Como mujer y feminista, vengo a conversar sobre algo que nos aqueja a todas pero de lo que a veces no hablamos lo suficiente, quizás por ese temor heredado a ser juzgadas como malas, flojas, débiles o quejumbrosas: la fatiga crónica, producto de la sobre exigencia a la que estamos sometidas las mujeres en todos los ámbitos de la vida.
Desde niñas, nos inculcan esa idea de que debemos ser perfectas: mujeres exitosas en el ámbito profesional, parejas amorosas, buenas estudiantes y cocineras, amigas incondicionales, madres abnegadas y, por si fuera poco, mantenernos siempre bellas y radiantes. Esta imagen idealizada nos presiona a cumplir con expectativas irreales, sacrificando nuestro bienestar en el proceso.
En el ámbito laboral, luchamos por la igualdad de oportunidades, pero cómo se supone que esto es posible cuando aún cargamos con la doble jornada: trabajo remunerado y trabajo doméstico no remunerado. A esto se suma la discriminación, la carga mental que parece que nunca disminuye y los techos de cristal que continúan limitando nuestro ascenso profesional.
En el ámbito personal, la presión por ser buenas esposas, amigas, hijas, hermanas, madres, etc. nos consume. Sentimos la obligación de estar disponibles para todos, incluso anteponiendo las necesidades de los demás a las nuestras.
Las redes sociales no ayudan. Nos bombardean con imágenes de vidas perfectas y cuerpos irreales, creando una comparación constante que nos hace sentir inadecuadas.
¿El resultado? Agotamiento físico y mental, estrés, ansiedad, depresión e incluso problemas de salud física.
Por mi parte llevo algún tiempo tratando de poner límites y decir “no” a las demandas que me agobian, pero no es fácil, aunque con la práctica la mayoría del tiempo lo logró, en ocasiones decir “no” es algo que en vez de traerme paz, me genera remordimientos y entonces me vuelvo a dejar arrastrar por la corriente hasta que el cansancio comienza a consumirme nuevamente, es como un ciclo sin fin.
Parece absurdo, porque es bastante obvio que la persona más importante de tu vida eres tú, pero pasa a tener sentido cuando comienzas a analizar todo el contexto y te das cuenta de que fuiste socializada precisamente para creer lo contrario. Ayuda respirar y tenerme paciencia, recordar que no vine al mundo para cumplir con una lista de requisitos y sobre todo, ayuda entender que aprender a priorizarme es un proceso que no va en línea recta porque también es parte de mi desconstrucción como feminista.