla de él:

Del niño que aprendió que llorar no era de “hombres”.

del adolescente que escondió su fragilidad detrás de insultos.

Del adulto que ama en silencio,

porque nunca le enseñaron a decir “tengo miedo”.

Habla del hombre bueno que quiere ser parte,

pero al que le enseñaron que ser feminista le quitaba fuerza.

Y no:

El feminismo no lo debilita.

Lo humaniza.

Le permite quitarse el disfraz

que nunca eligió usar.

Habla de la paternidad presente,

del amor sin control, del respeto mutuo sin jerarquías.

Del derecho a ser cuidador, sensible, suave.

Del valor de la ternura.

Y el feminismo también es transfeminismo.

También es antirracista.

También es interseccional.

Porque no todas vivimos las mismas opresiones,

y no todas luchamos desde los mismos cuerpos.

Habla de quienes nacieron fuera del binarismo,

de quienes cada día resisten la violencia por existir.

Habla del chico trans que quiere vivir sin que su identidad sea un peligro.

De la chica trans que quiere caminar por la calle sin ser blanco de burla o amenaza.

Del adolescente no binarie que aún no tiene nombre en los formularios,

pero sí una voz que late con fuerza.

Habla de les que aman diferente,

de les que aman sin etiquetas,

de les que no encajan en ningún molde,

porque el molde nunca fue pensado para elles.

El feminismo no es enemigo del hombre,

ni enemigo de la familia,

ni enemigo de la religión,

ni enemigo del amor.

Es enemigo de la desigualdad,

de la violencia estructural,

del silencio impuesto,

del miedo heredado.

Es aliado de la libertad. De la justicia. De la dignidad.

Y sí, incomoda.

Porque vivir en un mundo injusto y de pronto mirar todo con otros ojos,

duele.

Porque cuestionar privilegios exige valentía.

Porque reconocer que somos parte de un sistema que daña,

da vértigo.

Pero, aun así, elegimos despertar.

Elegimos incomodar, hablar, insistir.

Porque ya no nos basta con sobrevivir.

Queremos vivir.

Queremos amar sin miedo,

criar sin violencia,

elegir sin culpa.

Queremos construir un mundo donde la igualdad no sea una utopía,

sino un derecho.

Donde el respeto no dependa del cuerpo que habites,

ni del nombre que uses,

ni de a quién decidas amar.

Un mundo donde el feminismo no sea necesario,

porque la justicia ya no sea un privilegio,

sino una base.

Un suelo firme. Un lugar seguro para todes.

Ese es el feminismo por el que luchamos.

Y ese, es el que no vamos a soltar.

El feminismo no es una guerra.

Es una herida que aprendimos a mirar sin miedo.

Una palabra que, aunque incomode,

tiene el poder de reescribir lo que fuimos y lo que aún podemos ser.

No lucha solo por las mujeres,

lucha por la humanidad que nos fue robada

cuando el sistema decidió quién debía mandar

y quién debía obedecer.

Lucha por el hombre al que le enseñaron

que llorar era debilidad

y amar con ternura, una traición a su género.

Por el padre que quiere quedarse en casa,

y el hijo que sueña con bailar

en vez de boxear.

Lucha por cada cuerpo disidente,

cada voz que fue callada,

cada identidad que tuvo que esconderse

para no ser perseguida por existir.

No buscamos invertir los roles.

Buscamos romperlos.

No queremos un nuevo amo.

Queremos un mundo sin amos ni esclavitudes.

El feminismo que soñamos no divide:

Repara.

No impone: transforma.

No señala: escucha.

Porque solo desde la igualdad, desde la justicia y la ternura,

podremos realmente comenzar a vivir en paz.

Y para finalizar terminaré con dos frases:

 Emily Dickinson

«Si pudiera impedir que un corazón se rompa no habré vivido en vano. Si pudiera calmar el dolor de una vida, o hacer más llevadera una tristeza no habré vivido en vano»

Allan Kardec

«El progreso de la humanidad es la única cura para las heridas de la sociedad»

18 de abril de 1857

 

Con Amor

Angélica Beatriz Cordera Hidalgo

Muchas Gracias

Las opiniones expresadas de los columnistas en los artículos son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de Feminismoinc o de la editora.

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